Eva Figes cuenta en Viaje a ninguna parte (Edhasa, traducción de Roser Vilagrassa) la historia de Edith, que fue sirvienta en la casa de su familia cuando vivían en Alemania y que allí se quedó cuando ellos emigraron al Reino Unido en marzo de 1939. La británica Eva Figes, novelista, crítica literaria, feminista y autora de tres volúmenes de memorias, nació en Berlín en el seno de una familia judía laica poco antes de que Hitler llegara al poder y a su padre se lo llevaron al campo de concentración de Dachau la Noche de los Cristales Rotos. Le tocó entonces a su madre el largo calvario de las negociaciones. Contaron con el apoyo de un Rothschild, pagaron lo que tenían que pagar. Pensaban ir al Lejano Oriente, pero la salud del padre, tras salir de Dachau, era muy mala. Así que enfilaron hacia Londres. Edith, también judía, los vio partir. El libro trata de ella, y lo que Eva Figes sostiene, a partir de las experiencias de aquella mujer iletrada y frágil, es que "la creación de Israel fue un error catastrófico, acaso el peor del siglo XX".
Edith sólo media metro y medio. Fue abandonada de niña en un orfelinato y creció sola hasta que llegó a la casa de la Tauenzienstrasse, donde sirvió a los Figes. Tenía cuatro cosas en su habitación y hacía su trabajo de manera diligente y pulcra. Cuando se quedó sola no tuvo más remedio que ir a una Jugendhaus, donde metían a los judíos que no tenían dónde ir. La guerra no tardó en llegar y los nazis empezaron a deportar en masa a los judíos a los campos de concentración. El dueño de la fábrica donde trabajaba Edith les advirtió una vez a sus obreros que no fueran a trabajar al día siguiente: la Gestapo iba a llevárselos camino del exterminio. Edith comenzó a vivir de manera clandestina, protegida por redes de alemanes solidarios que le señalaban los peligros y de alguna manera la protegían, y cambió de identidad. Y llegaron los rusos y, ya sin batalla alguna que librar para sobrevivir, Edith se quedó más sola. Iba a ver las listas de los judíos fallecidos y de los supervivientes. Pero en realidad no tenía a nadie. Fue cuando encontró a una amiga que la convenció para ir a Palestina (“decidió que los judíos del mundo serían su familia”, dice Figes), y hacia allí se dirigió. Pero no pudo aguantar mucho tiempo, así que escribió a los Figes en Londres: solicitaba recuperar su trabajo. Lo recuperó.
Fue entonces cuando Eva Figes (la imagen es de archivo), una adolescente en aquellos años, le preguntó por qué había abandonado Palestina. “Porque todos se odian entre sí”, contestó aquella mujer desamparada. “Con el paso de los años se ha ido cimentando el mito de que Israel se creó porque un mundo culpable quiso reparar la masacre de los judíos”, escribe Eva Figes. “Todo lo contrario: Israel surgió en buena parte como consecuencia de la presión de Estados Unidos para acabar con un problema pertinaz: qué hacer con los judíos detenidos por los nazis con el fin de ser asesinados pero que al terminar la guerra seguían vivos. Se les conocía como ‘desplazados’ […] y, para hablar claro, nadie los quería”.
Eva Figes sigue la historia de Edith y, al hacerlo, cuenta un momento decisivo del siglo XX. Lo cuenta con sencillez, pero también con rabia. Su libro masacra algunos tópicos, y sigue paso a paso la creación de Israel. Ese “error catastrófico”, según ella. Judía laica, en un momento dado estalla: “Jamás había pensado que un día sería testigo de una cultura del victimismo en la que los negros compiten con los judíos para ver quién ha sufrido más”. Y en ésas estamos. Este libro es una pequeña joya.
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