Lo que Rafael Conte hacía eran críticas de libros para los periódicos. Nada que ver con el mundo académico. Sus textos tenían la inevitable urgencia de lo inmediato y formaban parte de eso que se llama actualidad. Hay algunos que, por eso, miran con desconfianza el género que practicaba: consideran que para pronunciarse de verdad sobre una obra es necesario que pase el tiempo. El caso es que trabajaba recorriendo el fino alambre del presente y que lo hacía de manera apasionada. Procuraba darle al lector algunas herramientas. Buscaba los hilos que la obra establecía con la tradición y desentrañaba sus desafíos, contaba del autor y de su tiempo, se sumergía en las resonancias de cada pieza. Como otros de su estirpe, de lo que Conte se ocupó fue de darle a la literatura un empujón para que se mezclara con el mundo. Ésa era su invitación, que leyéramos esta novela o aquélla, a éste o al autor de más allá, pero que lo leyéramos ya. Hoy, a las ocho de la tarde, en el Salón de la Actos de la Asociación de la Prensa de Madrid, Ángel Sánchez-Harguindey, Constantino Bértolo, Delia Blanco, Antonio Martínez Sarrión y Guillermo Altares recordarán a Rafael Conte, que falleció el pasado 22 de mayo.
Llevar la literatura a los periódicos, y hacerlo con la idea de dar unas cuantas pistas para disfrutar mejor de cada obra y de poner también en circulación una serie de valores. Un oficio cargado de riesgos, porque Conte (la fotografía es de Bernardo Pérez) de una u otra manera terminaba pronunciándose. Escribía para lectores, barajaba argumentos y explicaba por qué le había gustado una novela y por qué otra le parecía del montón. En el homenaje que hoy le tributan en Madrid quién sabe si una de las cuestiones pertinentes fuera la de ponerse a pensar por el sentido profundo del trabajo que hizo. Y de hacerlo en un momento donde el espacio para las críticas de libros es cada vez menor en los periódicos. ¿Ha habido algún cambio relevante en la información literaria? ¿Quién está ahí, al otro lado de la barra?
Porque durante muchos años los que estuvieron ahí, y buscaban los textos de Conte, lo que les pedían a los periódicos era elaboración, que se trabajara con las noticias para informar a fondo, y lo que se esperaba, por tanto, era criterio, orientación y argumentos. Incluso se podía acudir a la barra con la bronca puesta para enmendarle la plana a la autoridad, a la autoridad del papel, a la autoridad de la prensa. Para enmendársela de manera silenciosa, claro, porque la lectura conservaba aún ese aire de ir triturando y confrontando las razones de los otros con las propias razones, como en un largo diálogo callado en el que se batalla y se piensa y se aprende y se cambia y se disfruta y uno se va irritando o convenciendo y se va transformando. ¡Cómo iban a chirriar en ese contexto dos o tres folios sobre un libro, con las consideraciones del crítico sobre su escritura, sobre el estilo del autor o su visión del mundo!
¿Han cambiado las cosas? Pues seguramente sí y seguramente no. A veces los periódicos tratan con los del otro lado de la barra como si fueran consumidores de noticias y no lectores de información. Luego está la red, que establece nuevas pautas, y que parece exigir que todo vaya más rápido y que, más que triturar lo que se va leyendo hasta asimilarlo, se proceda de inmediato a dar mordiscos voraces a unas cuantas migajas de fulminante actualidad que circulan a velocidad de vértigo. Sí que se han reducido las reseñas. Quienes desdeñan las críticas ahora no lo hacen porque piensen que hace falta tiempo para pronunciarse, sino por lo contrario: porque llegan tarde. Hay operaciones, sin embargo, que no envejecen tan rápido. Como el gusto por leer. Ese gusto que Rafael Conte practicó tanto y con tanto placer que no tuvo más remedio que ponerse a escribir sobre lo que leía.