Turbiedades

Por: | 15 de abril de 2008

Para quienes conozcan la estatura, la notable estatura, de Juan Villoro, les diré que ha crecido. Se ha metido tan dentro de los personajes de su último libro y ha encontrado una escritura de tanta carnalidad, que tiene su lógica que incluso a estas alturas haya crecido. De puro talento. Son seis cuentos y una novela corta. Compré Los culpables en Guadalajara y allí, en México, lo ha publicado una nueva editorial de Oaxaca, Almadía. De esta hornada de nuevas gentes que se han metido al mundo del libro con entusiasmo e inteligencia y buen gusto. Aquí acaba de salir en Anagrama. Villoro toma la palabra desde dentro de los otros y cuenta historias que están contaminadas de la turbiedad que a veces arrastra la vida.

Dos hermanos se juntan para escribir un guión, como una tabla de salvación en un remoto lugar cerca de la frontera. “No sé si él tomó una droga o una pastilla, lo cierto es que no dormía”, dice el narrador. Las voces que hablan en Los culpables dan por hechas muchas cosas, aunque por las alusiones te vas enterando, y vienen siempre a transmitir que en verdad todo está siempre a punto de irse al garete. “Sin culpa no hay historia”, eso le dice uno de los hermanos al otro. Hay turbios manejos para que exista un contrato para colocar el guión. Está una mujer. Y en las relaciones que se van desencadenando hay también turbiedades. 

Un mariachi, un tipo que se las pasa viajando, un futbolista, los culpables (esos hermanos que escriben el guión en un rincón perdido de Sacramento), un periodista, un obrero que limpia las ventanas de un edificio desde un andamio… Coro de voces, historias  radicalmente distintas. Hay en todas el hilo de la fragilidad, como si a las identidades de los que cuentan les faltara agarrarse a algo, como si contaran precisamente por eso. Hablar en mitad de de un fracaso, de camino de lo que anda mal hacia lo que puede empeorar. Son historias de mexicanos. Por eso están, flotando, los ecos remotos de una cultura milenaria y el veloz tráfico de la modernidad. Está ese desgarro. Lo dice el narrador de El crepúsculo maya: “Visitamos el templo de San Miguel de Maní, donde fray Diego de Landa ordenó que se quemaran los códices mayas. La cosmogonía de un pueblo había desaparecido en llamas ejemplares. Le hablé a Karla de las cosas que se van y se quedan. La iguana pertenecía a ese entorno, como los códices quemados: tenía que reintegrarse a esa realidad”.

Los rumores que vienen de tan lejos, los de una iguana, y la inmediatez de un presente que lo va devorando todo. ¿En qué punto estamos perdidos?, eso se dicen los personajes de Villoro. Pero, de paso, hacen observaciones de extremada finura. Como esta misma de un policía. Lean, lean: “Le quiero hacer una pregunta: ese Buñuel le entraba a todo, ¿no? Tengo chingos de videos en mi casa, de los que decomisamos en Tepito. Con todo respeto, pero creo que Buñuel le tupía parejo. A las claras se ve que era bien drogado, bien visionudo. Para mí es el Jefe, el Jefe de Jefes, como dicen los Tigres del Norte, el mero capo del cine, el único que tuvo de veras los huevos cuadrados”.

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Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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