El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

El inmenso gusto de leer

Por: | 30 de junio de 2009

Lo que Rafael Conte hacía eran críticas de libros para los periódicos. Nada que ver con el mundo académico. Sus textos tenían la inevitable urgencia de lo inmediato y formaban parte de eso que se llama actualidad. Hay algunos que, por eso, miran con desconfianza el género que practicaba: consideran que para pronunciarse de verdad sobre una obra es necesario que pase el tiempo. El caso es que trabajaba recorriendo el fino alambre del presente y que lo hacía de manera apasionada. Procuraba darle al lector algunas herramientas. Buscaba los hilos que la obra establecía con la tradición y desentrañaba sus desafíos, contaba del autor y de su tiempo, se sumergía en las resonancias de cada pieza. Como otros de su estirpe, de lo que Conte se ocupó fue de darle a la literatura un empujón para que se mezclara con el mundo. Ésa era su invitación, que leyéramos esta novela o aquélla, a éste o al autor de más allá, pero que lo leyéramos ya. Hoy, a las ocho de la tarde, en el Salón de la Actos de la Asociación de la Prensa de Madrid, Ángel Sánchez-Harguindey, Constantino Bértolo, Delia Blanco, Antonio Martínez Sarrión y Guillermo Altares recordarán a Rafael Conte, que falleció el pasado 22 de mayo.

Foto
Llevar la literatura a los periódicos, y hacerlo con la idea de dar unas cuantas pistas para disfrutar mejor de cada obra y de poner también en circulación una serie de valores. Un oficio cargado de riesgos, porque Conte (la fotografía es de Bernardo Pérez) de una u otra manera terminaba pronunciándose. Escribía para lectores, barajaba argumentos y explicaba por qué le había gustado una novela y por qué otra le parecía del montón. En el homenaje que hoy le tributan en Madrid quién sabe si una de las cuestiones pertinentes fuera la de ponerse a pensar por el sentido profundo del trabajo que hizo. Y de hacerlo en un momento donde el espacio para las críticas de libros es cada vez menor en los periódicos. ¿Ha habido algún cambio relevante en la información literaria? ¿Quién está ahí, al otro lado de la barra?

Porque durante muchos años los que estuvieron ahí, y buscaban los textos de Conte, lo que les pedían a los periódicos era elaboración, que se trabajara con las noticias para informar a fondo, y lo que se esperaba, por tanto, era criterio, orientación y argumentos. Incluso se podía acudir a la barra con la bronca puesta para enmendarle la plana a la autoridad, a la autoridad del papel, a la autoridad de la prensa. Para enmendársela de manera silenciosa, claro, porque la lectura conservaba aún ese aire de ir triturando y confrontando las razones de los otros con las propias razones, como en un largo diálogo callado en el que se batalla y se piensa y se aprende y se cambia y se disfruta y uno se va irritando o convenciendo y se va transformando. ¡Cómo iban a chirriar en ese contexto dos o tres folios sobre un libro, con las consideraciones del crítico sobre su escritura, sobre el estilo del autor o su visión del mundo!

¿Han cambiado las cosas? Pues seguramente sí y seguramente no. A veces los periódicos tratan con los del otro lado de la barra como si fueran consumidores de noticias y no lectores de información. Luego está la red, que establece nuevas pautas, y que parece exigir que todo vaya más rápido y que, más que triturar lo que se va leyendo hasta asimilarlo, se proceda de inmediato a dar mordiscos voraces a unas cuantas migajas de fulminante actualidad que circulan a velocidad de vértigo. Sí que se han reducido las reseñas. Quienes desdeñan las críticas ahora no lo hacen porque piensen que hace falta tiempo para pronunciarse, sino por lo contrario: porque llegan tarde. Hay operaciones, sin embargo, que no envejecen tan rápido. Como el gusto por leer. Ese gusto que Rafael Conte practicó tanto y con tanto placer que no tuvo más remedio que ponerse a escribir sobre lo que leía.

Parados

Por: | 29 de junio de 2009

Muchas de las imágenes de Dorothea Lange atrapan a hombres, mujeres y niños que están detenidos. Parados. Quietos. No son imágenes angustiosas, ni están cargadas de un dramatismo, por así decirlo, suplementario. Lo que cuentan es otra cosa. La espera y la nada. Todo esto queda resumido en una frase que escuchó la fotógrafa de uno de los hombres que huían de una tormenta de polvo que se levantó en 1934 en Oklahoma. "Hemos sido arrasados". Y de eso trata la exposición que se puede ver en la Fundación ICO de Madrid, en el marco de PHotoEspaña. De lo que ocurre después de la tormenta. De las ruinas humanas de la Gran Depresión.Dorothea lange 1

Parados, quietos, a la espera. Dorothea Lange tenía en San Francisco un estudio de fotografía donde los clientes acudían para ser atrapados por la cámara en la mejor de sus poses. Un día se asomó a la ventana, y las cosas cambiaron drásticamente. Cogió sus herramientas y salió a la calle. A partir de ese momento, sus mejores imágenes surgieron de la batalla de aprender a mirar lo verdaderamente relevante de lo que está ocurriendo. Y agarrarlo en sus imágenes. Lo que Dorothea Lange vio, y contó como pocos lo han hecho, era que la gente había sido arrasada y forzada a esperar. Lo que descubrió al asomarse a la ventana de su estudio en San Francisco fue a un grupo de gente que no estaba haciendo nada. Hay que recorrer, una detrás de otra, las imágenes que hizo en la calle Howard, la de los parados, Skid Row la llamaban, para entender de lo que trata.

Y de lo que trata tiene un cierto aire bíblico. ¿Qué ocurre cuando las circunstancias acaban con todo lo que se había proyectado? ¿Qué pasa cuando algo te aparta del curso de las cosas y te convierte en un extraño en tu propio mundo? ¿Qué hacer cuando dejas de ser lo que has sido y no queda otra que someterse al capricho azaroso de los cosas? ¿No hay, no parece haber en todo ello, el eco de un castigo divino? Hombres parados, mujeres amarradas a sus hijos, niños con el futuro colocado entre paréntesis. No, no fue ningún castigo divino. Fue la crisis de los años treinta, la Gran Depresión.

Y fueron también las desgracias que nunca llegan solas: tormentas de arena, sequías, reconversiones tecnológicas que dejaron a la gente del campo sin trabajo. De pronto ocurre lo imprevisible: nada, no hay nada, nos hemos quedado sin nada.  Mineros de Tennessee, granjeros de Nuevo Mexico, paisajes vacíos y trastos abandonados, campamentos y hogares improvisados al lado de cualquier camino. Hay mucha mugre, todo parece frágil, no hay otra salida sino la de errar en una atmósfera de radical provisionalidad. Hay carromatos que van de un lado a otro y que subrayan que todo ese movimiento no es sino otra forma de estar parados. Yendo de una imagen a otra de Dorothea Lange resulta inevitable pensar en el fotógrafo (en el artista) que debería contar la crisis de hoy, en el que supiera sacar a la luz del reducto abstracto de las cifras y estadísticas el silencioso y vertiginoso sufrimiento de cuantos han sido arrasados.

“Un leve e inquietante zumbido”

Por: | 17 de junio de 2009

Escritor_Juan_Benet "Iba enfundada en un abrigo claro de color canela, apretado a la cintura, calzada con unos zapatos de tacón bajo y el pelo recogido bajo un pañuelo de seda cuyos lazos caían a la espalda con displicente y macabra soltura". Así describe Juan Benet a la mujer que aparece de pronto en Región y se acerca a la clínica donde trabaja el doctor Daniel Sebastián. Volverás a Región, la primera novela que publicó el escritor (en 1967) y que ha recuperado Debols!llo, se inicia con una minuciosa descripción de ese territorio imaginario donde iba a situar, desde entonces, las peripecias de sus personajes. Luego trata de la Guerra Civil en aquella zona, pero es un poco después cuando la narración levanta vuelo a través de un extraño cruce de monólogos.

Marré, la hija del coronel Eduardo Gamallo (el que sofocó la resistencia republicana durante la Guerra Civil en Región), ha vuelto persiguiendo la quimera de recuperar los pocos momentos de plenitud y pasión de su vida, los que vivió con Luis I. Timoner en las postrimerías de la contienda. Así que llega donde habita Sebastián, que ya sólo se dedica a la bebida y al cuidado de un niño enloquecido. Luis era su ahijado y el doctor había amado, de manera tan apasionada como inútil, a su madre. Así que se encuentran y hablan. No dialogan, se sumergen en largos soliloquios con los que reconstruyen sus respectivas historias y van dejando caer, como comentaba Javier Marías, algunos "latigazos de pensamiento". Copio unos cuantos:

"Le voy a decir en pocas palabras lo que yo creo que es el tiempo. (…) Es la dimensión en que la persona humana sólo puede ser desgraciada, no puede ser de otra manera. El tiempo sólo asoma en la desdicha y así la memoria sólo es el registro del dolor. Sólo sabe hablar del destino, no lo que el hombre ha de ser sino lo distinto de lo que pretende ser. Por eso no existe el futuro y de todo el presente sólo una parte infinitesimal no es pasado; es lo que fue".

"Quizá me equivoque, pero ahora me parece tan evidente… sólo lo que no pudo ser es mantenido en el nivel del recuerdo –y en registros indelebles—para constituir esa columna del debe con que el alma quiere contrapesar el haber del cuerpo. Así que la memoria nunca me trae recuerdos; es más bien todo lo contrario, la violencia contable del olvido".

"Entonces me dije: mírate por dentro, ¿qué guardas en el fondo de tu más íntimo reducto? Ni es amor, ni es esperanza, ni es –siquiera– desencanto. Pero si aplicas con atención el oído observarás que en el fondo de tu alma se escucha un leve e inquietante zumbido –hecho de la misma naturaleza del silencio--; y es que está pidiendo una justificación, se ha conformado con lo que ahora es y sólo exige que le expliques ahora por qué eso es así".

"Mejor dicho, este mundo no es una trampa, sino un escondrijo (en cierto modo gratuito y frívolo, muy propio del diletante que carece de energías  y motivos para abordar una actividad seria) que ese hombre se ha fabricado para ocultarse a su propio demonio. Incluso el humor procede de ahí, de la actitud de quien, quieto y oculto, ve cómo los demás corren frenéticos en pos del agujero que él ocupa" .

Cuando el caballo galopa

Por: | 16 de junio de 2009

Hay un cadáver en la plaza de uno de los pueblos de Región, el territorio imaginario que levantó Juan Benet para que sus criaturas vivieran en sus confines, y nadie de la zona sabe de quién se trata. Al capitán Medina le tocará intervenir en el asunto y tendrá, además, faena porque dos reclutas se le han escapado del cuartel. El doctor Sebastián visita a la anciana Tinazia Mazón, empeñada en cumplir su último capricho, y ha vuelto Fayón después de varios años en el exilio. A Amaro, un hombre de la montaña, le proponen un negocio turbio. La Fajón se ha instalado en la zona y regenta el bar Doria, que ejerce de prostíbulo encubierto. Hay en esta historia una violación, una persecución, balazos, una venganza. Es El aire de un crimen, que Debolsillo acaba de rescatar en la biblioteca que dedica al autor de Una meditación.

Juan benet chema conesa

Cuando se publicó esa novela, después de quedar finalista en el Planeta de 1980, las habladurías sobre la oportunidad de que un escritor como Juan Benet (la foto es de Chema Conesa) se hubiera presentado a ese premio terminaron por ocultar la propia relevancia de su propuesta. Un tipo oscuro, fino e inteligente y que hacía literatura de altos vuelos compitiendo en un certamen de vocación tan comercial: algo chirriaba ahí. Así que se pusieron en marcha dos discursos para salvar la incongruencia. Muchos explicaron que aquello no era más que otra boutade del escritor, y otros decidieron colocar la novela en la estantería de las obras menores de Juan Benet. De lo que se trataba era de borrar una afrenta inconcebible: que un gran maestro coqueteara con los escaparates.

En El aire de un crimen está, sin embargo, el mundo de Benet en estado puro. Escribir novelas con argumento, contaba en aquellos días, "es lo más fácil del mundo". "Una vez abocetado, el propio argumento y los personajes tiran del escritor como unos caballos de las bridas. Lo difícil es escribir una novela sin argumento". Así se pronunciaba el autor y, no se sabe muy bien por qué, se debió de entender que defendía la dificultad como criterio de excelencia literaria. O así lo entendieron algunos, a los que les dio por despreciar, pongamos por caso, la facilidad de deslizarse con patines sobre el hielo y que, en cambio, celebraron el reto de subir montañas con la mochila cargada de pedruscos.

El aire del crimen es eso: deslizarse sobre la límpida superficie de un soberbio artefacto literario. ¡Imaginen como ha de volar quien se despoja de pronto del enorme peso de sus desafíos! Benet acababa de terminar una novela en la que había invertido siete años, Saúl ante Samuel ("un libro pesadísimo, quizá el más pesado que me he propuesto nunca"), y escribió El aire de un crimen en un mes, siguiendo el rastro de cuatro capítulos que había elaborado un poco antes. En sus páginas está Región y está la complicada trama de los deseos y las ambiciones del hombre, están los enigmas que lo han obsesionado (¿cómo se atraviesa de pronto esa sutil línea que separa lo correcto de lo incorrecto?), están la presencia trágica de la Guerra Civil y las ruinas morales de la España de finales de los cincuenta (con sus episodios de sexo sórdido y la mediocridad propia de un mundo fantasmal). Y, efectivamente, recorres el libro galopando sobre un corcel salvaje que avanza implacable para precipitarse en las zonas más oscuras de ese viejo y gastado e inservible mecanismo, el alma humana. Una joya. 

“No hay sino tinieblas y misterio”

Por: | 15 de junio de 2009

Juan benet luis magan

"El hombre de letras que más me interesa es el que vive fundamentalmente de la incertidumbre; él sabe que el misterio que nos rodea no será esclarecido nunca (lo cual, en cambio, pregona el hombre de ciencias), sabe que fuera de ese pequeño ámbito iluminado del conocimiento, no hay sino tinieblas y misterio". La cita está tomada de un texto de Juan Benet (la foto es de Luis Magán), Escribir, que se incluyó en Infidelidad del regreso, uno de los libros que ha publicado cuatro. ediciones del autor de Herrumbrosas lanzas.

Hace unos meses que Debolsillo ha iniciado, a cargo de Ignacio Echevarría, la publicación de una Biblioteca Juan Benet que reunirá algunos de sus títulos más importantes. Ahí han aparecido de nuevo Volverás a Región (1967) y Una meditación (1969) con la inclusión de los cortes a los que obligó la censura franquista. Fueron esas dos novelas, densas y duras de leer, las que sacaron a Benet del anonimato y lo convirtieron en un autor que tenía algo que decir. Como lo dijo de una manera compleja, hay quienes lo han admirado por su lucidez y maestría y otros, en cambio, que lo han despreciado por ser demasiado difícil. Es un resumen un poco simple, les ruego me disculpen, de la conflictiva relación de Benet con el público, la crítica, sus colegas y los lectores.

El caso es que es una magnífica oportunidad de volver sobre sus libros --han aparecido también Un viaje de invierno (1972), La otra casa de Mazón (1973), Saúl ante Samuel (1980) y El aire de un crimen (1980)--, y para enriquecer esta reinmersión benetianale he ido echando vistazos a aquellos volúmenes, como el ya citado, que cuatro. ediciones ha publicado en los últimos años (Cartografía personal, Puerta de tierra y Una biografía literaria), y que incluyen ensayos que se encuentran con dificultad, artículos diversos sobre sus gustos literarios, piezas sobre los más variados temas, entrevistas, etcétera. Les copio algunas de sus ideas sobre esto y aquello:

"En una entrevista que, en su día, fue muy famosa, hecha hace treinta años, Faulkner le dijo a una periodista: 'El escritor de fuste, de raza, si para escribir una cosa tiene que matar a su madre, pues que la mate'. Ablandando la afirmación de Faulkner, si el escritor para escribir tiene que matar al público, que lo mate. Y si después de que lo ha matado, se muere de hambre y tiene que sacrificarse y trabajar como ferroviario, pues que trabaje como ferroviario. Pero si no tiene ninguna necesidad y no siente esa compulsión y está perfectamente concorde con su público, y ambos forman un buen maridaje, se combinan en sus servicios, tampoco hay por qué pedir acciones heroicas al escritor".

"Se ha dicho con frecuencia que un crítico es un creador fracasado (…). Yo, desde una perspectiva genética, opino en buena medida lo contrario: el novelista es un crítico fracasado, un hombre que por querer llevar hasta un límite imposible el conocimiento del arte que le apasiona –o de uno solo de los productos de su predilección– no encuentra otra salida que la creación, a la vista del rechazo que la obra de arte opone al conocimiento total analítico".

"Yo comencé a escribir desde muy joven, siendo estudiante, y, con excepción de algunos viajes fugaces, nunca había salido de Madrid, no conocía en absoluto el medio rural de España, entonces sentí la necesidad de inventarme una geografía propia, un medio rural abstracto donde empezaron a vivir mis personajes y los episodios en que se ven involucrados. Pero cuando acabé la carrera de ingeniero y me fui a trabajar al campo, al noroeste de la Península, tomé contacto con la vida rural, con la vida en la cual se desarrolla mi asunto novelesco y comencé a vivir la vida y el ámbito de mis personajes que se mueven a pleno campo, ni siquiera en pueblos, en zonas rurales muy recónditas, apenas comunicadas y casi despobladas. El trato que tuve con ese medio rural vino a materializar aquel país atrasado, hostil y empobrecido que yo, en abstracto, había intentado describir. Cuando lo ví y lo viví comprobé que aquellos rasgos muy propios de los montañas leonesas o asturianas se correspondían con los rasgos de mi  pueblo inventado, con los rasgos de Región. Mi obra en sus comienzos fue, pues, un boceto a lápiz que al conocer la realidad pude llevar al óleo".

“Es en color”

Por: | 12 de junio de 2009

Vals_con_bashir_08 Al final de Vals con Bashir, la película de animación de Ari Folman que narra la guerra del Líbano de principios de los ochenta, de pronto irrumpen imágenes reales. Son trozos de películas de archivo, de noticiarios de la época seguramente, y no tienen grandes pretensiones artísticas. Más o menos son las mismas imágenes que vemos con relativa frecuencia cada vez que se nos informa de un conflicto: mujeres llorando, expresando su impotencia, dando bocados de furia contra un mundo impasible y terco, indiferente a su sufrimiento. 

Si esas imágenes tienen, por así decirlo, una fuerza letal en la película de Folman es porque antes nos ha ido contando las cosas en otro registro. Los dibujos tienen siempre un aire de inocencia infantil, y puedes ver a esos soldados disparando incansables contra el paisaje, sea lo que sea lo que pueda encontrarse ahí detrás, como si la capacidad de destrucción de sus armas no hiciera mella contra nada. Acaso Folman se ha servido de ese lenguaje y de esos procedimientos porque no encontraba otra manera de enfrentarse a aquellos horrores en los que participó sin enterarse de la envergadura de los mismos, sin asomarse de verdad al dolor y al sufrimiento de los otros. Quién sabe. La película cuenta eso: voy a enterarme de lo que hicimos en aquella guerra, dice uno de los personajes, y se pone a preguntar. La cosa se resuelve en viñetas, donde se utilizan unos cuantos colores (amarillos, verdes, marrones…). Y ahí van los jóvenes israelíes y entran en Líbano y llegan a Beirut. Luego ocurren, en el oeste de la ciudad, las matanzas de Sabra y Chatila, los campos de refugiados donde estaban refugiados los palestinos. Los soldados israelíes están afuera, como turistas que asisten impertérritos al espectáculo del horror, tirando (como mucho) bengalas para iluminar el trabajo sucio de las milicias cristiano-falangistas.

Ves todo eso, y al final salen las mujeres de verdad y los cadáveres de verdad. Joder, ¡qué cosa más seria, qué disparate! Así que me iba acordando de dos libros que cuentan desde los ojos del soldado la calamidad de las guerras (de las de hoy: ejércitos poderosos que masacran a poblaciones débiles que se defienden recurriendo al terror, indiferencia por las poblaciones civiles, ambiente de locura en las tropas que nada saben de lo que hacen…). Uno es el de Arcadi Babchenko, La guerra más cruel (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg), donde trata de Chechenia, y habla justo de colores:

"Siempre había pensado que la guerra sería en blanco y negro. Pero es en color. No es cierto que los pájaros no canten y que los árboles no crezcan. En realidad, la gente era asesinada en medio de colores brillantes, entre el verde de los árboles y el azul del cielo. A nuestro alrededor la vida brotaba esplendorosa, los pájaros gorjeaban y las flores crecían. Había muertos sobre la hierba, y sin embargo no daban miedo, porque formaban parte de ese mundo de color".

El otro hace referencia a la mirada de esas víctimas inocentes, y es de Hirbet Hiza. Un pueblo árabe (Minúscula), de S. Yizhar. Y se puede aplicar a los palestinos que son evacuados de Sabra y Chatila antes de que se produzcan las matanzas:

"Nos miraban estupefactos, desesperados y con esa pizca de curiosidad que suele aflorar del pavor, de la ofensa, del abatimiento, del desastre y de la sorpresa que causa una desgracia que acaba de ocurrir, y como, al parecer, tenían la impresión de que ahora todo se les iba  aclarar, lo único que esperaban es que pasara algo excepcional y cuanto antes".

El animal al acecho

Por: | 11 de junio de 2009

"Una familia es un animal extraño, siempre al acecho", escribe Berta Vías Mahon en Los pozos de la nieve (Acantilado), su última novela. "Un animal negro, con muchas patas, que de pronto sale un día de su escondite". El caso es que todo empieza en un cementerio, cercano a Cuacos de Yuste, donde están enterrados veintiséis soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial y ciento cincuenta y cuatro de la Segunda. El narrador va leyendo lo que dicen las lápidas, repitiendo unos cuantos nombres de una lengua extraña. Está a punto de tomar la palabra, a tirar del hilo, a  leer las historias que vivieron los demás. Y lo que le va a tocar  después es justamente eso: lidiar con el fiero animal que irrumpe desde lejos en la vida de ahora, y poner en escena un antiguo secreto. Que es en la familia "donde con más frecuencia se practica la manipulación, el chantaje, la violencia". Berta_vias_mahou_

Las cosas empiezan en Alemania cuando Abraham Stauffer llega en 1848 a Nuremberg y se casa con la última hija del cervecero Hans Ruckert. Es uno de los hijos de esta pareja, Conrado, el que se instalará después en Madrid para trabajar como ingeniero en otra fábrica de cervezas. Su hija será la que se case, en este caso, con el hijo del dueño. Alemania y España, pues, se van mezclando, y se irán mezclando más aún a través de otras historias.

No ha pasado demasiado tiempo en la novela y el narrador está ya explorando en los episodios terribles de la Guerra Civil. Porque lo que cuenta, lo que de verdad importa de su narración, es la historia de sus abuelos. Se conocieron durante el conflicto. Ella era alemana; él, español. Había nieve en Cercedilla cuando esa chica de 24 años encontró a un joven un poco menor a punto de morirse por un tiro que le habían dado los de su propio bando. Berta Vías Mahou describe la energía de aquella dama, capaz de atravesar sola un bosque de noche o de cruzar una cordillera nevada moviendo sus bastones de esquí. Atrevida e inteligente, ha viajado ya por media Europa en su motocicleta con su mono de cuero y su mochilla. Recoge al muchacho con Tarsila, la empleada que la acompaña durante su huída (fueron a buscarla los milicianos a su casa de Madrid), y de pronto toda la distante fortaleza de aquella chica se viene abajo al tener delante el cuerpo desnudo de un hombre. Así que, tan distintos, se amarán en mitad de la guerra. Y luego se separarán.

Hay un montón de historias de soledad en la novela de Berta Vías Mahou, y hay amores que se rompen y está el afán de sobrevivir y las inevitables complicaciones de unos tiempos difíciles. La riqueza de su propuesta es la de haber conseguido acercarnos a los vencedores que al final pierden. Y también a los perdedores, que perdieron de todas formas. Al viejo alemán que calla porque descubre el horror del nazismo y al nieto que celebra su iconografía de fuerza y destrucción. Hay en la novela un crimen. El animal al acecho está ahí y pega un salto, y deja flotando dos grandes interrogantes que abruman al narrador. ¿Cómo pudo seguir siendo republicano su abuelo después de lo que le hicieron los suyos a su padre y a su hermano? Y el otro: “¿Se puede ser nazi sin ser un criminal o un cretino?”.


 

“La lectura como acción”

Por: | 07 de junio de 2009


ChardinDe tanto en tanto, copio aquí las líneas de un libro. Esta vez las palabras que voy a transcribir pertenecen a George Steiner, al primer capítulo de su libro Pasión intacta (Siruela; traducción de Menchu Gutiérrez y Encarna Castejón). Se ocupa allí de describir el cuadro Le Philosophe lisant, que Chardin terminó de componer el 4 de diciembre de 1734. Steiner va refiriéndose a cada uno de los elementos incluidos en la obra para, de ese modo, explicar en qué consistía entonces la lectura (luego se ocupa de lo que significa en nuestros días). Así que empieza por llamar la atención sobre el traje del lector, destacando su elegancia enfática y su deliberada importancia, y de esa manera contar que la lectura se entendía entonces como “un encuentro cortés”. Cuando se refiere al sombrero del hombre retratado por Chardin (al parecer se trataba de su amigo, el pintor Aved), Steiner recuerda que en la tradición hebraica y en la greco-romana, tanto el adorador como el que consultaba el oráculo o el iniciado llevaban siempre la cabeza cubierta al acercarse al texto sagrado o al augurio. Trata después del reloj de arena, para ocuparse del tiempo de los libros y del tiempo de los hombres, y de los tres discos de metal que aparecen frente al libro. También ha de detenerse en la calavera, en el alambique o en el silencio que transmite la pieza ("Leer, según el retrato de Chardin, es un acto silencioso y solitario. Es un silencio vibrante y una soledad poblada por la vida de la palabra"), pero lo que más me ha llamado la atención es lo que Steiner escribe sobre el cálamo, sobre la pluma de ese filósofo, y que ahora copio como un homenaje al acto de leer, y lo hago justo en este domingo en que la Feria del Libro de Madrid cumple su primera semana ya:

"Este objeto [el cálamo] define la lectura como acción. Leer bien es contestar al texto, ser equivalente al texto, una ‘equivalencia’ que contiene los elementos cruciales de respuesta y de responsabilidad. Leer bien es participar en una reciprocidad responsable con el libro que se lee, es embarcarse en un intercambio total".

"El cálamo se utiliza para escribir las notas marginales. (…) Las notas marginales pueden, en extensión y densidad de organización, llegar a rivalizar con el texto mismo, y apoderarse no sólo de los márgenes propiamente dichos, sino de la parte superior  e inferior de la página y de los espacios interlineales".

"Con su cálamo, le philosophe lisant transcribirá del libro que está leyendo. (…) Este ejercicio de copia tenía múltiples propósitos: la mejora del estilo personal. El almacenamiento consciente de ejemplos de argumentación o persuasión, el fortalecimiento de una memoria certera (un punto esencial)".

"En cada acto de lectura completo late el deseo de escribir un libro en respuesta. El intelectual es, sencillamente, un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano".

El frente en las conciencias

Por: | 04 de junio de 2009

"Así de descabalado entró aquel grupo de hombres en nuestras vidas vacías. Venían a caballo pero embarrados como si marcharan de pie". Era enero, en una casona en la Sierra de Ancares, y ahí había ido a parar el chaval para pasar el invierno junto a su abuela, una tía en la treintena y una prima, que andaría por los quince. Un día llegó una patrulla, en la que mandaba un cojo, y tomó el lugar. El que cuenta la historia es el muchacho. Habla de la tensión que se instaló allí y de cómo aquellos hombres fueron acosando a las mujeres jóvenes. "Me pareció que le habían arrancado un botón de la blusa", dice refiriéndose a su prima. Y un poco después explica que entonces la tía Paca "entró en escena contoneándose como nunca se había visto". El autor del relato es Antonio Pereira y se titula El hombre de la casa. Está incluido en Partes de guerra (RBA),la antología que ha preparado Ignacio Martínez de Pisón y que invita a recorrer la Guerra Civil desde la literatura.

Grupo de milicianos marchando al frente

Porque están los estados mayores de los ejércitos y las batallas, y están los gabinetes de los políticos y las cancillerías extranjeras, pero lo que ocurre con las guerras es que lo manchan todo, y su horror se derrama en la conciencia de cada uno de los que la padecen. Para eso seguramente sirve este libro. Para meterse ahí dentro, en lo que tuvieron que pasar los españoles cuando un grupo de militares rebeldes dio un golpe de Estado contra la República y empezó el largo y trágico conflicto. Martínez de Pisón cuenta en el prólogo que enseguida aparecieron textos sobre la guerra que se estaba librando, y que se escribieron para ayudar a ganar a cada uno de los bandos de la contienda. Él ha reunido 35 narraciones que escribieron algunos de los que vivieron aquello y otros que vinieron después, las ha presentado de manera cronológica y ha compuesto, al fin, una suerte de novela colectiva sobre la Guerra Civil (en la imagen, que procede del Archivo Rojo del Ministerio de Cultura, grupo de milicianos marchando al frente).

El libro empieza con un relato de Manuel Rivas y termina con uno de Jorge Campos. Hay piezas de Ramiro Pinilla, Juan Eduardo Zuñiga, Manuel Cháves Nogales, Sender, Jesús Fernández Santos, Andrés Trapiello, Max Aub, Barea, Neville, Francisco Ayala, Pere Calders, García Hortelano o Tomás Segovia, entre otros muchos. Lo que hace la literatura es llegar donde no llega la historia. Sabe abrir un hueco para entrar en la conciencia de cada cual, o en su corazón, en sus miedos, en su altanería, su soberbia, su sadismo, su afán de venganza, su generosidad.

"La causa de la tierra sigue siendo santa", dice un abuelo para defender que su nieto marche al frente. Otras veces lo que se cuenta es una traición o la valentonada de un chaval. Momentos hay con mucha sangre y otros, en cambio, donde sólo se cuenta una visión: el mar se desborda y todo lo anega. Un vil asesinato, el incendio gratuito de una casa con alguno de sus moradores dentro, el tipo que pide clemencia para un hermano en la cárcel, la locura de amor, la embarazada acribillada, el niño que economiza los mendrugos de pan, los jóvenes soldados que se pican entre ellos. Así, uno detrás de otro, estos relatos van dando una idea de lo que significó aquel horror. Ese horror que condujo a ese extremo en el que, como escribe Chaves Nogales, "es el miedo el que da la medida de la crueldad".


 

El despropósito como fórmula

Por: | 03 de junio de 2009

Cuenta Jon Savage que la idea de formar un grupo fue de Steve Jones y no de Malcom McLaren, como suele decirse  habitualmente. En England’s Dreaming (Mondadori, traducción de Marc Viaplana), publicado originalmente en 1991, Savage se sumerge en la historia de los Sex Pistols, y reconstruye así el mundo que a mediados de los setenta vio irrumpir la furia radical del punk. Malcom McLaren tenía en King’s Road una tienda de ropa (Too Fast to Live, Too Young to Die) con Vivienne Westwood, y ambos eran amigos de disparatar. Admiraban a Guy Debord y a los situacionistas, y a las cosas que habían hecho en mayo del 68. Escribe Savage: "Steve Jones era el canalla perfecto para la banda de malhechores que McLaren se proponía reunir".

Poco a poco se fue armando la banda. Steve Jones, que terminó tocando la guitarra, era hijo de un boxeador y de una peluquera que terminaron peleándose, con lo que se encomendó su instrucción a las autoridades locales. No aprendió gran cosa, así que tuvo que formarse en las calles donde consiguió esa habilidad "para evaluar una situación con sólo un vistazo". Iba al fútbol con sus amigotes: "Nunca miraba el partido, Cuando se acababa, bajábamos hasta el mercado de Shepherd’s Bush y lo destrozábamos todo".

Sex pistols 1

La historia de los Sex Pistols está hecha de despropósitos. John Lydon (al que terminaron llamando Johnny Rotten) se convirtió en la voz del grupo por pura casualidad. Se pasaba por la tienda de McLaren y, un día, éste le preguntó si sabía cantar. Terminó haciendo una prueba. "Se lanzó a una serie de poses de jorobado y se puso a gritar, gimotear y hasta eructar, hasta que su primer público se derritió en carcajadas". Fue el elegido.

"Urbanismo, nihilismo romántico, simplicidad musical", escribe Savage. Empezaron en 1975 Jones y Rotten con el batería Paul Cook y el bajista Glen Matlock. Sid Vicious sustituyó a este último en 1977. Fue el año de God save the queen, la canción que ofrecía un diagnóstico inapelable: no hay futuro. Savage explica, en ese sentido, que "e puede considerar a los Sex Pistols como el último estertor de la cultura juvenil entendida como una fuerza única y unificadora". Después del punk, es cierto, todo se desparramó y no hubo ya entre los jóvenes ese referente único frente al cual definirse: o sí o no. Las tendencias proliferaron. Ese no future que afectó tan hondamente a la propia cultura juvenil tuvo su correlato real en la historia de Sid Vicious. En febrero de 1979 y, tras una fiesta en que se dieron un buen pasote, su madre escondió en su bolso una papela de heroína prácticamente pura que acababan de pillar. Savage reproduce la confesión que hizo la madre, sentada en la cama donde aún yacía su hijo: se levantó por la noche, cogió el material, se chutó una cantidad exagerada, se volvió a meter en la cama, se murió.


 

El País

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