Lo que hay en la exposición Fotografías pintadas del artista alemán Gerhard Richter es un brutal choque entre la materia y la abstracción, entre el detalle anecdótico y las manchas. En la sede de Telefónica, en Madrid, y dentro del programa de PHotoEspaña, se han reunido unas 400 imágenes. Se trata de fotografías familiares que Richter ha invadido con su espátula cargada de color. Importan, en primer lugar, las dimensiones. La mayoría de las obras expuestas miden 10 x 14 centímetros, el tamaño en que normalmente los laboratorios sirven las imágenes obtenidas tras el revelado de los carretes. Son, por tanto, piezas pequeñas a las que hay que acercarse mucho para aprehenderlas y disfrutarlas. Importa el tamaño, sí, porque la mirada está acostumbrada a grandes lienzos cuando se trata de propuestas abstractas. Basta acordarse de unos cuantos nombres muy distintos: Pollock, Rothko, Miró, Twombly, Kiefer, Kandinsky…
Porque por mucho que el soporte sea el papel con las fotografías que Richter ha hecho de sus viajes y su familia, de paisajes, de monumentos, de cosas, lo que se impone es la pintura. La espátula con sus colores ha barrido la anécdota. ¿La ha barrido del todo? ¿Qué ha quedado de lo que había en principio? ¿De verdad que se han impuesto los colores y las manchas? A principios del siglo XXI lo que Gerhard Richter parece seguir haciendo es intentar saber de qué va su oficio. Así que un día cogió las fotos con los paisajes nevados de una excursión reciente o con las casas de Florencia o con detalles de sus amigos y sus familiares, su mujer, sus niños, e irrumpió en ellas con su paleta cargada de pigmentos… y las transformó. Trazos rotundos, discretas filigranas, gotas. Un solo color o varios colores. Mezclas.
Cuestión de tamaño. Lo habitual ante una propuesta abstracta es la de ser absorbido por el despliegue de sus manchas y formas y colores. La presencia física de esas obras, suelen ser piezas que sobrepasan habitualmente el medio metro cuadrado, establece ya una distancia y, por eso, puede uno sumergirse en la fuerza matérica de sus trazos o manchas o puede contemplar el movimiento de sus formas y colores, como si aquello fuera una composición musical. En estas pequeñas pìezas de Richter hay que estar muy cerca para colarse en el flujo puro de lo que ya ha sido liberado de cualquier significación.
¿Pero es eso de verdad así? No, no lo es. La paleta de Richter borra la anécdota o la incendia o la masacra, pero la fotografía, el soporte inicial, sigue estando ahí y sigue diciendo lo que dicen tantas fotos: el monte está nevado, el niño toma el biberón, mi amigo sonríe. Nada ha quedado de todo eso, cierto, pero lo que también desencadenan estas obras de Richter es una inquietud por aquella anécdota inicial que ha sido violada de una forma tan brutal. Una va de fotografía en fotografía y se acuerda de otras exposiciones recientes (la de Kandinsky en París, la de Matisse en el Thyssen) y vuelve a recuperar la figura del artista que se pregunta qué es la mancha, qué el color, qué sitio hay en el lienzo para la realidad, cuál es la distancia entre la modelo real y la reflejada en la obra, dónde está la emoción, qué lugar para el concepto… Richter enciende una mecha y provoca un zarpazo que hiere el frágil acuerdo entre la abstracción de las formas y el ruido de la materia.
Hay 2 Comentarios
¿Dos fotos, malabarista? ;) Besos
Publicado por: Rosa J.C. | 24/07/2009 10:27:42
Muy interesante tiene que ser la exposición de la que nos das tan sólo dos muestras. Muy buenos los comentarios que nos hacen 'entrar' en ella. Ojalá la traigan a mi isla, Gran Canaria, para verla. Un saludo.
Publicado por: Ángel | 23/07/2009 23:09:44