“Nosotros hacemos la guerra porque nos la hacen”, dijo Manuel Azaña en su discurso en el Ayuntamiento de Valencia del 21 de enero de 1937. Hasta entonces no se había pronunciado en exceso, salvo unas palabras por la radio pocos días después del golpe de los militares rebeldes. En esa ocasión habló con contundencia y extrema lucidez. Explicó que la República no había agredido a nadie, que hubiera querido que la asonada no fuera más que un problema de orden público, y señaló que, por desgracia, no había sido así: si no hubiera habido antes una intensa participación internacional, “la rebelión militar española no habría estallado”. Así que habló de invasión extranjera y de la necesidad de defender la libertad de la nación. Y se refirió a los combatientes, pensando en todos aquellos que en Madrid habían detenido la ofensiva franquista.
El volumen sexto de las obras completas de Manuel Azaña (en la imagen), que con una minuciosa y ejemplar edición de Santos Juliá han publicado el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y Taurus, recoge los textos que escribió en la guerra y poco después de que ésta finalizase, entre julio de 1936 y agosto de 1940, unos meses antes de que falleciera el 3 de noviembre. Están sus discursos, las entrevistas que concedió, la magistral pieza teatral La velada en Benicarló, la conversación telegráfica que sostuvo con miembros del Gobierno durante la crisis de mayo de 1937 en Barcelona, sus reflexiones sobre el conflicto que redactó en Collonges-sous-Salève, sus apuntes de memoria, el diario de La Pobleta, sus notas de Pedralbes, la crónica del final de la campaña de Cataluña y de su destierro que le hizo a Ángel Ossorio y un montón de cartas y telegramas.
El volumen es estremecedor y es, también, una hermosa lección de política y de vida y de humanidad: ahí está desnuda la mirada de un hombre de Estado al que le ha estallado una guerra en las manos y que procura entender lo que está sucediendo y que busca, con desesperación muchas veces, encontrar la salida a tanto sufrimiento. Lo que conmueve de sus discursos es su hondura y su radicalidad a la hora de defender una España democrática. Sabe ser duro con sus enemigos y sabe, también, agradecer los inmensos esfuerzos de quienes arriesgan su vida en el campo de batalla.
El golpe hundió al Estado republicano. Y una de las cuestiones que no dejó de celebrar Azaña en sus discursos fue una de las operaciones decisivas para recuperar “el sistema entero de gobernación de España”: la reconstrucción del ejército. Una y otra vez se rinde ante el valor de los combatientes. Y, en su discurso de julio de 1937, dice estas sabias palabras a propósito de la moral del defensor de la República: “su descubrimiento terrible de que la vida es una cosa muy seria, de que nadie puede fiar nada a la improvisación, de que la vanidad es mala consejera y que no se logra nada con algarabías y gritos, sino con esfuerzo silencioso”. Así quiso que fueran cuantos lucharon contra las fuerzas franquistas, las marroquíes, las alemanas y las italianas; así fueron muchos de ellos.
Hay 7 Comentarios
Más allá de la estupenda labor intelectual de Santos Juliá en su cuidada y rigurosa atención a la obra y la vida de don Manuel Azaña, y de la soberbia iniciativa de haber editado sus "nuevas" obras completas por el Centro de Estudios Constitucionales (dirigido por el rutilante historiador José Álvarez Junco), hay que decir muy claro: que este país le sigue debiendo un homenaje espectacular a la figura de don MANUEL AZAÑA DÍAZ, sin duda, el estadista más extraordinario que ha tenido España en toda su historia. Su labor política, intelectual y vital es un modelo de entrega, honestidad, servicio público, generosidad desinteresada y amor a España, a la República, a la cultura y a toda la historia de este país "de todos los demonios". ¡Viva don Manuel!
Publicado por: GILLHOOLEY | 04/06/2009 12:04:23
La fotografía:
Hay algo solemne, grandioso en la estancia. La enormidad y rigidez de las columnas se enfrentan a este hombre menudo y flexible. Quién viera la imagen como una partida diría que juega por que otro jugó antes, en esta lid nunca tuvo la iniciativa.
En sus manos, entre ambas, está la batalla, pero no sabe que hacer con ellas; las reposa cercanas y enfrentadas, sin comunicación: la una, cansada pero arriba y acomodada; la izquierda, abatida, casi derrotada, en el filo del abismo. La reflexión se intuye, no hay ruidos: la sutil ventaja (de la calidad; ¿quién pudiera ver el encuentro desde arriba?) le reconforta; aunque cierta desconfianza le dice que no va a ser suficiente.
La butaca le constriñe— ¿quiere él escapar?—, le obliga a intentar cuadrar el círculo: el damero sobresale inevitable de la base y hay trebejos, sin escaques asignados, que ya juegan otro juego. Todo fluye en su cabeza y lo retiene: ¿frente a qué?— ¡él si sabe quién es a quién en esta historia—;¿desde cuándo? Su problema es que esta vez ha olvidado—como Zenón cuando se indispuso contra Aquiles—que el reloj, que no vemos en la mesa, va marcado el tiempo de una contienda cuyo fin, de un modo u otro, no es lejano.
Publicado por: Odón Roca | 19/04/2009 13:40:29
A Jose.
Es falso que Azaña fuese un tarugo en cuestiones militares. Era un estudioso, fue un político que tuvo mando en plaza, trató de cambiar la historia incivica (cuando no criminal) del ejército español, acostumbrado a los asonadas durante el siglo XIX hasta la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera. Entender la compleja historia de los ejércitos -no sólo batallas, sino también toda la parafernalia de una organización jerárquica, de los lenguajes internos (protocolos, heráldica) a su sentido del honor. Por eso, su derrota es mayor. Porque él hizo el ejercicio de tratar de entender al opuesto, pero recibió reciprocidad. El ejército español era demasiado patán y orgulloso para dejarse dictar lecciones de un intelectual. Esperemos que el ejército haya cambiado, ya que la derecha cívica mantiene sus ideas patibularias y mendaces, las de siempre.
Publicado por: corydon | 14/04/2009 14:40:27
Azaña era un tarugo en cuestiones militares: ya sabemos que los intelectuales y los militares no saben de qué hablar. Remember Unamuno vs. Millán Astray. Azaña se lo cargó todo sin dar nada a cambio cuando fue ministro del ramo militar y luego nunca supo entender de qué iba una guerra, algo que se hace para ganar, no para resistir (como dijo Negrín). Fue un intelectual torpe, anodino y estúpido. Su frase "a los catalanes habría que bombardearlos cada 50 años" ya da bastantes claves de su estupidez. ¡Qué mal militar!
Publicado por: jose | 07/04/2009 14:32:48
Le propongo un juego: me gustaría que hiciera una entrada comentando la fotografía de hoy. Es enigmática y diáfana.Me comprometo a añadir mi comentario al respecto.[¿Está en la imagen lo mismo que en su texto? ¿Hay más? ¿Hay menos?]
Un saludo
Publicado por: Odón Roca | 06/04/2009 23:18:38
Quiero decir que, además de los horrores de la guerra y su talante melancólico y tendente a la depresión, vivía una triple decepción. Como estudioso de la cuestión militar durante años, como ministro de Defensa que fue y tuvo a sus órdenes a una parte de los generales que ahora se sublevaban contra la República, como hombre que ha intentando hacer las cosas bien, pero ve que todo se hunde.
Me gusta tu blog. Un saludo
Publicado por: corydon | 06/04/2009 18:06:49
Me parece que Azaña fue un experto en jurisprudencia militar. Escribió una historia del ejército de Francia, que es el primer ejército popular, ya que nace de la Revolución Francesa. "Estudios de política francesa: la política militar" o algo así. Por eso con la llegada de la II República fue nombrado ministro de Defensa. Es lógico que sus últimas meditaciones sean reconstruír lo que sin duda se le había ido de las manos hace mucho.
Publicado por: corydon | 06/04/2009 17:59:48