Cuando a Bartleby, el personaje de Melville, querían encargarle que se ocupara de algún asunto solía responder que preferiría no hacerlo. Una de las criaturas de La omisión de la familia Coleman, la pieza teatral que ha escrito y dirige Claudio Tolcachir, utiliza una fórmula distinta. "Va a ser imposible", dice cuando, por ejemplo, le piden que se bañe, que se quite ya ese pijama que lleva puesto hace ya una eternidad. Bartleby asumía como propia su elegante disposición a no obedecer, fuera lo que fuera lo que le pidieran. Marito, en cambio, se refiere a algo impersonal. Como si, efectivamente, asumiera que debe bañarse pero, al mismo tiempo, señalara un remota instancia que se lo impide. Y algo de eso hay en esta pieza. Porque lo que el grupo argentino Timbre 4 cuenta en esta obra es la tremenda complicación que supone convivir con la anomalía.
Y es que dos de los personajes (en la imagen, Marito, interpretado por Lautaro Perotti) de esa familia no están exactamente en sus cabales. El trágico humor que recorre la obra, que tiene a ratos un aire de teatro del absurdo, podría invitar a tratar ese drama doméstico como una metáfora de algo distinto. Para eso, ese mismo "va a ser imposible" podría servir: somos piezas de un engranaje que nos supera, no hay margen para la libertad, una corriente nos empuja. Y mucho más si esa corriente es la de la enfermedad mental. No hay manera, sálvese quién pueda.
Lo fascinante de la propuesta de Timbre 4, sin embargo, es que no se suben al guindo: no hay metáfora. Lo que cuentan es una historia que viven unos personajes. Cada uno de ellos, más débil o más fuerte, más sano o más enfermo, ejerce su libertad. Decide, se pronuncia, trampea, se escaquea, padece, obedece o se rebela. Por eso chocan, por eso han de buscar complicidades y hacer pactos, por eso están tan íntimamente tocados por la fragilidad de lo humano.
Hay que decir que el espectáculo es impresionante, en primer lugar porque los actores que salen a escena son magníficos. Y, en segundo, porque la dirección sabe hacia dónde se dirige. No da palos de ciego, ni pretende epatar, ni se embadurna de modernidad. Conoce la explosiva materia con la que está tratando: la vaguedad de los afectos, la debilidad de las convicciones, el urgente afán de consuelo, el miedo a lo diferente y a la soledad y al sufrimiento. La familia aguanta mientras aguanta la abuela. Cuando muere, los hilos que soportaban la solidaridad entre unos y otros se rompen y el edificio se va abajo. ¿Va a ser imposible? No, todo es posible. Todo, incluso la abyección.