El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

La cuenta pendiente

Por: | 30 de abril de 2009

Lo que Clint Eastwood hace en muchas de sus películas es explorar el mundo familiar, todo el recoveco de afectos que lo sostienen y todos los conflictos que se van postergando, hasta que estallan. Gran Torino trata de la vejez. Es la historia de un inadaptado: el ritmo con que marchan las cosas va demasiado rápido y los mayores terminan quedándose fuera. O, más bien, los empujan a los márgenes, los borran. Walt Kowalski, un trabajador jubilado de la industria del automóvil, no va a dejar que eso ocurra. Ha muerto su mujer y sus hijos procuran quitárselo de en medio. Ahí, en un barrio en el que se ha convertido en una rareza cuando ha ido llenándose de inmigrantes, sigue abriendo cerveza tras cerveza en el porche de su casa. Y entra en contacto con sus vecinos de la etnia hmong.

En ese nuevo mundo que se ha ido forjando con la llegada de sus vecinos del sudeste asiático, le cuentan, las chicas van a la universidad y los chicos a la cárcel. Kowalski pertenece a la vieja escuela: en su casa cuelga una bandera de Estados Unidos y él todavía cree en un puñado de antiguos valores que tienen mucho que ver con el patriotismo, con la disciplina, con el sentido del deber. Y adora su coche Ford Gran Torino. Un muchacho hmong de la casa de al lado, presionado por una de las bandas del barrio de jóvenes violentos, intenta robárselo. Y del fracaso del empeño surge, paradójicamente, una estrecha relación.

Gran torino

La de Kowalski con el muchacho, y con la hermana del muchacho. En muchas de las películas de Eastwood, como ocurre en muchos westerns, hay alguna vieja cuenta del pasado pendiente de resolverse. Una deuda, un pecado, un error. Nada ocurre porque sí, eso es lo que dicen esas historias. Por eso, en Gran Torino, no es casual que desde el principio aparezca un joven sacerdote que no deja de dar la murga a propósito de la vida y la muerte. Quiere que Kowalski se confiese, es una promesa que le hizo a su mujer antes de que muriera.

Vida y muerte. Y luego el tercer elemento que las une: la violencia, que sirve para establecer las reglas de juego y para acotar los límites de tu territorio. Kowalski estuvo en la guerra de Corea y los rasgos de esos vecinos que le están cambiando la vida son los mismos que los de sus enemigos de entonces. En Gran Torino, una película llena de humor y cargada también con un aceptable dosis de ternura, Clint Eastwood regresa a una vieja, y trágica, cuestión: ¿es posible la salvación? Kowalski deja su perro en casa de los vecinos, se confiesa con el joven sacerdote y coge su coche para ocuparse de resolver de una vez una cuenta pendiente.

“Un instante de vida plena”

Por: | 28 de abril de 2009

Octavio paz gorka lejarcegi

Sigo con Octavio Paz (La foto es de Gorka Lejarcegi). He regresado este fin de semana a sus libros, dando saltos de un lado a otro. Hay momentos en los que se impone su poderosa erudición, que lo mismo trajina por Japón y la India que por las oscuras resonancias de la poesía de Mallarmé. Hay otros en que leerlo es celebrar la incorporación de la mirada crítica a la tradición hispana, una mirada que escarba sobre los signos inmediatos y que relaciona momentos y realidades distintas y que cuestiona las lecciones heredadas. Pero en Paz está también el poeta que mantiene vivo el desafío de las vanguardias, el de ir siempre un poco más allá, y el hombre que consigue que México se convierta en un mundo próximo.

Y de rato en rato, su obsesión recurrente por tratar del amor. En sus versos, en sus ensayos. Así que copio dos fragmentos de dos libros distintos. En Cuadrivio, al que pertenece el primero de ellos, están reunidos cuatro de los mejores ensayos de Paz (ahí están los magistrales que dedica a Cernuda y Pessoa). La otra referencia pertenece a El laberinto de la soledad, su apasionante viaje al interior de la conciencia de México. Ahí van:  

“Hay que decirlo una y otra vez: el amor, todo amor, es inmoral. Imaginemos una sociedad distinta a la nuestra y a todas las que ha conocido la historia, una sociedad en la que reinase la más absoluta libertad erótica, el mundo infernal de Sade o el paradisíaco que nos proponen los sexólogos modernos: ahí el amor sería un escándalo mayor que entre nosotros. Pasión natural, revelación del ser en la persona amada, puente entre este mundo y el otro, contemplación de la vida o la muerte: el amor nos abre las puertas de un estado que escapa a las leyes de la razón común y de la moral corriente”.

“Le pedimos al amor –que siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer– que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos, pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto”.

“Cuentos dibujados con humo”

Por: | 27 de abril de 2009

Alejandro rossi

El 15 de abril de 1988, Octavio Paz leyó un breve texto en la presentación en México de la quinta edición del Manual del distraído, de Alejandro Rossi (la foto es de Marcelo Salinas). He vuelto a leerlo este fin de semana, en el que me he dedicado a volver sobre  algunos textos del autor de El laberinto de la soledad. Ha sido una tarea gratísima recorrer algunos de sus ensayos sobre los poetas y narradores mexicanos sobre los que escribió. Es tal la cercanía con que los aborda y son tantos los minúsculos detalles sobre los que se detiene que hay, en esas piezas, mucho del novelista que pone en escena a unos personajes para interpretar un inquietante desafío vital: el de escribir. Las figuras de Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, José Revueltas, Juan Rulfo y Jorge Ibargüengoitia, entre otros muchos, aparecen ahí con sus desafíos y sus manías, con sus excesos y carencias, con su loco afán de sacarles el mayor provecho a las palabras.

Como nunca está de más acordarse de Alejandro Rossi, les copio unas cuantas frases que escribió Paz a propósito de su condición de distraído.  

“Por la ligereza y la elegancia de la escritura, por la felicidad de sus frases, por los vericuetos en los que se arriesga sin extraviarse, por las minucias que lo detienen y por la irónica perplejidad con que sigue a una sombra o se deja perseguir por otra, es un distraído. Equidistante de la abstracción de la contracción, el distraído no es un indiferente; al contrario, se siente atraído por las diez mil cosas que, según los chinos, componen este universo. El distraído se pasea por el mundo y, de vez en cuando, susurra unas palabras. ¿Habla a solas? No, conversa con un interlocutor invisible. Al regresar de su paseo, el distraído desaparece o, más exactamente, se disipa, vuelto brisa, murmullo --¿espíritu? El interlocutor encarna: es un hombre que escribe, lento y aplicado, en una clara y pequeña habitación. A veces se detiene, alza el rostro y mira por la ventana unos follajes y un muro ocre. Sopla un vientecillo; sobre el muro danzan, ligeras, las sombras del follaje. Escritura del viento, escritura de la distracción. Las sombras se transforman en signos, los signos en ensayos, retratos, cuentos dibujados con humo”.

Hacia la destrucción

Por: | 24 de abril de 2009

“Mire cara a cara la verdad por una vez en su vida”, le dice el estudiante Trofímov a Ranevskaia, la dueña de las propiedades donde florecen los hermosos cerezos. La mujer ha vuelto a Rusia después de pasar una temporada en París, donde ha vivido una apasionada historia de amor con un hombre que la ha trasquilado: no tiene ya un céntimo, va a perderlo todo. Y la mujer contesta: “¿Y qué verdad es ésa? Usted puede ver dónde está la verdad y dónde no está, pero yo he perdido el sentido de la vista y no veo nada”. Y luego: “Usted mira resueltamente hacia delante, pero ¿no es quizá porque no ve ni espera nada horrible, porque la vida sigue aún oculta a sus ojos?”. El diálogo de El huerto de los cerezos (Alianza, 1991; traducción de Juan López-Morillas), de Antón Chéjov, volvió a vibrar hace unos días en el escenario del teatro Español de Madrid. La dirección la firmaba Sam Mendes y la interpretó la compañía que ha fundado con Kevin Spacey, The Bridge Project.

Lo que Chéjov cuenta es el derrumbe, la destrucción, el final de una época: la noble Ranevskaia no ve todas esas verdades que Trofímov defiende con vehemencia. ¿No será que la vida sigue aún oculta a sus ojos?, eso le dice, como si advirtiera en su caída que cuantos se empeñan en cambiarlo todo es porque aún no se han enterado de nada. “No concibo la vida sin este huerto de los cerezos”, confiesa la dama. Luego le dirá que es un joven de veintiséis o veintisiete años pero que sigue siendo unFoto1 colegial, y también: “Usted no es un puro, sino que se jacta de pureza, un tipo ridículo, un engendro…”.

Sam Mendes, como ya hizo en su reciente película Revolutionary Road, se ha puesto al servicio del texto, y sirve en escena las palabras de Chéjov sin ninguna voluntad de añadirles esa creatividad suplementaria de la que tantos directores presumen. Así que hay que agradecérselo. Cuenta, además, con un elenco de actores magníficos, entre los que sobresalen Simon Russell (en la imagen), que borda el personaje del hijo de campesinos que se ha hecho rico con sus negocios, y Rebeca Hall (en la otra imagen), la hija adoptiva de Ranevskaia. Tan bien lo hacen que la historia de su compleja relación conquista el primer plano, postergando a otros de similar (o mayor) relevancia. Pese a su notable propuesta, las cosas quizá se le van un poco de las manos a Mendes, y hay momentos que debían de haber hecho temblar el teatro que simplemente pasan inadvertidos (como el encuentro entre Ania y Trofímov, que se queda en nada, quién sabe si por el flojo trabajo de Morven Christie y Ethan Hawke).Foto2

  
Así que el trágico desmoronamiento de un mundo. El joven visionario y el pragmático nuevo rico anuncian el final de una nobleza que ha condenado a Rusia a la miseria. Por mucho que quieran hacer por salvarlo, no es posible. Hay cosas (como ese centenario armario consagrado a “los más altos ideales del bien y de la justicia”, que celebra el hermano de Ranevskaia) que ya no tienen cabida en el nuevo mundo. Ese mundo que ha de convertir el huerto de cerezos en parcelas donde construir chalets para los veraneantes: el mundo del futuro, nuestro mundo.

El prodigio

Por: | 21 de abril de 2009

En un discurso que el presidente de la República Manuel Azaña pronunció en el Ayuntamiento de Madrid el 13 de noviembre de 1937, dijo: “Se ha reconstruido una moral militar. ¿A qué se debe este prodigio? Yo no lo sé”. Había pasado más de un año después de que los militares rebeldes asestaran el fatídico golpe al régimen que él presidía y, a pesar de que los reveses que había padecido la República eran notorios, el ejército se había rehecho y estaba ahí, luchando. El combatiente era consciente de su “enorme responsabilidad” y de lo que se jugaba en la partida, decía Azaña para elogiar a las fuerzas que habían defendido Madrid un año antes. La resistencia de la capital al avance de las tropas franquistas había cambiado radicalmente el curso de la guerra. No iba a ser cosa de días, así que los rebeldes decidieron volcar sus esfuerzos en la conquista del norte republicano. Lo cuenta Jorge Martínez Reverte en El arte de matar. Cómo se hizo la guerra civil española (RBA), donde reconstruye las peripecias militares del conflicto.
    
Azaña reconoció en aquel discurso de Madrid no saber a qué se debía el prodigio de que se hubiera reconstruido la moral militar. Bilbao había caído en junio; Santander, en agosto; en octubre, las últimas plazas de Asturias no consiguieron detener el avance de Franco: el Norte era suyo. De nada habían servido las ofensivas que el Ejército Popular puso en marcha, una y otra vez, para detener (o por lo menos aplazar) la ofensiva de las fuerzas enemigas. Ni el ataque a La Granja (Segovia), ni la imponente batalla de Brunete, ni las maniobras en el frente del Este consiguieron, al final, gran cosa. Por eso quizá Azaña se asombraba. En noviembre de 1937, los combatientes republicanos conservaban la moral militar. En diciembre iban a demostrar que también sabían pelear: se precipitaron sobre Teruel y obligaron a Franco a renunciar, otra vez, a conquistar Madrid, a pesar de haber acumulado una ingente cantidad de fuerzas para rendir la capital atacando desde Guadalajara.

Jorge martinez reverte uly martin

Lo que Jorge Martínez Reverte (la foto es de Uly Martín) ha hecho en su último libro es reconstruir lo que pasaba en los Estados Mayores de los dos ejércitos y cómo lo que allí se decidía se llevaba después a los campos de batalla. Ya se había familiarizado con el tema en sus libos anteriores: La batalla del Ebro, La batalla de Madrid, La caída de Cataluña (todos en Crítica). Claro que también trata de los movimientos de los políticos y del panorama internacional, pero siempre en función del curso de las acciones de guerra. ¿Por qué el conflicto duró tanto si era manifiesta la superioridad de recursos en el bando liderado por Franco?

Una vieja pregunta, a la que se ha respondido con dos argumentos, muy semejantes. Si la guerra duró tanto se debió a la impericia técnica de Franco o bien a su afán de prolongarla para disponer de más tiempo para exterminar a su enemigo. Pocas veces se ha subrayado, acaso por su escandalosa falta de recursos, el papel del Ejército Popular. Y la lectura que hizo Franco de la coyuntura internacional. Lo que Reverte ha encontrado en los papeles que conservan archivos poco frecuentados y en la información más reciente a la que se ha podido acceder es que ambas aspectos tuvieron un papel primordial. Que, a pesar de sus numerosos errores y de su debilidad, el Ejército Popular se lo puso difícil al caudillo. Y que, en momentos decisivos, éste eligió la prudencia –y no buscó una victoria inminente— ante el riesgo de que Francia pudiera intervenir en la Guerra.

La lucha incansable

Por: | 16 de abril de 2009

La reconquista de Teruel por las tropas franquistas dejó al Ejército Popular destrozado, y destrozada quedó también la moral del Gobierno. Pero no hubo ni tiempo para valorar el desastre, ni mucho menos para recuperarse. El 9 de marzo de 1938, “unos 150.000 hombres, apoyados por centenares de piezas de artillería y de aviones de la Legión Cóndor  y de la Aviazione Legionaria, comenzaron a avanzar por el territorio aragonés”. Lo cuenta Julián Casanova en un pequeño libro que publicó el año pasado la Diputación de Huesca a propósito de La Bolsa de Bielsa. Y es que en esta pequeña localidad del Pirineo aragonés tuvo lugar una de las grandes gestas del Ejército Popular de la República. La 43ª División resistió durante dos meses el brutal asedio de las fuerzas franquistas. Cuando las cosas empezaron a ponerse feas a principios de abril, unas 6.000 personas se dirigieron a Francia a través de la nieve. Es lo que cuenta el documental El puerto de hielo, producido por Sintregua para Aragón Televisión, y que se distribuye junto al libro citado, en el que se recogen también textos de Alicia Alted Gil y Alberto Sabio Alcutén.Bielsa division 43

El frente aragonés se derrumbó en cuanto empezaron los ataques. El 10 de marzo cayó Belchite; el 14, Alcañiz; el 17, Caspe. El ataque franquista se dividió entonces, y hubo parte de sus fuerzas que actuaron al sur del Ebro, conquistando Gandesa el 1 de abril, y parte que lo hicieron al norte: Fraga cayó el 27 de marzo y Lérida el 3 de abril. El mayor éxito se produjo el 15 de abril cuando, al llegar el ejército rebelde al mar, dividió en dos la zona republicana. Al norte de Huesca, la 43ª División (en la imagen, algunos de sus oficiales) reculó hacia la línea fortificada del río Cinca, y aguantó allí la ferocidad de los ataques. "Fue la gesta heroica de la Bolsa de Bielsa’, escribe Casanova, “por la que pasaron a la historia unos 6.000 soldados mandados por Antonio Beltrán Casaña, el Esquinazau, un republicano convencido que ya había comprometido su vida en la sublevación de Jaca de diciembre de 1930 y que continuaría su lucha, tras el final de la Guerra Civil, en la guerrilla antifranquista en los años cuarenta”.

Uno de los momentos más dramáticos de la resistencia se produjo cuando las reducidas fuerzas republicanas se vieron aisladas en Bielsa y rodeadas por todas partes por la 3ª División navarra. Del dramático momento que vive la población civil, que no tiene más remedio que huir, se ocupa el documental. Construido a partir del diario de María, una niña de seis años que realizó el largo y penoso trayecto hacia Francia con su madre y su abuela, mezcla la narración (ilustrada con dibujos) de los apuntes de la pequeña, los testimonios de los supervivientes, una reconstrucción con actores del episodio e imágenes y películas de la época.

BielsaLa ferocidad de los bombardeos, el descubrimiento de la muerte, el miedo, la obligación de partir, los afanes por esconder en el monte las pertenencias más queridas, el duro trayecto (en la imagen), los accidentes, la llegada a Francia. Los supervivientes que hablan inspiran una inmensa ternura por la manera de mirar hacia atrás: sin ira, con sentido del humor. Bielsa fue arrasado por las bombas. La 43ª División consiguió aguantar hasta el 9 de junio, cuando se produjo el ataque definitivo del ejército franquista. Escribe Casanova: “El Esquinazau ordenó el repliegue hacia la frontera y en la madrugada del 16 la 43ª División se encontraba ya en Francia. La mayoría de sus soldados, con su jefe a la cabeza, volvieron a la España republicana en agosto y combatieron después en la batalla del Ebro y en Cataluña, hasta que los franquistas conquistaron toda esa región a comienzos de febrero de 1939”.

El heroico desafío de resistir

Por: | 14 de abril de 2009

En el prólogo que Gabriel Jackson escribió para la primera edición que se publicó en 1976 en España de La República española y la guerra civil, ese libro en el que tantos y tantos aprendieron a  acercarse a la trágica historia de aquellos años, explicaba que allí había puesto “un poco más de énfasis en las personalidades que el que pondría si escribiera hoy”. Era el único detalle que, entonces, habría retocado de un trabajo que recuperó tal como había aparecido en 1965, publicado por la Princeton University Press. Resulta llamativo que, más de treinta años después de aquella observación, lo que haya hecho el brillante hispanista sea publicar una biografía de Juan Negrín, el "médico, socialista y jefe del Gobierno de la II República española", tal como lo define en el subtítulo del libro. En 1976 confesaba que hubiera insistido más “en los factores objetivos, económicos y diplomáticos, y menos en los individuales”; en 2008 lo que Jackson da a la luz es el retrato de un hombre. Como si, finalmente, y a la hora de volver sobre aquel periodo, hubiera recuperado aquel espíritu que contagió a su célebre libro: la de subrayar la importancia de de los individuos concretos en el rumbo de la historia.

Gabriel jackson monica torres 1

Y la importancia de Juan Negrín en el desarrollo de la Guerra Civil fue decisiva. Así que Gabriel Jackson (la foto es de Mónica Torres) se vuelca en el personaje y va rebanando capa a capa los múltiples aspectos de su fascinante personalidad, y aparece primero el hombre, luego el científico, después el ministro de Hacienda… Cuenta también los difíciles momentos que le tocó vivir, como el de la desaparición y asesinato de Andreu Nin (el líder del POUM), o su explosiva relación con Indalecio Prieto, el gran político socialista que lo apoyó en sus inicios y con el que tuvo una gran complicidad hasta que sus divergentes criterios sobre la guerra los separaron (dramáticamente). Dice Jackson nada más empezar el libro que, si no hubiera habido guerra, “Juan Negrín habría pasado su vida adulta como fisiólogo y médico de familia, gestor académico, apasionado de la música y las artes, empedernido coleccionista de libros y estudiante de lenguas, para las que tenía un talento destacado”.

Le tocó finalmente ser el político que defendió con uñas y dientes a la República, el que se volcó más a fondo por una causa que fue derrotada. Su figura ha pagado esa derrota. En abril de 1937, Azaña lo eligió como jefe de Gobierno para sustituir a Largo Caballero por su tranquila energía. Un año después, el presidente se había distanciado de Negrín, aunque a principios de 1938 todavía se respetaran, “a pesar de que Azaña se inclinaba a dar la guerra por perdida y Negrín, en cambio, estaba decidido a resistir hasta que británicos y franceses reconocieran que ellos eran los más interesados en ayudar a la República a sobrevivir”.

Ése fue su gran desafío. Y se aplicó en él a fondo, contra todas las dificultades. Fueron muchas: entre abril de 1938 y el final de la guerra se quejó a varios colaboradores de que no lo dejaban gobernar. Escribe Jackson: “Las iniciativas diplomáticas que Azaña, Besteiro y las autoridades autonómicas tanto de Cataluña como del País Vasco, cada uno por su parte, estaban socavando su autoridad, violando la Constitución y, por supuesto, haciendo que le fuera imposible defender una posición oficial y de unidad para exigir una paz sin represalias”. Aún así, consciente de lo que se estaba jugando, siguió adelante. El libro de Gabriel Jackson, como los anteriores que le han dedicado a Negrín Ricardo Miralles y Enrique Moradiellos, han conseguido atrapar las trágicas condiciones en las que ese hombre batalló por la causa de la democracia.

(Para celebrar la aparición de su Juan Negrín, la editorial Crítica ha creado una Biblioteca Gabriel Jackson, que incluye su libro sobre la República y la guerra; Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX; Memoria de un historiador, y Costa, Azaña y el Frente Popular).

Coraje sin recompensa

Por: | 08 de abril de 2009

“Fue en España donde los hombres aprendieron que es posible tener razón y, aun así, sufrir la derrota; que la fuerza puede vencer al espíritu, y que hay momentos en que el coraje no tiene recompensa”. La frase es de Albert Camus, y la recoge Paul Preston en un trabajo reciente para explicar la fascinación que produjo la Guerra Civil en el mundo entero. Tener razón y perder, y anotaba el escritor francés: “Esto es, sin duda, lo que explica por qué tantos hombres en el mundo consideran el drama español como una tragedia personal”. Y el caso es que han pasado setenta años de aquello, y todavía hoy permanece el interés y continúa la polémica. Preston explica que “Franco se esmeró por mantener la guerra como una llaga viva y ardiente” a lo largo de la dictadura y cuenta cómo, a los meses de terminado el conflicto, empezó a publicarse una Historia de la Cruzada Española en fascículos semanales, “que glorificaba el heroísmo de los vencedores y retrataba a los vencidos como marionetas de Moscú, como miserablemente egoístas o como locos sanguinarios perpetradores de sádicas atrocidades”.

Represion en la zona republicana

El año pasado se reunieron en un libro titulado simplemente La guerra civil española las intervenciones de unas jornadas que organizó la Fundación Pablo Iglesias y que coordinaron Julián Casanova y el propio Preston. Viene bien tener a mano un volumen de esas características porque permite volver a las grandes cuestiones de un conflicto que debe dejar de ser un motivo de crispación política. Uno de los caminos que acaso sirva es el de conocer lo que pasó entonces. Casanova, en su texto, aborda una de las cuestiones que acaso siguen contribuyendo a que la herida no se cierre: la brutal violencia política (en la imagen,una iglesia asaltada en Barcelona). Cayeron “100.000 en la zona controlada por los militares sublevados y algo menos de 60.000 en la republicana”, escribe. Habla de las “sacas” y los “paseos”, de las checas, de los ajustes de cuentas, de la represión salvaje del enemigo. La brutalidad contra las mujeres, el asesinato de Lorca y el fusilamiento de José Antonio, la persecución y muerte de tantos religiosos (en un lado) y rojos (en el otro), la complicidad de la Iglesia… La violencia hecha en nombre de la Patria y la Religión y la que desencadenaron las turbas incontroladas en plena anarquía.

Se batieron dos bandos, pero Mary Nash (que se ocupa de Mujeres en guerra: repensar la historia) recuerda que hubo tres Españas en 1936, y muchas guerras latentes y paralelas y una sociedad compleja atravesada por múltiples conflictos. Enrique Moradiellos profundiza en la dimensión internacional del conflicto (“el resultado de la Conferencia de Munich no fue sólo la desmembración de Checoslovaquia sino la práctica extinción del ‘problema español’ como foco de tensión internacional”, escribe de uno de los momentos más delicados de la República) para mostrar como terminó por ser “una pequeña guerra civil europea en miniatura”. Conxita Mir Curcó se ocupa de La política represiva de la nueva España; Borja de Riquer i Permanyer, de Cataluña durante la Guerra Civil;  Joan Maria Thomas, de La España sublevada, y Jorge Martínez Reverte propone una nueva lectura de las peripecias militares.   

Un puñado de textos, pues, que recorren la guerra con un mismo afán: afinar los instrumentos de lectura, borrar las querencias ideológicas, escapar de las adherencias partidistas, proponer un poco de luz. Existió la barbarie y existió el coraje. La victoria del bando franquista no trajo, por desgracia, la paz. Escribe Conchita Mir Curcó: “Las prácticas jurídicas de posguerra fundamentan una venganza de amplio alcance cobijada bajo un pretendido manto de legalidad”. Así empezó la dictadura. 

La monotonía de una Europa fascista

Por: | 07 de abril de 2009

Carl Einstein fue uno de los muchos extranjeros que vinieron a España a luchar en defensa de la República. Llegó el 19 de julio de 1936 y se incorporó a la columna Durruti con la que marchó hacia Aragón. Cuando el líder anarquista murió de forma accidental en el frente de Madrid en noviembre de ese año, Einstein redactó una necrológica que leyó por la emisora de radio de la CNT-FAI. Estuvo después largo tiempo en Pina del Ebro formando parte de la división Durruti, y participó en diferentes escaramuzas (en el frente de Madrid, en Guadalajara, en Fuentetodos). Fue herido varias veces y le llegaron a proponer el mando militar de su división. Había sido cazador en África y era un gran deportista, destacando como internacional en fútbol y boxeo. Pero su fama procedía, sobre todo, de su trabajo como teórico del arte. Conocía a fondo las vanguardias, había escrito sobre arte africano, defendía que el cubismo había sido el movimiento fundacional de la modernidad. En 1912 publicó una novela experimental (Bebuquin o el diletante de los milagros) y, tras la Gran Guerra, se afilió al Consejo de Soldados de Bruselas y a la Liga Espartaco. Cuando le preguntaron en 1938, mientras convalecía de una herida en Barcelona, cuál era el papel del intelectual, Einstein contestó: “abandonar el privilegio de una cobardía venerable y mal pagada e ir a las trincheras”.

“Mirar es actuar, y ver significa estimular lo real todavía invisible”, había escrito en 1933 en un libro en el que se ocupó de su amigo Georges Braque. Entendía que el arte determina nuestra visión del mundo hasta el punto de que, tal como explicaba Antoni Marí en un artículo reciente, para Einstein “el objetivo del arte es violentar nuestra visión y darle a ver lo que sin la experiencia artística sería imposible conocer y ver”. La guerra le obligó a poner entre paréntesis muchas de sus ideas, y durante los días que vivió en España fue mucho más rotundo: “Las ametralladoras se burlan de los poemas y los cuadros”, dijo. Salió hacia Francia cuando las tropas franquistas tomaron Cataluña. Sobrevivió allí como pudo hasta la entrada de los nazis. Entonces quiso alistarse en la legión extranjera para seguir combatiendo. No lo dejaron: era demasiado mayor (había nacido en 1885) . El 5 de julio de 1940, al pie de los Pirineos, se quitó la vida.

En febrero de este año terminó la exposición que el Reina Sofía dedicó a Carl Einstein en Madrid. Una propuesta peculiar, pues lo que allí se contaba era la visión del arte del siglo XX de un teórico fascinante y atípico, de un hombre que había vivido los desafíos de la vanguardia y que batalló incansable por cambiar el mundo. La editorial Mudito & Co. ha publicado hace poco La columna Durruti y otros artículos y entrevistas de la Guerra Civil española. Le preguntaron cuando estuvo aquí por qué había cambiado el libro por el fusil. Contestó: “Porque no quiero soportar la monotonía de una Europa fascista”.

Entierro de Durruti

Entre múltiples piezas africanas y obras de Grosz, Dix, Beckmann, Klee, Picasso, Braque, Léger y tantos otros, en el Reina Sofía se podía ver la proyección del entierro de Buenaventura Durruti en Barcelona en 1936 (en la imagen, unos milicianos llevan a hombros su féretro), En el texto que Einstein leyó por radio, dijo entonces con el entusiasmo de aquellos días: “Todos cumpliremos con las leyes revolucionarias lo mejor que podamos. La base de nuestra columna consiste en la confianza mutua y la colaboración voluntaria. Con mucho gusto, les dejamos a los fascistas el fetichismo del caudillismo y la producción de vedettes. Nosotros seguiremos siendo proletarios armados que nos sometemos voluntariamente a una disciplina útil”.

La vida es una cosa muy seria

Por: | 06 de abril de 2009

“Nosotros hacemos la guerra porque nos la hacen”, dijo Manuel Azaña en su discurso en el Ayuntamiento de Valencia del 21 de enero de 1937. Hasta entonces no se había pronunciado en exceso, salvo unas palabras por la radio pocos días después del golpe de los militares rebeldes. En esa ocasión habló con contundencia y extrema lucidez. Explicó que la República no había agredido a nadie, que hubiera querido que la asonada  no fuera más que un problema de orden público, y señaló que, por desgracia, no había sido así: si no hubiera habido antes una intensa participación internacional, “la rebelión militar española no habría estallado”. Así que habló de invasión extranjera y de la necesidad de defender la libertad de la nación. Y se refirió a los combatientes, pensando en todos aquellos que en Madrid habían detenido la ofensiva franquista.

Manuel azaña 4   
El volumen sexto de las obras completas de Manuel Azaña (en la imagen), que con una minuciosa y ejemplar edición de Santos Juliá han publicado el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y Taurus, recoge los textos que escribió en la guerra y poco después de que ésta finalizase, entre julio de 1936 y agosto de 1940, unos meses antes de que falleciera el 3 de noviembre. Están sus discursos, las entrevistas que concedió, la magistral pieza teatral La velada en Benicarló, la conversación telegráfica que sostuvo con miembros del Gobierno durante la crisis de mayo de 1937 en Barcelona, sus reflexiones sobre el conflicto que redactó en Collonges-sous-Salève, sus apuntes de memoria, el diario de La Pobleta, sus notas de Pedralbes, la crónica del final de la campaña de Cataluña y de su destierro que le hizo a Ángel Ossorio y un montón de cartas y telegramas. 

El volumen es estremecedor y es, también, una hermosa lección de política y de vida y de humanidad: ahí está desnuda la mirada de un hombre de Estado al que le ha estallado una guerra en las manos y que procura entender lo que está sucediendo y que busca, con desesperación muchas veces, encontrar la salida a tanto sufrimiento. Lo que conmueve de sus discursos es su hondura y su radicalidad a la hora de defender una España democrática. Sabe ser duro con sus enemigos y sabe, también, agradecer los inmensos esfuerzos de quienes arriesgan su vida en el campo de batalla.

El golpe hundió al Estado republicano. Y una de las cuestiones que no dejó de celebrar Azaña en sus discursos fue una de las operaciones decisivas para recuperar “el sistema entero de gobernación de España”: la reconstrucción del ejército. Una y otra vez se rinde ante el valor de los combatientes. Y, en su discurso de julio de 1937, dice estas sabias palabras a propósito de la moral del defensor de la República: “su descubrimiento terrible de que la vida es una cosa muy seria, de que nadie puede fiar nada a la improvisación, de que la vanidad es mala consejera y que no se logra nada con algarabías y gritos, sino con esfuerzo silencioso”. Así quiso que fueran cuantos lucharon contra las fuerzas franquistas, las marroquíes, las alemanas y las italianas; así fueron muchos de ellos.

El País

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