Manuel Azaña, el presidente de la República, tardó varios días en salir de un profundo mutismo después de que un grupo de militares diera un golpe de Estado el 18 de julio de 1936. Hasta el día 23 no dijo nada, y entonces se dirigió a los españoles a través de la radio. Santos Julià reconstruye el contenido de su mensaje en Vida y tiempo de Manuel Azaña. 1880-1940 (Taurus) con estas palabras: “El pueblo español, heredero de aquel otro pueblo que opuso a los ejércitos de Napoleón una heroica resistencia, estaba escribiendo en aquellos momentos, ‘en circunstancias maravillosamente parecidas a las de entonces’, la epopeya de su libertad”. Eso dijo Azaña, en un momento en que la República no sólo se enfrentaba a los militares rebeldes sino que también empezaba a ser amenazada por unas masas que, tras haber accedido a las armas para frenar el golpe, se disponían a hacer la revolución.
Un mes más tarde, Azaña sufrió la primera tentación de dimitir. El 22 de agosto un grupo de exaltados entró en la cárcel Modelo de Madrid y liquidó a algunos de sus amigos que se encontraban recluidos allí, entre ellos el que había sido su jefe en el Partido Reformista, Melquíades Álvarez. El sufrimiento y el dolor, y la impotencia ante la crueldad y la venganza que descubrió en su propio bando, lo marcaron de manera indeleble. Y, en buena medida, por lo menos hasta principios de 1937, Azaña desapareció. Salió de Madrid en octubre y se instaló en Barcelona, primero en el Palacio de la Ciudadela, después en el Monasterio de Montserrat. Apuntó de su estancia en este último lugar: “reclusión y tristeza”.
Cuando la República resistió en Madrid, y empezó a verse que la guerra podía ser larga, Azaña salió de las sombras. En enero de 1937 dio su primer discurso, y pronto empezó a defender su “plan”: “que se negocie, bajo presión internacional, una suspensión de armas entre los combatientes”, explica Santos Juliá (en la imagen). El 7 de mayo le encarga a Julián Besteiro, que va a asistir en Londres a la coronación de Jorge VI, que se lo comunique a Anthony Eden, el secretario del Foreign Office, para que opere en consecuencia. Esfuerzo inútil: ni el Reino Unido, ni tampoco Francia iban a colaborar para detener el arrollador avance de Franco, que a finales de año y, frente a una eventual mediación internacional, declaraba: “Rechazaré incluso entrar en contacto. Mis tropas avanzarán. La opción para el enemigo es la lucha o la rendición incondicional, no hay ninguna otra”.
Y así fueron las cosas. Azaña esperaba encontrar en la “tranquila energía” de Juan Negrín un camino para salir del atolladero en mayo de 1937, pero a principios de 1938 se habían distanciado. “Azaña pretendía poner fin inmediato a la guerra”, escribe Santos Juliá refiriéndose a la pugna soterrada que enfrentó a los dos líderes de la República, “en la confianza de que una enérgica acción franco-británica obligaría a alemanes e italianos a retirarse y, de rechazo, a Franco a negociar”. No sucedería tal cosa. “La resistencia preconizada por Negrín descansaba en la confianza, no menos ilusoria, de que una victoria, si era grande, cambiaría el cursos de la guerra…”. Tampoco ocurrió. Azaña terminó saliendo de España el 5 de febrero de 1939 camino del destierro. Fue uno más de los episodios amargos que vivió y que Santos Juliá reconstruye con su finura habitual en su magnífica biografía del líder republicano.
Hay 4 Comentarios
Mi homenaje personal a la figura egregia de don Manuel Azaña en este post recién escrito sobre la estupenda biografía del profesor Santos Juliá:
http://lacomunidad.elpais.com/gillhooley/2009/6/26/libros-santos-julia-vida-y-tiempo-manuel-azana-1880-1940-
Saludos cordiales.
Publicado por: GILLHOOLEY | 26/06/2009 15:24:20
Siempre he pensado que hubiese sido preferible que Azaña hubiese cometido algunos errores en sus discursos y que, a cambio, hubiese demostrado un poco más de decisión a la hora de enfrentarse a la crisis de julio del 36.
Publicado por: Antonio Laborda | 06/04/2009 15:28:20
No he leído el libro de Juliá. No obstante, vistos en la distancia los esfuerzos de los "hombres buenos" por terminar con aquella guerra, no dejan de parecernos un poco ilusos. Tu recensión abona esa idea. Quizás esa fue una de las razones por las que fracasó aquel sistema, ¿no?
Publicado por: Miguel Angel Ortega | 05/04/2009 0:40:40
A ninguno de los dos le salió bien, pero con una gran diferencia.
Azaña esperó a que la solución le saliera al encuentro y para cuando le pasó la píldora al Dr. Negrín, ya las cosas estaban demasiado torcidas.
Se encontró con una España aislada, protagonista de una Europa paralizada, que solamente descansaba de la función para taparse los oídos y no escuchar el estallido de las bombas fascistas.
Este libro de Santos Julia parece una propuesta atrevida en una España hipocritilla en la que decir la verdad convierte al que lo hace casi en un kamikace.
Gracias de nuevo .
Publicado por: Marisa González | 04/04/2009 0:04:35