El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

El ornitorrinco con alas

Por: | 30 de septiembre de 2008

“1 poeta es necesariamente un ornitorrinco con alas”, escribió. Y también: “La lluvia tarda en cortarse las venas”. Le pusieron el nombre de José Alfredo Zendejas Pineda cuando nació, pero en cuanto supo que iba a dedicarse a la poesía se lo cambió. Entendía que había un único José Alfredo (Jiménez), ese tipo que ha sabido ponerle música a los arrebatos amorosos más radicales: así que quiso que lo llamaran Mario Santiago. Luego colocó detrás Papasquiaro para hacerle un homenaje al pueblo donde había nacido uno de sus héroes, José Revueltas, el revolucionario mexicano al que fueron echando de todas partes por su carácter crítico y del que se dice que fue inspirador del movimiento estudiantil que en 1968 estalló en la plaza de Tlatelolco. En 1974 fundó la revista Zarazo, donde germinó el movimiento infrarrealista que en 1976 irrumpió como un vendaval  en la poesía mexicana. Mario Santiago Papasquiaro es el que lee libros bajo la ducha en la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Es Ulises Lima. Esa fuerza de la naturaleza que recorría andando la ciudad de México y que se fue a Israel porque estaba loco por una mujer.

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El abismo sin fondo

Por: | 29 de septiembre de 2008

“Infinidad de hombres torvos y atormentados transitan de un lado a otro en la rugosa cartografía del western”, escribió Ángel Fernández-Santos en Más allá del Oeste (Debate resuperó ese magnífico ensayo hace un año). “Sombríos, huidizos, herméticos, tenaces, lacónicos, cargados sus labios –como su revólver de proyectiles– de descargas de ironía o de silencio mortal, esos hombres no se quedan a donde llegan; en cualquier lugar siempre están de paso; y su comportamiento pétreo, persistente y esquivo tiene algo de tapadera de un abismo sin fondo, inaccesible: cabalgan y, mientras cabalgan, ocultan algo”. Así es. Vayan sino a comprobarlo en El tren de las 3.10, la película de James Mangold. Están esos paisajes inmensos, los rostros curtidos, los balazos. Hay que trasladar a un tipo peligroso hasta una estación para que tome el tren que pasa a las 3.10, y lo lleve desde allí a pudrirse a una remota cárcel.

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El estilo del mundo

Por: | 18 de septiembre de 2008

Eso era lo que decía Tupra, que era el estilo del mundo. Y cuando lo decía estaba pensando en cuanto hay de traiciones y zozobras, de chapuzas y violencia, de heridas incurables y vacilaciones, de aflicciones, tormentos, daños involuntarios. El mundo rueda, y todo el ruido y la furia que arrastra pasan por encima de las benévolas y timoratas consideraciones de los mortales. Tupra es un tipo de unos cincuenta años que trabaja en los servicios secretos británicos y que ha ido perdiendo los escrúpulos conforme iba teniendo noticia directa de ese estilo e iba conociendo las maneras que se gastan en las cloacas de la historia. Tupra es uno de los personajes de Tu rostro mañana (Alfaguara), la última novela de Javier Marías, y es un caballero que parece tener tan claro cómo funcionan las cosas, y que es capaz de exhibir lo que ocurre con tal impudicia, que produce vértigo.

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Una llanura con surcos y hoyos

Por: | 17 de septiembre de 2008

Cuenta Lord Chandos que un buen día vio como en la conversación familiar, aquella que se tiene con los más próximos, “todos los juicios que suelen emitirse a la ligera y con una seguridad de sonámbulos” se le volvieron “tan problemáticos” que tuvo que dejar de participar en semejantes charloteos espontáneos. La carta que el escritor austriaco Hugo von Hofmannsthal publicó en 1902, y en la que pone en boca de un joven escritor de la época isabelina las palabras que escribe en una misiva al célebre filósofo y canciller de Inglaterra Francis Bacon, sigue admitiendo múltiples lecturas y mantiene intacta su capacidad de conmover y de conectar: lo que cuenta aquel joven parece ser exactamente lo que te está sucediendo. Pre-Textos ha tenido una curiosa iniciativa. Recuperar el texto del austriaco e invitar a autores tan diversos como puedan ser José Luis Pardo, Clément Rosset, Hugo Mújica, Stefan Hertmans, Esperanza López Parada y Abraham Gragera a que contesten la carta. El volumen se completa con un prólogo de Claudio Magris, un ensayo de Juan Navarro Baldeweg y una introducción del traductor, José Muñoz Millanes.

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La vida disoluta

Por: | 11 de septiembre de 2008

Todo el rato van de un lado a otro, toman copas, bailotean, fuman, quieren montar una pieza de teatro,  se van de excursión en hermosos coches que circulan a grandes velocidades. Llegan hasta las colinas, se detienen, ahí abajo en el valle está Turín. La guerra ha terminado hace poco y hay lugares donde se conservan huellas de la destrucción. Clelia ha vuelto en enero a su ciudad natal desde Roma, va a pasar una temporada, debe ocuparse de montar una tienda. Llega al hotel. Un baño y un cigarrillo. “A mí me parecía que jamás me había relajado un momento”, piensa. Pide un té. No se lo traen y se impacienta. Así que abre un poco la puerta y descubre que hay lío. De una habitación próxima dos batas blancas sacan una camilla donde está tendida una muchacha. Esto es Pavese (acabo ya con el escritor italiano) y es Entre mujeres (Lumen; traducción de Esther Benítez) y se publicó en 1949.

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El vuelo de una hoja

Por: | 10 de septiembre de 2008

Más Pavese, que para eso es su centenario. Y no encuentro mejor manera de acercarme a su novela El bello verano que con una imagen de otoño. Ha caído una hoja de un árbol y sopla una brisa que la levanta y sacude, la empuja a revolotear un poco en el aire, y luego la deja caer al suelo un poco más allá. No hay más. Ginia sale de vez en cuando con su amiga Rosa, vive con su hermano Severino, trabaja en un taller de costura. Luego está Amelia, que es modelo, y con la que hace buenas migas: “Ser libre como lo soy yo es algo que da rabia”, dice de sí misma. Salen de paseo, charlan, van a un café, toman una copa, hablan de todo. Un día Amelia lleva a Ginia a conocer a un pintor: le parece que entra en un nuevo mundo, que se le abren miles de posibilidades. Luego se distancian, hay un extraño misterio en Amelia, parece que tiene algo con su hermano. Ginia piensa que lo mejor es disfrutar del verano “porque al cambio de estación algo tenía que suceder”.

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Un baile de rodillas

Por: | 09 de septiembre de 2008

El tipo no lo había hecho muy bien en una redacción sobre la Iglesia, donde dejó mal a los curas. Pero se le torcieron definitivamente las cosas cuando tuvo que explicar quién era y qué había hecho Pietro Micca. Había sido éste un centinela que, durante el asedio a Turín de las tropas francesas en 1706, estaba encargado de vigilar uno de los pasadizos de entrada a la ciudad. Cuando las tropas enemigas se disponían ya a superar el cerco, Micca voló una mina, liquidando a un puñado de franceses y muriendo en el intento. Desde entonces es un héroe en Italia. Pero Giantommaso Delmastro, Masin, el tipo aquel que había hablado mal de los curas, vino a sugerir que el centinela voló la mina porque tenía una borrachera descomunal. Trabajaba como conductor de pruebas de la Fiat y daba clases con unos cuantos empleados para mejorar su condición. En pleno fascismo, hacer bromas con la patria no estaba bien visto: lo echaron de la escuela. Lo cuenta Cesare Pavese en Ciau Masino.

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Camino de perfección

Por: | 08 de septiembre de 2008

Lo que cuenta Che, el argentino, la primera de las dos partes de la película que Steven Soderbergh y Benicio del Toro han hecho sobre el guerrillero argentino, es la primera etapa de su vida como revolucionario. Trata, sobre todo, de sus años en Sierra Maestra, cuando se libró la legendaria lucha de un puñado de rebeldes contra el régimen que el general Fulgencio Batista había impuesto en Cuba tras un golpe de Estado. La narración del heroico avance de las fuerzas de Castro se completa con otros dos episodios. Uno, del pasado: la reunión que celebraron en México Fidel y el Che en 1955, y el otro, de 1964, cuando la revolución había triunfado ya: se centra en el discurso que Guevara (ya ministro en el gobierno de Castro) pronunció en las Naciones Unidas, pero hay también secuencias de una entrevista que concedió a la televisión y de momentos de su estancia en Nueva York. Es el inicio de la leyenda. Los primeros pasos. La época en que el Che va inventando su rostro de revolucionario, y en el que lo inventan también sus demás compañeros.

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El ejecutor

Por: | 04 de septiembre de 2008

En su libro Madrid Moscú (T Ediciones), que apareció en 2003, Carlos García-Alix contaba que, vaya usted a saber cómo, un buen día se enteró de que el Cinema Europa, donde había pasado tantas tardes de su infancia viendo películas, fue una checa anarco-sindicalista en el Madrid de 1936. “Una de las checas de más triste fama de Madrid”, escribía allí, y explicaba que “su jefe y cabecilla se llamaba Felipe Sandoval Cabrerizo y respondía también al alias de Doctor Muñiz”. Han pasado unos cuantos años de aquello y ahora, también en T Editorial, lo que aparece es el proceso de busca y captura de aquel caballero. El honor de las injurias es un libro, pero también es una película, un documental que desciende a aquellos lugares de la guerra que terminan por producir una reacción semejante a la que desencadenó en Carlos García-Alix la lectura de la confesión manuscrita de Felipe Sandoval, la que escribió antes de suicidarse en una comisaría franquista de la calle Almagro de Madrid, en 1939. “La confesión es terrible y difícil de digerir”, cuenta. “Uno la lee sobrecogido y asqueado; pero hay que seguir leyendo”.

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La impunidad

Por: | 03 de septiembre de 2008

Hay algo profundamente perverso en el hecho de servirse de lo divino para colmar las propias ambiciones humanas, demasiado humanas. Demostrar la existencia de Dios queda fuera de los argumentos racionales, lo que no quiere decir que no merezcan respeto quienes tienen fe, los que creen que hay algo que nos supera y que da sentido a lo que nos sucede. Más difícil es aceptar los procedimientos de las iglesias: como operan con asuntos que están más allá del entendimiento corriente y moliente, se sirven de la candidez con que la gente más sencilla se entrega a su fe para construir y conservar y aumentar su inmenso poder terrenal. La Iglesia católica, con su lujo y su boato, nada tiene que ver con las enseñanzas que predicaba su fundador. Como institución bendijo, durante la Guerra Civil, la llamada cruzada de los militares rebeldes que dieron un golpe de Estado contra un régimen legalmente constituido. Durante la posguerra afianzaron su poder. Podían hacer lo que querían. Es uno de los temas que laten en Los girasoles ciegos, la película de José Luis Cuerda basada en el libro de relatos de Alberto Méndez que publicó Anagrama.

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El País

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