Está el mundo, y están sus ruidos y conflictos, la larga sombra de su historia, las peripecias de sus gentes, la variedad de sus paisajes, las obras que concibieron compositores, pintores y literatos, los misterios que exploraron los científicos. Y todo lo demás. Al otro lado, los hombres y las mujeres, que están medio mezclados con todo eso; con un pie dentro y otro fuera, como quien dice. Están ahí, tratan de entender, se comunican y celebran sus hallazgos, conforman sus propias interpretaciones de andar por casa, y de vez en cuando sufren (por no decir que lo hacen con frecuencia). Se podría formular una hipótesis y decir que el artista es aquel que de alguna manera agarra todo eso y lo fija en una obra. Como quien deja testimonio de estar viviendo, y de ir pasando por la alegría y el dolor, la duda y la furia, lo que se fue y lo que se va encontrando, lo que se descubre y se inventa. El caso es que Mireia Sentís ha repasado su historia de estos últimos 25 años y exhibe una muy completa antología de sus trabajos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Estuve en la inauguración, así que habrán de perdonarme. De todos los momentos para ver una exposición, el peor es ése. Cuando está lleno de gente y de saludos y de charlas. Así que me subí a un trampolín y salté por encima de todas aquellas cabezas para meterme en las piezas de la artista. Y encontré una extraña cercanía, una vieja familiaridad: como si ahí estuvieran recogidas las huellas de un camino común. Pero no es sólo el camino, o los caminos, no, para nada: es también la mirada o el lugar desde donde se mira o lo que se lleva encima cuando se mira o el tiempo cuando se ha mirado, ya no sé.
Está el mundo, y bla bla bla, y está el artista que agarra, elige, tuerce, añade, fija, transforma, rompe, manipula (y bla bla bla) cuanto acontece. Hay muchas cosas en esta antología de Mireia Sentís, pero yo quisiera concentrarme en lo que ha hecho con la memoria, con el paisaje, con las historias de los lugares y las gentes, y con la relación con el otro.
La memoria está en Claustrofobia, donde ha seleccionado fragmentos del pasado y los ha aislado y los ha vuelto a colocar (uno al lado de otro) tras cortar de manera inquietante el suceso que contaban (quedan las imágenes fotográficas de unas piernas, una falda, parte de un rostro…). Al paisaje lo ha atrapado con el blanco y negro de unos paisajes vacíos, como olvidados y arrinconados, como fuera del curso de las cosas (en Castillos de Castilla) y lo ha celebrado, fijándose en espacios concretos donde los choques de colores son elocuentes y directos, llenos de vida (Haití). A las gentes y a sus peripecias remotas las ha descubierto en las esquinas de las ciudades: hay una imagen que tiene una consistencia abstracta (un trozo de lugar), y al lado la narración de lo que ocurrió allí. Y luego está la mirada al otro en su inmenso collage sobre el mundo afroamericano. Esos trozos, esos vacíos, esa abigarrada mezcla. Todo eso habla de nuestra condición con extrema precisión, y lo hace además con una desvergonzada sencillez.
Hay 2 Comentarios
Hola, señor Rojo! Me gustó mucho su descripción del artista como un testigo de la vida. Gracias a su texto me interesé y voy a buscar más informaciones acerca del trabajo de la señora Mireia Sentís.
Felicitaciones! Un abrazo!
Diogo Teodoro, 22 años.
São José dos Campos, Brasil.
Publicado por: Diogo Teodoro | 05/10/2008 7:16:53
Quizás, lo que el artista no tiene más remedio que hacer es organizar el mundo. Como cualquier persona con los recursos que su inteligencia, su orientación emotiva, su experiencia propia de observador, de lector, su cultura, le han dado. En efecto, el mundo está ahí. Y, de la misma forma que un científico observa las minuciosas averías de una célula enferma, o que un filósofo eleva a un majestuoso lenguaje la contingencia de todo, una artista plástico, un poeta, una novelista, reacciona ante un caos que tiene que organizar, desplazando las emociones a un lugar donde poder contemplarlas y donde poder compartirlas. No podría soportar su experiencia de otro modo, más que traduciéndolas a esas palabras, a esa imagen. Poder verte, leerte, como si pudieras abandonar por fin algo sin renunciar a ello, con la complacencia de que no es una confesión no solicitada, sino una experiencia convertida en arte. La poesía es conocimiento, decían los del 50: sólo después comunicación. No hablas contigo mismo, sino con una realidad que te convoca, te seduce y te duele si no consigues darle nombre. Si no reúnes los restos de un naufragio, sin la soberbia del rencor ni la petulancia de la nostalgia, no sobrevives a las cosas, sino que ellas te sobreviven a ti. Recuerdo a una hermosa Mireia Sentís que´trabajaba en Televisión en Barcelona...quizás es la misma.
Publicado por: Ferran | 02/10/2008 10:08:18