Ejercer de romántico las veinticuatro horas del día tiene que ser una condena difícil de sobrellevar. Pero son muchos los que se han aplicado a la tarea a lo largo de la historia. El exceso, el afán de romper los límites, esas ganas insaciables de vivirlo todo, el puro gusto de arrasar con las convenciones, la querencia por lo oscuro. De todo eso hay en el arrebato romántico, y Rüdiger Safranski lo cuenta muy bien en Romanticismo (Tusquets), que significativamente ha subtitulado Una odisea del espíritu alemán, porque es en ese país donde esa tendencia surgió y donde llegó más lejos. Fíjense sino en Novalis, el poeta de los Himnos a la noche, que tiempo después de que hubiera muerto su amada, Sophie von Kühn, de la que cayó perdidamente enamorado cuando ésta sólo tenía trece años, todavía “vivía solamente para su dolor”.
Y era tan grande ese dolor que entraba en la habitación de Sophie y pasaba allí días enteros. Su hermana interrumpió una vez su soledad y casi le da un pasmo. Le pareció ver a Sophie en la cama tal como yacía el día de su muerte. Y es que Novalis, cuenta una amiga de la hermana del poeta, "había extendido en la cama el largo vestido azul que llevaba cuando murió", y le había colocado un libro, como si aún lo leyera. "Más celestes que astros centelleantes", cita Safranski (la fotografía es de Uly Martín) de los Himnos para hablar del momento en que el amor se impone a lo oscuro, "se me traslucen los infinitos ojos, que en nosotros la noche abre".
Lo fascinante del libro de Safranski es su habilidad para combinar el detalle anecdótico con la cita del autor que trata, y levantar detrás el clima de la época, y sus conflictos, y el diálogo que cada cual establece con la tradición. El libro empieza por Herder y, enseguida hay referencias a la magnífica descripción que hizo Goethe cuando lo conoció: "Le pareció un abate, con sus cabellos empolvados y recogidos en rizos; y añade que subía con elegancia las escaleras, con el extremo del abrigo de seda indolentemente metido en los bolsillos de los pantalones". Con ese caballero empezó el movimiento romántico desde el mismo momento en que abandonó las seguridades de su pueblo y se aventuró en el mundo buscando las palabras que, de verdad, atraparan el misterio y el vértigo de la vida.
Tipos desmesurados, radicales en su desafío de dinamitar los moldes de vida de sus respectivas épocas y la manera de entender esa vida, siempre al borde de la locura (algunos se estrellaron en ella). Los que estuvieron en torno al movimiento Sturm und Drang, los hermanos Schlegel, Fichte, Ludwig Tieck, Kleist, E. T. A. Hoffmann… Hubo quienes se reconocieron detrás del nombre y otros que simplemente compartieron su sensibilidad y sus retos. Fuera ya de su momento histórico, llegaron Wagner y Nietzsche y Von Hoffmansthal y Thomas Mann, entre otros muchos. Un día, una parte de los ideólogos del nazismo observó que del romanticismo se podía sacar gasolina para alimentar su proyecto totalitario. Así se hizo. Y se vio entonces que lo que tan bien servía para agitar la vida y la poesía y el arte y la cultura no resultaba demasiado aconsejable para ser utilizado en el ámbito pragmático de la política. En fin, la Feria del Libro de Madrid ha empezado esta mañana. Que ustedes lo pasen bien.