El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

Va a ser imposible

Por: | 20 de octubre de 2009

Cuando a Bartleby, el personaje de Melville, querían encargarle que se ocupara de algún asunto solía responder que preferiría no hacerlo. Una de las criaturas de La omisión de la familia Coleman, la pieza teatral que ha escrito y dirige Claudio Tolcachir, utiliza una fórmula distinta. "Va a ser imposible", dice cuando, por ejemplo, le piden que se bañe, que se quite ya ese pijama que lleva puesto hace ya una eternidad. Bartleby asumía como propia su elegante disposición a no obedecer, fuera lo que fuera lo que le pidieran. Marito, en cambio, se refiere a algo impersonal. Como si, efectivamente, asumiera que debe bañarse pero, al mismo tiempo, señalara un remota instancia que se lo impide. Y algo de eso hay en esta pieza. Porque lo que el grupo argentino Timbre 4 cuenta en esta obra es la tremenda complicación que supone convivir con la anomalía.

La omision de los coleman 2 
Y es que dos de los personajes (en la imagen, Marito, interpretado por Lautaro Perotti) de esa familia no están exactamente en sus cabales. El trágico humor que recorre la obra, que tiene a ratos un aire de teatro del absurdo, podría invitar a tratar ese drama doméstico como una metáfora de algo distinto. Para eso, ese mismo "va a ser imposible" podría servir: somos piezas de un engranaje que nos supera, no hay margen para la libertad, una corriente nos empuja. Y mucho más si esa corriente es la de la enfermedad mental. No hay manera, sálvese quién pueda.

Lo fascinante de la propuesta de Timbre 4, sin embargo, es que no se suben al guindo: no hay metáfora. Lo que cuentan es una historia que viven unos personajes. Cada uno de ellos, más débil o más fuerte, más sano o más enfermo, ejerce su libertad. Decide, se pronuncia, trampea, se escaquea, padece, obedece o se rebela. Por eso chocan, por eso han de buscar complicidades y hacer pactos, por eso están tan íntimamente tocados por la fragilidad de lo humano.

Hay que decir que el espectáculo es impresionante, en primer lugar porque los actores que salen a escena son magníficos. Y, en segundo, porque la dirección  sabe hacia dónde se dirige. No da palos de ciego, ni pretende epatar, ni se embadurna de modernidad. Conoce la explosiva materia con la que está tratando: la vaguedad de los afectos, la debilidad de las convicciones, el urgente afán de consuelo, el miedo a lo diferente y a la soledad y al sufrimiento. La familia aguanta mientras aguanta la abuela. Cuando muere, los hilos que soportaban la solidaridad entre unos y otros se rompen y el edificio se va abajo. ¿Va a ser imposible? No, todo es posible. Todo, incluso la abyección.

El Triumph Herald de Thomas Bernhard

Por: | 16 de octubre de 2009

Thomas Bernhard se levantó a las tres de la mañana acosado por el urgente deseo de subir a las alturas. Dice que lucía un día "despejado, claro y perfumado". Corría el año 1964, estaba en Istria, donde vivía en una villa señorial del año ochenta y ocho. Tres habitaciones, seis grandes ventanas con cortinas de seda, amplios balcones: en Villa Eugenija acababa de terminar Amras y había enviado ya el manuscrito a su editor. Así que se puso unos pantalones, zapatillas de deporte y camisa de manga corta, se subió a su coche y partió hacia el Monte Maggiore, que hoy se llama Ucka. Subió las escarpadas pendientes, se tumbó a la sombra, miró el mar a lo lejos. "Era más feliz que nunca", escribe en una de las piezas de Mis premios (Alianza, traducción de Miguel Sáenz). "Cuando hacia el mediodía bajé de la montaña, riéndome a carcajadas, agotado de felicidad, puedo decir, tuve otra vez la sensación de que no quería cambiarme por ningún ser humano en el mundo entero".

Thomas bernhard El coche que Bernhard conducía era un Triumph Herald. Le costó treinta y cinco mil chelines y lo había comprado hace muy poco con el dinero del premio Julius Campe. Se lo concedieron por Helada, y tuvo que desplazarse a Hamburgo a recoger el cheque. En cuanto regresó a Viena se dirigió a Heller, un concesionario de coches. Allí lo vio en el escaparate: blanco, tapizado de rojo, con un salpicadero de madera con botones negros. Lo estuvo mirando durante un rato muy largo. Luego le dijo al vendedor que lo compraba, y éste le contestó que en unos días podría disponer de uno. Bernhard le dijo que no, que quería ése y que lo quería ya.

No tuvo dificultades en conducir su hermoso Triumph Herald, aunque reconoce que era "absolutamente más sencillo" manejar camiones. Fue enseguida a mostrárselo a su tía, dio unas cuantas vueltas por aquí y por allí y salió de la ciudad empujado por el entusiasmo. Un tiempo después, cuando bajaba del Monte Maggiore conduciendo aquella perla, Bernhard cree recordar que iba cantando, atravesado por aquella extrema felicidad que lo había conquistado en las alturas. De pronto, un coche invadió desde la izquierda el carril por el que circulaba. El golpe fue de frente y aplastó el morro del Triumph Herald, Bernhard salió despedido, se levantó de inmediato, estaba lleno de sangre.

Mis premios, el único libro que Bernhard dejó preparado para publicar antes de morir, reúne varias piezas en las que cuenta las circunstancias que rodearon la concesión y recogida de la mayoría de los laureles que le fueron dando por su obra literaria. Están también los (pocos) discursos de agradecimiento que tuvo que pronunciar. "Yo me agarraba continuamente la cabeza, porque creía que se me estaba vaciando", escribe Bernhard cuando relata sus primeras reacciones después del accidente. Lo llevaron a un hospital. Pero callo ya: les toca a ustedes continuar. Les garantizo que el libro es una delicia.

La mujer desamparada

Por: | 15 de octubre de 2009

Eva Figes cuenta en Viaje a ninguna parte (Edhasa, traducción de Roser Vilagrassa) la historia de Edith, que fue sirvienta en la casa de su familia cuando vivían en Alemania y que allí se quedó cuando ellos emigraron al Reino Unido en marzo de 1939. La británica Eva Figes, novelista, crítica literaria, feminista y autora de tres volúmenes de memorias, nació en Berlín en el seno de una familia judía laica poco antes de que Hitler llegara al poder y a su padre se lo llevaron al campo de concentración de Dachau la Noche de los Cristales Rotos. Le tocó entonces a su madre el largo calvario de las negociaciones. Contaron con el apoyo de un Rothschild, pagaron lo que tenían que pagar. Pensaban ir al Lejano Oriente, pero la salud del padre, tras salir de Dachau, era muy mala. Así que enfilaron hacia Londres. Edith, también judía, los vio partir. El libro trata de ella, y lo que Eva Figes sostiene, a partir de las experiencias de aquella mujer iletrada y frágil, es que "la creación de Israel fue un error catastrófico, acaso el peor del siglo XX".

Edith sólo media metro y medio. Fue abandonada de niña en un orfelinato y creció sola hasta que llegó a la casa de la Tauenzienstrasse, donde sirvió a los Figes. Tenía cuatro cosas en su habitación y hacía su trabajo de manera diligente y pulcra. Cuando se quedó sola no tuvo más remedio que ir a una Jugendhaus, donde metían a los judíos que no tenían dónde ir.   La guerra no tardó en llegar y los nazis empezaron a deportar en masa a los judíos a los campos de concentración. El dueño de la fábrica donde trabajaba Edith les advirtió una vez a sus obreros que no fueran a trabajar al día siguiente: la Gestapo iba a llevárselos camino del exterminio. Edith comenzó a vivir de manera clandestina, protegida por redes de alemanes solidarios que le señalaban los peligros y de alguna manera la protegían, y cambió de identidad. Y llegaron los rusos y, ya sin batalla alguna que librar para sobrevivir, Edith se quedó más sola. Iba a ver las listas de los judíos fallecidos y de los supervivientes. Pero en realidad no tenía a nadie. Fue cuando encontró a una amiga que la convenció para ir a Palestina (“decidió que los judíos del mundo serían su familia”, dice Figes), y hacia allí se dirigió. Pero no pudo aguantar mucho tiempo, así que escribió a los Figes en Londres: solicitaba recuperar su trabajo. Lo recuperó.Evafiges 02_portrait

Fue entonces cuando Eva Figes (la imagen es de archivo), una adolescente en aquellos años, le preguntó por qué había abandonado Palestina. “Porque todos se odian entre sí”, contestó aquella mujer desamparada. “Con el paso de los años se ha ido cimentando el mito de que Israel se creó porque un  mundo culpable quiso reparar la masacre de los judíos”, escribe Eva Figes. “Todo lo contrario: Israel surgió en buena parte como consecuencia de la presión de Estados Unidos para acabar con un problema pertinaz: qué hacer con los judíos detenidos por los nazis con el fin de ser asesinados pero que al terminar la guerra seguían vivos. Se les conocía como ‘desplazados’ […] y, para hablar claro, nadie los quería”.

Eva Figes sigue la historia de Edith y, al hacerlo, cuenta un momento decisivo del siglo XX. Lo cuenta con sencillez, pero también con rabia. Su libro masacra algunos tópicos, y sigue paso a paso la creación de Israel. Ese “error catastrófico”, según ella. Judía laica, en un momento dado estalla: “Jamás había pensado que un día sería testigo de una cultura del victimismo en la que los negros compiten con los judíos para ver quién ha sufrido más”. Y en ésas estamos. Este libro es una pequeña joya.
 
 


 

La soledad de Cuba

Por: | 12 de octubre de 2009

"En los primeros años de la Revolución Cubana, Fidel Castro se dirigía al pueblo de la isla con estas palabras: 'No les decimos crean, les decimos lean", cuenta Rafael Rojas en su último libro, El estante vacío. Literatura y política en Cuba (Anagrama). Era todavía en los tiempos del entusiasmo, cuando aún se celebraba  la caída de Batista y la llegada de los barbudos a La Habana, cuando nacían múltiples esperanzas y las viejas  ilusiones de igualdad y libertad parecían al alcance de la mano. Luego las cosas fueron cambiando, y lo que Rojas hace en su ensayo es ocuparse de los libros que ahora no se pueden leer en Cuba. La relación de autores y títulos pone los pelos de punta. La invitación a leer que hacía Fidel a los cubanos pertenece al más remoto pasado. Lo que desde hace tiempo ocurre en la isla es que los jerarcas del partido tienen sitiada a la ciudadanía y no la dejan leer más que lo que consideran estrictamente necesario. Y el que se salta las indicaciones se convierte de inmediato en "anticubano". Así están las cosas.  

Rafael rojas efe 
En un libro anterior, Tumbas sin sosiego, que ganó el Premio Anagrama de Ensayo de 2006, Rafael Rojas (la foto es de Efe) se dedicó a explorar la manera en que los intelectuales cubanos se enfrentaron al cambio brutal que se produjo en la isla en 1959 y trató también de las distintas formas que tienen de relacionarse con "los conflictos de la memoria" que derivaron de aquella experiencia. Desde el principio muestra como la deriva del castrismo, sobre todo a partir de su conversión en un régimen marxista-leninista en 1961, con la incorporación de nuevas "prácticas, valores, discursos y costumbres", ha ido provocando entre los cubanos una ruptura tal, una escisión tan grande, que las cosas tienen el aire trágico de una guerra civil. "Guerra civil, en el sentido pleno que le confieren historiadores como Ernst Nolde", escribe Rojas, "es la polarización de una comunidad desde el nivel familiar hasta el nacional, y experimentada en múltiples dimensiones: militar, política, ideológica, diplomática, cultural".

Con ese paisaje de fondo, Rojas recorre en ese libro las diferentes aportaciones de los intelectuales cubanos al debate público, su manera de entender el país que habitan, los desafíos de su futuro inminente, los mitos históricos que lo alimentan. "Un cubano se define por la sistemática ruptura con la seriedad entre comillas", decía, por ejemplo, Virgilio Piñera, que apoyó inicialmente la Revolución porque entendía (como Jorge Manach) que significaba la primera oportunidad histórica de pasar del "reino del choteo al reino del civismo", explica Rojas.

Hay en sus libros un  desgarro profundo, íntimo, lacerante, pero todos tienen también la extrema lucidez de quien aborda los hilos enmarañados del presente y los abismos insondables de un pasado tan cargado de conflictos --y borracho todavía de los afectos que la carga utópica de la Revolución derramó sobre el mundo entero-- con las armas transparentes de la razón y con la mirada corajuda de quien sabe que lo que para Cuba se avecina será muy duro. "La soledad de la isla es hoy mayor que en vísperas de la Revolución", escribe en Tumbas sin sosiego. Y también: "Cuba naufraga en las playas de Occidente, desprovista de una herencia liberal y republicana que reasegure su reinserción en la modernidad". Esa herencia podrían haberla encontrado en los libros, pero los comunistas cubanos, más que quemarlos como hicieron los nazis, los silenciaron. Si no circulan, no existen. Es otra manera de eliminar el debate público y de hundir a la ciudadanía. Pero lo que yo quería aquí era decir que Rafael Rojas es uno de los grandes pensadores de estos tiempos globales y quería, de paso, felicitarlo. Le han dado el primer Premio de Ensayo Isabel de Polanco por un libro sobre los republicanos que forjaron hace 200 años esa América hispana que ha tenido una historia tan llena de conflictos y fracasos. Un inmenso abrazote, pues: ¡enhorabuena!

La vieja Nueva Orleans

Por: | 07 de octubre de 2009

Todo eso que se escucha en el último disco de Allen Toussaint tiene que ver con la muerte y la soledad, con el dolor, tiene que ver con el gusto por la compañía y con el pequeño placer de beberse un trago cuando cae la noche, esa música está empapada de tiempo y en cada sonido acumula fragmentos dispersos de una larguísima historia que tiene su origen remoto en la esclavitud. Sonidos negros, con la rabia acumulada por las continuas vejaciones, y con esa sabiduría que procede del afán de sobrevivir: el gusto de atrapar la más mínima felicidad en cuanto pasa por la puerta de casa. Si uno se toma muy en serio esta música, igual se pone a llorar o, quién sabe, directamente a bailar. Hay tanto de lamento como de celebración en The Bright Mississippi. El río pasa y ocurre de todo. Allen Toussaint ha grabado una obra maestra.

Allen toussaint 1 

Nació en 1938 en Nueva Orleans y lleva ya mucho tiempo en el negocio de la música. Ha compuesto algunos clásicos, su piano ha galopado en los discos de una corte de elegidos, productor, arreglista, cantante, músico de los pies a la cabeza y uno de los indiscutibles del sonido de Nueva Orleans. Ha hecho ese rhythm & blues propio de la zona, cargado de intensidad y pura energía. Toussaint es un caballero que ha estado en el frente con su compadre Dr. John, y que hizo algunos temas que están ahí, listos para ser devorados como deliciosos bocados de vitaminas puras. Miren sino a Labelle y su Lady Marmalade o a Otis Redding cuando cantaba su Pain in my Heart. Lo han versionado The Yardbirds, The Rolling Stones, The Who, Boz Scaggs…, y ha colaborado con Willy DeVille, con los Wings de Paul McCartney, con The Band, con Solomon Burke, con Elvis Costello, entre otros muchos. Sus maneras como pianista tienen además un ilustre precedente, Professor Longhair: un hilo directo con el blues más auténtico.

The Bright Mississippi es, sin embargo, otra cosa. Es como si se hubiera hurgado a fondo en la inmensa trayectoria de Allen Toussaint para quedarse con lo esencial, y a partir de ahí se hubiera iniciado un nuevo camino, marcado por la austeridad y la elegancia. Es algo distinto, que no tiene mucho que ver con la jovialidad de muchos de sus temas. El productor es Joe Henry, que ya había estado cuando se juntaron Toussaint y Costello, y que parece ocupado en conseguir que todo suene diáfano, transparente. Un día, hace tiempo, escuchó cómo Toussaint tocaba una pieza de Fats Waller y quedó traspuesto. Le preguntó si grabaría algo así. Toussaint contesto: "Never". Nunca.

Ese nunca ha terminado por ser este álbum, donde hay viejos temas populares y viejos clásicos del jazz (Bechet, Ellington, Monk, Reinhardt…). Todo con el aroma instrumental de Nueva Orleans (sólo hay un tema cantado por el propio Toussaint) y con una banda de lujo que incluye, entre otros, a Don Byron, Nicholas Payton y Marc Ribot. Cuenta Joe Henry que otra vez lo escuchó tocar, tras una sesión de grabación, un arreglo de Tipitina, de Professor Longhair. "Sonaba como algo que jamás había oído y como todo lo que había oído hasta entonces", escribe Henry. Una soberbia mezcla de música clásica europea, tango, jazz de antes de la guerra y una amplia variedad de sonidos populares, y todo ello articulado "con un ojo puesto en el blues". ¿Qué más se puede pedir?    

El País

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