El realizador japonés Hirokazu Kore-eda se sumerge en Still walking, su última película, en una ceremonia que suele sacar a la luz los embrollos que habitan en cada persona: la comida familiar. Ahí están la madre y la hija preparando las viandas y, poco a poco, van llegando los comensales a oficiar el rito. Viejos conocidos todos, son sin embargo también extraños. La familia es el lugar de la memoria, la cuna donde se forjan los afectos, la cazuela donde hierven los valores hasta que maduran. La temperatura que regula cada encuentro varía: el hogar puede dar calor, pero puede ser también frío como un témpano. Con extrema sutileza y con una finísima inteligencia para atrapar todos los detalles, Kore-eda sabe pulsar las teclas necesarias para poner en escena los distintos mecanismos de poder y de dependencia que atan a cada uno de los miembros con los demás. Los platos están dispuestos ya: pasen y vean.
Salud, dinero y amor. Por sobada que esté esta terna, es útil para establecer los pilares sobre los que se sostiene la convivencia en una familia. Basta que alguno de ellos esté mellado para que los disturbios entren con la fuerza devastadora de un silencioso vendaval. Kore-eda cuenta una historia sencilla, pero va llenando cada gesto y cada diálogo y cada instante con la extrema complejidad con que está tejida la vida de las personas. Los padres de la película han perdido un hijo. Y esa pérdida es la que orquesta, desde la sombra, cuanto ocurre en esa familia.
La comida es la que desencadena el encuentro, pero la película cuenta en realidad un día entero. No pasa nada especial. El segundo hijo se ha casado con una viuda que tiene un pequeño de su anterior matrimonio y viven en Tokio, muy cerca de la ciudad donde se desarrolla la película. La hija pequeña ha proyectado trasladarse con su familia a la casa de sus padres para ocuparse de ellos ahora que son cada vez más mayores. El bullicio de los niños, las conversaciones anodinas durante la comida, el sopor de la tarde, el álbum de fotos sobre el que vuelven como si contuviera la fórmula con que manejar el presente. Kore-eda, con un meticuloso dominio del tiempo y las situaciones, va soltando los viejos conflictos que no se han resuelto nunca, deja aparecer los secretos que se han conseguido ocultar, enciende las feroces tensiones que no terminan nunca de estallar.
Still walking: caminando. La película se desarrolla la mayor parte del tiempo en los distintos espacios del hogar familiar: la cocina, las habitaciones, el baño, el comedor, el antiguo despacho de médico del padre. Cuando están fuera de allí, casi siempre los padres y los hijos y los nietos aparecen caminando. De un lado, los espacios cerrados donde se fragua y permanece la densa mezcla de los afectos, los recuerdos y los valores De otro, el destino de cada cual: se hace camino al andar. La familia es también el lugar donde siguen viviendo los muertos, y de ahí procede una sutil crueldad o la alucinada espera de un regreso imposible. Kore-eda ha filmado una película inmensa que tiene la ligereza del vuelo de una mariposa y una hondura que asusta, la que empapa cualquier trama familiar en cualquier lugar del mundo.