El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

‘The Bear’

Por: | 07 de agosto de 2008

Brian Jones tocó la guitarra slide en No Expectations, pero hizo poco más en el Beggar’s Banquet de los Stones. Pasaba de todo, así que el resto de la banda lo fue a visitar a su casa para decirle que se acabó, que regresara cuando quisiera implicarse. Y Mick Jagger llamó a John Mayall para preguntarle que tenía por ahí. Le contestó que a un joven prodigio que estaría listo para ponerse al tajo al día siguiente. Así que le hicieron una prueba y Mick Taylor se convirtió en el nuevo guitarrista del grupo. Brian Jones apareció muerto en su piscina unas semanas más tarde. Y John Mayall, por cierto, no es el nombre de una agencia de colocación: es uno de los grandes del blues británico y en aquel lejano 68 publicó dos de sus mejores discos: Bare Wires y Blues from Laurel Canyon.

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'America'

Por: | 06 de agosto de 2008

Al tipo le costó cuatro días llegar desde Saginaw a Hitchhike. Cuando en Pittsburgh subió a un autobús junto a Kathy, Michigan le resultaba ya un sueño lejano. Compraron un paquete de cigarrillos y unos pasteles donde la señora Wagner. Iban buscando América. Estaban enamorados, querían unir sus destinos, se reían todo el rato y hacían bobadas con sus caras. Ella le dijo que aquel caballero con la gabardina era un espía y él respondió que tuviera cuidado, que su corbata era en realidad una cámara. Luego apareció la luna y quiso fumar, pero Kathy le dijo que se habían acabado el último pitillo una hora antes. En la carretera de New Jersey, se sintió perdido, vacío y como con jaqueca. No sabía por qué. Contó los coches que circulaban por ahí. Todos iban buscando América.   

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‘Street Fighting Man’

Por: | 05 de agosto de 2008

“La letra versa acerca de los sucesos de París de 1968, que es cuando Mick la escribió”, cuenta Charlie Watts, el batería de la banda en According to the Rolling Stones (Planeta). “Es una canción de contenido político: no era que fuese a cambiar el mundo, pero estaba muy influida por lo que estaba pasando”. El estribillo de Street Fighting Man dice: “Pero ¿qué puede hacer un pobre chico / excepto cantar en un banda de rock and roll? / Porque en el somnoliento Londres / no hay lugar para un luchador callejero”. Así que los Stones decidieron meter entonces las narices en el ruido de la política, pero lo que de verdad le preocupaba a Keith Richards eran los efectos que se podían obtener utilizando una grabadora casera.

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Una transformación fulminante

Por: | 04 de agosto de 2008

Tuvo que ser en 1969 o 1970. Ocurrió en La Paz, en la avenida Arce, por la tarde. No me acuerdo del mes. Mis primos acababan de instalarse en la ciudad, venían de no sé dónde. Así que los volví a ver después de una larga temporada. Ya llevaban unas semanas, habían hecho amigos. Cuando llegué los adultos no estaban. Entramos al salón con el tercero de mis primos y estaban allí los dos mayores y unos cuantos amigotes. Escuchaban discos. A los pocos minutos tenía sobre las rodillas un montón de ellos y los iba mirando como quien ve un prodigio: tuve en mis manos el segundo de Led Zeppelin, unos cuantos de los Beatles y los Stones, y Grand Funk Railroad, Jimi Hendrix, Dylan, Cream, el In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Butterfly, los Blues from Laurel Canyon de John Mayall, el Dèja Vu de Crosby, Stills, Nash & Young… Alguno de los que estaba allí se acercó para adoctrinarme sobre este último, explicándome con todo detalle quién era cada uno. La música que salía por los altavoces sonaba a gloria y, después de aquello, ya nada podía volver a ser lo mismo.

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El País

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