Uno de los parroquianos de Le Condé, que estaba cerca de la glorieta de L'Odeon, en París, estaba obsesionado por lo que llamaba los puntos fijos. Unos cuantos lugares que resumen la vida de los individuos, decía. Y se ocupaba de anotar en un cuaderno los nombres de cuantos pasaban por ese café. Los nombres, y la fecha y hora exactas en que habían recalado por ahí. Más tarde apuntó también las señas de los asiduos. De tal manera que podía trazar los trayectos que iban del café a sus respectivas casas. Lo cuenta Patrick Modiano en una breve novela que se tradujo en septiembre del año pasado, En el café de la juventud perdida (Anagrama, traducción de María Teresa Gallego Urrutia).
Todo ocurre a principios de los años sesenta y estamos en la orilla izquierda del Sena, en los antros que frecuentaba la bohemia de entonces, toda una galería de personajes que se cobijaban bajo la sombra de la literatura y el arte. Son asiduos del café Le Condé, por ejemplo, aquel dramaturgo que cultivó el absurdo, Arthur Adamov, y el novelista Maurice Raphaël. Luego hay otro montón de tipos raros, que no se sabe bien de dónde vienen, ni adónde van, qué hacen, de qué viven. Algunos son simpáticos y otros un tanto turbios. Beben con conocimiento de causa, a fondo, y consumen también otras sustancias. Lo que Modiano (la foto es de DaDaniel Mordzinski) hace es contar la historia de una joven que pasaba por allí. Su nombre era Jacqueline Delinque, pero la llamaban Louki.
Uno de los habituales de Le Condé apuntaba a todos en su cuaderno, obsesionado por los puntos fijos. Pero es que hay otro al que, más bien, le preocupan las zonas neutras, esos lugares intermedios de París que son “tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso". Modiano se sitúa así entre esos dos extremos. En un lado está el que pretende agarrarse a algo (aunque sea un nombre, una fecha, una dirección, una hora); en el otro, el que está de paso. Permanecer y desaparecer. La vida debe andar en alguna parte en medio de los puntos fijos y las zonas neutras.
La historia de Louki la cuenta el escritor francés a través de cuatro voces distintas. La de un joven que llega un día a Le Condé, y queda fascinado; la del detective que la busca por encargo de su marido; la de la propia chica, y la del muchacho, Roland, con la que ésta establece al final unos estrechos vínculos. Hija de una mujer que trabajó en Le Moulin-Rouge, un día siendo niña salió a explorar el mundo. De eso trata seguramente esta historia. De esa exploración. Que a ratos conduce a la melancolía y otras a la liviandad, como si fuéramos invencibles. Puntos fijos y zonas neutras. Pero también hay agujeros negros. Lo dice Roland, que a la larga corrían el riesgo “de que se nos tragase la materia oscura”.
Hay 2 Comentarios
esta muy interesante el tema gracias por publicar este tipo de informacion.
http://respuesta-rapida.net
Publicado por: Rocío | 25/02/2009 23:07:10
Buena recomendación, sí señor. La verdad es que se pueden encontrar lecturas para unos cuantos años sólo con el catálogo de Anagrama.
Publicado por: Juan Carlos Galindo | 25/02/2009 20:29:52