El libro se inicia con un homenaje. Ha muerto el escritor Guillaume Dustan, una de las voces más heterodoxas de la literatura gay, y B. P. organiza un singular ritual doméstico. Enciende las luces, mete una cinta virgen en la cámara de video y la coloca sobre un trípode. Se desnuda frente a ella, aunque no totalmente: conserva una camiseta negra de tirantes. Comienza a afeitarse la cabeza. Con algunos de los pelos que caen forma una línea, y se pone cola sobre el labio superior para pegarse un bigote. Abre un sobre plateado que contiene una dosis de 50 miligramos de testosterona en gel y se la aplica en un hombro. Luego se afeita también el pubis. Se coloca un arnés con un dildo que se levanta erecto en su cintura… Esto es Testo yonqui (Espasa), que Beatriz Preciado define como “un ensayo corporal”.
“Se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de testosterona sintética que concierne el cuerpo y los afectos de B. P.”, explica en la segunda frase de un libro que da cuenta de una experiencia política radical, que tuvo una “duración exacta” de “doscientos treinta seis días y sus noches”, y cuyo hilo conductor fue precisamente el consumo de esa sustancia. “No tomo testosterona para convertirme en un hombre, ni siquiera para transexualizar mi cuerpo, simplemente para traicionar lo que la sociedad ha querido hacer de mí, para escribir, para follar, para sentir una forma post-pornográfica de placer, para añadir una prótesis molécular a mi identidad transgénero low-tech hecha de dildos, textos e imágenes en movimiento, para vengar tu muerte”, escribe Beatriz Preciado (Burgos, 1970).
Un ensayo corporal. Un desafío que se traduce en dos corrientes que acaso se inician de manera paralela pero que no tardan en cruzarse y en mezclarse. La corriente de la escritura y la corriente de una vida sometida a un ensayo heterodoxo: ese de consumir testosterona. Detrás de todo ello, la voluntad de cuestionar la arbitrariedad de los géneros y de abrir los necesarios cauces para volver a pensar cuanto ocurre en un régimen “postindustrial, global y mediático”, que Beatriz Preciado define como farmacopornográfico. Y es que, explica, tras la empresa global de la guerra, las industrias líderes del nuevo capitalismo son la farmacéutica y la pornográfica.
Las reflexiones (y prácticas) de Beatriz Preciado se engarzan en la estela de los trabajos de Michel Foucault, que subrayó la importancia del sexo y la sexualidad en las maniobras del poder para controlar a sus súbditos, para hacerlos súbditos. Cuenta Beatriz Preciado en Testo yonqui que durante una época de intensa militancia junto a activistas queer creía en una revolución sexual inminente (“la disolución de la identidad sexual en una multiplicidad de deseos, prácticas y estéticas, la invención de nuevas sensibilidades, nuevas formas de vida colectiva…”). Las nuevas tecnologías abren posibles caminos de liberación. Al mismo tiempo, el nuevo capitalismo reduce el cuerpo a una mera “vida farmacopornográfica”. Sin derechos, lejos de nuevos horizontes, reducidos a puras fuentes de producción de descargas de placer.
Hay 2 Comentarios
El poder del sexo y de la industria farmaceútica es patente hoy, y no sólo sobre aquellos que hacen de la sexualidad el punto sobre el que gravita su vida...No es necesario leer a Foucault ni pertenecer a ningún movimiento queer para constatar que desde los media mass se nos lanzan y se nos infieren conductas de control, entre otras sexuales, cuya finalidad es impedir el pensamiento libre; ser, en definitiva, individuos pensantes.
Publicado por: Pilar Navarro | 11/06/2008 10:18:43
Me encanta. Yo necesito testosterona para quitarme la barriga, donde, pasados los 40, se nos acumulan (a los llamados hombres) los estrógenos. Pero me ha dicho un amigo que la testosterona te pone de muy mala leche. Vaya dilema.
Lo de «vengar tu muerte» se me escapa. Pero seguro que es efecto de la testosterona.
Publicado por: fracture60 | 28/05/2008 15:45:12