La impunidad

Por: | 03 de septiembre de 2008

Hay algo profundamente perverso en el hecho de servirse de lo divino para colmar las propias ambiciones humanas, demasiado humanas. Demostrar la existencia de Dios queda fuera de los argumentos racionales, lo que no quiere decir que no merezcan respeto quienes tienen fe, los que creen que hay algo que nos supera y que da sentido a lo que nos sucede. Más difícil es aceptar los procedimientos de las iglesias: como operan con asuntos que están más allá del entendimiento corriente y moliente, se sirven de la candidez con que la gente más sencilla se entrega a su fe para construir y conservar y aumentar su inmenso poder terrenal. La Iglesia católica, con su lujo y su boato, nada tiene que ver con las enseñanzas que predicaba su fundador. Como institución bendijo, durante la Guerra Civil, la llamada cruzada de los militares rebeldes que dieron un golpe de Estado contra un régimen legalmente constituido. Durante la posguerra afianzaron su poder. Podían hacer lo que querían. Es uno de los temas que laten en Los girasoles ciegos, la película de José Luis Cuerda basada en el libro de relatos de Alberto Méndez que publicó Anagrama.

Daban por sentado que podían actuar de manera impune y que, luego, bastaba con arreglar las cuentas Los_girasoles_ciegos con el Señor para seguir adelante sin mayores sobresaltos. Los otros, sus prójimos, no contaban. Y valía todo porque se movían con la certeza de sentir la palmada de Dios sobre las espaldas. Habría excepciones, claro, pero la maquinaria de dominio fue concebida y engrasada para que funcionara a la perfección. La Iglesia católica tenía que estar ahí para sostener que la dictadura franquista estaba en la buena dirección, y así se lo contaban a sus fieles, para que obedecieran y celebraran esa vida triste y gris sin libertad alguna. El franquismo, por su parte, no escatimaba medios para que los curas y demás compañía hicieran bien su trabajo. Lo que Cuerda hace en su película, en la que Rafael Azcona participó como guionista, es acercarse a la intimidad de un diácono para iluminar los mecanismos con los que opera su conciencia. El tipo peleó en la guerra y de regreso al seminario es destinado a dar clases en un colegio y queda fulminado por la belleza de la madre de uno de sus alumnos. Y procura seducirla. Hacerla suya.

Cuantos formaban parte de la Iglesia daban por hecho que podían imponer su verdad como la habían impuesto con las armas los que ganaron la guerra con su bendición. ¿Pero qué ocurría si entraban en un terreno pantanoso? ¿Qué podían hacer, como en el caso del diácono, si sufrían las tentaciones de la carne? Pues torturarse un poco, y buscar luego la absolución de algún superior. En el camino, siempre había sitio para cambiar un poco la versión de los hechos. Al fin y al cabo, quién iba a cuestionarla, quién podía cuestionarla. Quién, si el poder estaba finalmente de su lado.

Bendijeron la cruzada, bendijeron los desmanes de la posguerra, celebraron compartir el cetro con el dictador, nunca han pedido perdón. Así se ha comportado la Iglesia católica española. Cierto que muchos de los suyos, sacerdotes y monjas, simples creyentes, sufrieron los desmanes de las turbas incontroladas durante los primeros meses de la contienda. Algunos de los más radicales se volvieron contra los altares, y quemaron iglesias y asesinaron a inocentes. Entendían que la Iglesia también antes de la guerra había estado del lado de los poderosos. Poco a poco la República fue recuperando el control, y se fueron limitando y castigando los excesos. La Iglesia no cambió. No ha cambiado. Sigue ahí, impertérrita, convencida de que tuvieron razón los vencedores, los cruzados, los suyos.

Hay 3 Comentarios

lA HISTORIA DE ESPAÑA, LO QUE OCURRIÓ DURANTE Y TRAS LA GUERRA O SUBLEVACIÓN MILITAR CONTRA EL GOBIERNO LEGITIMO, no cabe en unos folios.
Lo que trata la novela de Alberto Méndez, en sus relatos cortos, es la prepotencia de unos españoles que habián ganado una guerra, que la pónian diariamente en practica contra la otra mitad.
Mientras los ganadores disfrutaban de todos los previlegios, los otros españoles les habian sido arrebatados todos su patrimonio, su honra y su dinero.
No encontraban trabajo de lo que estaban preparados y encontrabas a profesores, medicos y abogados, pidiendo casí limosna por hacer cualquier trabajito, para poder llevar comida a su casa.
Esa es otra historia de España, que se puede sumar a otras que todos los españoles conocen contadas por sus mayores.
Salud.

José L. Cuerda nos ha dado títulos del calibre de “La lengua de las mariposas” o la tan distinta, “Amanece que no es poco” que es surrealista o quizás realista simplemente; la realidad española más cotidiana tiene muchos componentes surreales y no siempre para bien.
"Los Girasoles Ciegos" es una buena recreación de la asfixia cultural y personal de la postguerra. ¡Cuántos recuerdos esas filas del colegio de curas!, esa atmósfera moral (o sea inmoral) de curas soldados y de militares de convento. Ese clima, esa educación, a pesar de tantos años de democracia, sigue perdurando en alguna medida en la sociedad española actual. No es igual el español medio de más de 60 años que el francés, por ejemplo, ni tampoco lo son los jóvenes. En cierta medida no hemos sido capaces de desatar algunos nudos de aquella sentencia franquista: ”todo queda atado y bien atado”. Es difícil superar sin traumas la ausencia de revolución burguesa y soportar después un nacional-catolicismo tan arraigado. Así que muchos españoles siguen, como siempre, confirmando aquella aseveración de Antonio Machado de que el español desprecia todo cuánto ignora. Lo digo porque las nuevas generaciones, los nacidos incluso después de la muerte del dictador, pueden pensar que la influencia de la dictadura se acabó con la democracia y que, como ellos – ni siquiera biológicamente – tienen nada que ver con aquello, cualquier referencia a conocer el pasado deja de interesarles. Este tipo de películas tendrían, además de su calidad artística, una función pedagógica.

Me siento imparcial en esta batalla. Mi condición nacional (no me siento muy español, la verdad) me permite desconectarme de la refriega político-mediático que sacude España. Y la experiencia republicana quedó tan devaluada antes del 36 que no veo motivo para ponerme de su lado a pesar del odio que pueda sentir hacia el franquismo. Mi experiencia es personal, familiar, no nacional ni ideológica.

Es simplemente inexacto que todo fuera culpa de unas “turbas incontroladas”. La República tomó la decisión de entregar las armas el 17 de julio a los milicianos que amenazaban con tomar el ministerio de Gobernación, desencadenándose en la zona “roja” la Revolución “social” y el terror revolucionario correspondiente.

Mucho estuvo organizado durante tres años, incluidas las checas, que toman el nombre de un antecesor del KGB. Era conocida su existencia, supervisada por las autoridades. Represión feroz, crímenes de guerra y contra la humanidad permitidos por las autoridades “republicanas” por acción u omisión. Da igual que luego se arrepintiesen (mata a tu hijo y entregate llorando en la comisaría, a ver qué diferencia te supone) o debieran exiliarse. La Quema de Conventos, que comenzó con el rumor del reparto de caramelos envenenados a los niños para crear una crisis de salud pública que desestabilizase la naciente República, siguió con la violación, tortura y crucifixión, con posterior quema en vivo, de monjas.

¿Quiénes eran las autoridades republicanas? La República está hoy en boca de muchos, pero nadie la quería. En la derecha estaban los fascistas, los monárquicos, los regionalistas y los agrarios. Los accidentalistas de la CEDA no tenían problema con ella, siempre que gobernasen ellos. Sólo estaban los republicanos radicales de Lerroux, tras su particular travesía anticlerical, pero el estraperlo los había hecho desaparecer. Los pocos republicanos de derechas eran los liberales de Melquíades Álvarez, asesinados en el asalto a la Modelo; Miguel Maura, que se convirtió en un 0 a la izquierda, y los conservadores de Alcalá Zamora, brutalmente apartados. En la izquierda los comunistas y los socialistas de Caballero decían, literalmente, que era “una estación en el camino a la Revolución”, “la tricolor burguesa tiene que ser sustituida por la roja del hoz y el martillo”. Los socialistas republicanos, Prieto y Besteiro, perdieron la batalla pronto. Los anarquistas estaban en contra por definición. Azaña y los radical-socialistas fueron una minoría que recibió los tortazos del PSOE y el PCE, formando ese gobierno fantasma entre febrero y julio del 36, mientras el caos se extendía. Y los nacionalistas catalanes estaban más preocupados por la independencia; los vascos, por un concordato.

La Iglesia no cambiará porque está en su naturaleza. Habría que destinar una partida presupuestaria permanente para dar entierro religioso o civil, humano y digno, a las víctimas, en vez de seguir en las cunetas de las carreteras en las que se detienen de noche para vomitar los que han bebido demasiado. Pero si se abre una investigación, que se haga del todo. También de las víctimas de los “republicanos”, para que se conozca la verdad, deformada por la Causa General de los 40 del régimen, que mezclaba realidad con propaganda.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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