La vida en el alambre

Por: | 25 de marzo de 2009

Lo que sobre todo hay en el cine de Almodóvar son personajes con unas inmensas ganas de vivir, y que se la juegan. Para contar de ellos recurre con frecuencia a situaciones excesivas, por las que discurre con el pulso firme de un finísimo sentido del humor. De ahí que se diga habitualmente que su fuerte es la comedia. Sea como sea, sus comedias están siempre atravesadas por minúsculos temblores trágicos. Y viceversa: si se sumerge en alguna historia de dolor y muerte, de destinos truncados y heridas que cuesta cerrar, ahí está la risa para ayuda a pasar el trago amargo de las lágrimas. Los abrazos rotos, su última película, pertenece a esta segunda categoría. Hay una muerte y la herida de la ceguera, y están también esas criaturas que se lanzan y van avanzando para sortear el abismo sobre la delgada línea de un alambre.

Hay directores que son artesanos de una gran industria, y están los que hacen cine movidos por una obsesión y buscándose la vida. Los más grandes son seguramente los artesanos que consiguen crear  su propio estilo, e imponer su mundo, más allá de las férreas exigencias de las productoras. Y también los autores que consiguen convertir su mundo en una marca, con lo que trascienden el cerrado círculo de unas minorías y se proyectan al gran público. Este último es el caso de Almodóvar. Desde su primera película estableció un territorio, y ha explorado sus rincones cada vez con mayor maestría y valentía, cada rato más lejos, cada rato más al fondo. Lo de escarbar en la fragilidad humana es uno de sus signos de distinción. La frescura de su lenguaje, la querencia pop, el afán iconoclasta, el gusto por incorporar la música como un elemento de primer orden, su finísimo oído para el ruido y las inquietudes de la calle, la fidelidad con sus orígenes: todo eso está también en su obra.

Y existe otro elemento más. Almodóvar entrega sus películas a sus actores. Se las da, las pone en sus manos, se tira con ellos a la piscina. Igual alguien piensa que es lo que hace cualquier director. Pero no. Las películas de Almodóvar se encarnan y sólo son de verdad cuando pasan por los intérpretes. Es un gesto de generosidad y de audacia: reconocer que el cine es una obra colectiva, y obrar en consecuencia. Y ocurre que algunas de sus películas fallan porque algún actor no dio con el registro apropiado y otras que resultan más grandes porque fueron los intérpretes los que las hicieron volar.

Los abrazos rotos 1

En Los abrazos rotos, Almodóvar explora otros registros: contiene el humor para ahondar en el drama. Una historia de amor excesiva, una larga complicidad habitada por los celos, un secreto, un accidente que precipita la tragedia. Vidas que se sostienen en el alambre. A veces chirría la intensidad de algunos actores con la ligereza de otros, hay momentos en que no se produce esa química que sabe manejar tan bien entre lo trágico y lo cómico, a ratos el ritmo se demora en exceso. Bueno. Penélope Cruz y Lluís Homar (y Carmen Machi, en su minúscula intervención) bordan su trabajo, y vuelve a ser un placer recorrer el territorio de Almodóvar. Quizá la experiencia hubiera resultado más grata si uno llegara al cine sin el lastre del bombardeo mediático (esta vez creo que se pasó, se le fue la mano). Pero ahí está de nuevo Pedro Almodóvar, y sigue mereciendo la pena. 

Hay 4 Comentarios

vislumbro en el texto de Rojo que es un fan Almodóvar y no puede criticarlo, pero aún así tiene que reconocer que hay algún que otro pero en la peli, en mi caso sólo puedo decir que no me conmovió, ni la ceguera de Homar, ni el accidente, ni Pe, ni el polvo inicial que no sé a qué viene ni la enfermedad del padre de Pe que también sobra, creo que el universo femenino de Almodóvar es más rico que el masculino, y en ésta hay demasiados hombres, que lo dicho se le dan peor que las mujeres... aún y a pesar de todo eso, Almodóvar y su mundo siempre valen la pena, como Woody Allen...

De acuerdo con su universo estético (su marca) y su tremenda generosidad con sus actores.
Y como comentario, el resultado del trabajo creador y creativo suele ser una estructura productiva o productos cíclicos que evolucionan.
Quizás la expectativa del público se ha frustrado porque no ha encontrado revolución.

Por muchas veces que almodobar haya estado en Nueva York, sigue siendo más de pueblo que las bellotas, que ya nacen con boina.

Estupendo comentario sobre Almodóvar y sus películas. Lo era también el análisis de Gustavo Martín Garzo recientemente en “El País”. Lejos, los dos, de la bilis vertida por Boyero. Es curioso que de cine escriban mejor los que no son estrictamente especialistas. Almodóvar tiene un estilo desde el principio, lo ha tenido que convertir en “marca” porque hoy, si se quiere ser distribuido y llegar al alcance de mucha gente, no puede uno escaparse del mercado sin la consecuencia de quedar reducido a carne de museo minoritario. En ese sentido es bueno que la productora sea propia: da más libertad y no se corre el riesgo de ver su obra interrumpida sin terminar ( todos recordamos el caso de “EL Sur” de Erice).
No es “Los abrazos rotos” el mejor Almodóvar ( para mi “ Hable con ella”) pero si mantiene con dignidad un buen nivel sin abdicar del estilo, ese estilo que le hace rechazable desde el primer día por los conservadores de todo tipo. No suele Pedro Almodóvar (aquí en España) sumar muchos adeptos nuevos, los que le rechazaron desde el primer día siguen, mayoritariamente, haciéndolo: son los mismos a quienes no gusta Valle Inclán o Buñuel. Los que hasta hace poco contestaban a Picasso y preferían a Dalí (a quien tampoco entendían) porque acabó convertido en un fascista caricaturesco. Hay en Almodóvar, como lo había en Buñuel, esa difícil capacidad de evidenciarnos que el surrealismo y el hiperrealismo no están tan lejanos (y menos en España), también esa iconoclastia y las manifiestas referencias pop ( remitiendo a Warhol o a Richard Hamilton) a las que alude Rojo.
Rafael Azcona decía que él no hacía humor negro, se limitaba a contar lo que veía. Indica J. A. Rojo que Almodóvar “tiene un finísimo oído para el ruido y las inquietudes de la calle”. Dos de nuestros mejores guionistas se nutren – cómo no – del entorno, un entorno tan diverso como rico (es complicado imaginar a Azcona como guionista de una película de Almodóvar, tanto como a éste dirigiendo “ La grande bouffe”) que asimilado – y una vez digerido – por gente de tanto talento nos es devuelto, sea en color negro ( de humor negro) por Azcona o con la explosión colorista de Almodóvar, para disfrute y estimulación intelectual. Azcona rechazaba llegar al corazón, al sentimiento fácil de los espectadores, prefería ir directamente al cerebro. Almodóvar puede, a veces, tocar esas teclas transportándonos casi al borde de las lágrimas. Alguien debería, de cualquier forma, estudiar los puntos en común entre ambos cineastas. Tienen que ser muchos.

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Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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