Un cuento raro

Por: | 20 de julio de 2009

Todas las historias se ocupan de lo que tiene que ver con el miedo, la soledad y la muerte. Déjame entrar, la película del realizador sueco Tomas Alfredson, no es una excepción. Lo singular de su caso es la manera en que aborda esas cuestiones: ha contado un cuento raro que resulta extrañamente cercano y familiar. Un cuento íntimo cargado de violencia; una pesadilla llena de ternura. Pocos escenarios, pocos personajes y el frío glacial de un remoto lugar de Europa. Y, sobre todo, la época donde se producen los conflictos con mayor intensidad y hondura: la adolescencia.

Dejame entrar 4  



Es el año 1982 y el lugar es Blackeberg, un suburbio de Estocolmo. Un edificio de viviendas, como tantos otros, desangelado y grisáceo. Todo parece, en realidad, medio muerto, aunque las cosas siguen funcionando. En el bar donde desayunan habitualmente un grupo de adultos de la zona, uno de ellos propone incorporar al círculo a un nuevo vecino. La vida es dura y hace frío y todos están lo suficientemente solos como para que les venga bien un poco de calor. Pero el recién llegado rechaza la invitación.

La historia que cuenta Déjame entrar es la de la relación entre Oskar y Eli. Tienen doce años, y Oskar lo pasa mal en el colegio. Abusan de él, lo machacan, lo desplazan. Sus padres están además separados y no hay mucha comunicación con ellos. Oskar tiene un cuchillo. Lo mira, lo admira, lo esconde debajo del colchón de su cama. Un día conoce a Eli, una extraña criatura. Es de noche y se encuentran en el patio que hay delante de sus viviendas. Cruzan unas cuantas frases. Podrían ser amigos.

El patio de las viviendas, el interior de cada uno de los pisos, el colegio. Todo transmite dureza y aridez y, mientras tanto, Tomas Alfredson cuenta su historia sin detenerse ni regodearse en sus momentos más truculentos. Forman parte de lo que está contando, pero los excesos no son ni de lejos lo más importante. Violencia, muerte, sangre. Están ahí, pero la cámara se detiene mucho en cada gesto de Oskar, en cada gesto de Eli, en los minúsculos movimientos que los acercan y en los que los distancian. El miedo provoca deseos de venganza. La soledad vuelve frágiles a los personajes, que se endurecen cuando consiguen darse calor unos a otros. La muerte es irremediable, y por eso esos adolescentes terminan descubriendo que no pueden abandonarse, que tienen que seguir adelante. Un película rara, Déjame entrar, tierna y violenta, incómoda y próxima: no deberían perdérsela.

Hay 1 Comentarios

Querido Rojo: no acabé de entender por qué la película estaba situada, como dices, en 1982 (por cierto, ¿sale la fecha en algún momento?). No entendí por qué una historia fantástica como ésa tenía que tener una ambientación "de época". Si ocurriera en 1920 o en la Edad Media, podría pensar que se trata de una convención romántica, a la que no es ajena el género. Pero ¡en 1982! ¿Como si fuera un recuerdo de alguien que hoy tiene unos treinta años? ¿Será eso? ¿O serán ganas de que salgan radiocassettes?
No digo que no me gustara, pero no lo resolví.

Otra cosa de la peli es que a veces no respeta su propia verosimilitud. Hay un momento en que un vecino indignado llama a la puerta de la vampira (mientras ésta y su amigo se están cargando al vengador) porque oye ruidos y dice: «Basta ya, que no me dejan dormir». Ya... ¡¡¡pero es de día!!!

Abrazos.

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Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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