Hoy termina la exposición Lágrimas de Eros que, desde el 20 de octubre del año pasado, se ha podido visitar en el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid. Cuando la recorría hace unos días me acordé de lo que respondió Juan Benet cuando le preguntaron por el momento de mayor intensidad erótica que había encontrado en la literatura. Contestó que seguramente fuera el episodio de Rojo y negro, de Stendhal, en el que el joven Julián Sorel se ve sacudido por una desgarradora batalla interior cuando se dispone a cogerle la mano a Madame de Rênal. Ocurre bien poca cosa, pero lo que hay allí es pura dinamita: una chispa puede romper la ciudadela cerrada y abrirla a la enérgica sacudida del desorden pasional. El nombre de la exposición procede del título de un libro del escritor y filósofo francés Georges Bataille, que se ocupó de manera obsesiva de esta cuestión. "Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas", escribió en El erotismo (Tusquets, 1979; traducción de Toni Vicens). Salir del aislamiento del ser para conquistar "un sentimiento de continuidad profunda", violentar el curso de las cosas, romper los límites para que se confundan los que son distintos. Vida y muerte. Prohibición y transgresión. De todo eso trata esta exposición.
El reclamo de lo erótico es tan recurrente en estos tiempos que termina por provocar un rechazo instintivo. De ahí que esta exposición (en la imagen, Lágrimas, fotografía de Man Ray) pudiera desencadenar ciertos recelos. Quedan borrados en cuanto se cruza el umbral de la primera sala. Está dedicada a Venus, y ahí aparecen distintas miradas de distintas épocas sobre la diosa antigua que recuperan desde el principio esa vieja tensión que tanto atribulaba a Julián Sorel. Ahí están en todo su esplendor varias versiones de la belleza femenina, y producen en tromba esos registros contradictorios en los que la inocencia y la perversión se confunden, como se confunden en el erotismo el éxtasis y la muerte.
En cuanto se deja a Venus se entra en contacto con Eva. Y con la serpiente, y lo que se empieza a contar ahí es la caída y por tanto de lo que se está tratando es de la prohibición y la desobediencia, del interdicto y la transgresión. El erotismo sólo cobra sentido en el territorio de lo sagrado ("Lo sagrado es justamente la continuidad del ser revelada a los que fijan su atención, en un rito solemne, en la muerte de un ser discontinuo", escribió Bataille), y uno de los grandes aciertos del comisario de la exposición, Guillermo Solana, ha sido servirse de los mitos para poner en escena todos esos hilos que van configurando la experiencia radical de la que se ocupa.
Esfinges y sirenas, las tentaciones de san Antonio y el martirio de san Sebastián, la historia de Andrómeda, la fascinación de Apolo por Jacinto, y la de la Luna por Endimión, los suicidios de Cleopatra y Ofelia, la pasión de María Magdalena, los vertiginosos episodios de Salomé y el Bautista, Judit y Holofernes, David y Goliat. Solana ha buscado las obras para volver a representar lo que esas narraciones cuentan, que el erotismo es poliformo y perverso, y que son muy variados los caminos que recorre para realizarse. Hay una frase de El culpable (Taurus, 1979; versión española de Fernando Savater), acaso el libro más inquietante de Bataille, que puede servir para traducir lo que esta muestra consigue provocar: "Imagino que el mundo no se parece a ningún ser separado y cerrado, sino a lo que pasa de uno a otro cuando reímos, cuando nos amamos: imaginándolo, la inmensidad se me abre y me pierdo en ella".
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No conocía esta respuesta de Juan Benet, pero coincido en su concepto de erotismo. En mi memoria, cuando leí de adolescente La Cartuja de Parma, perdura más intensamente la felicidad de Fabrizio del Dongo, cuando desde la ventana de su celda en la Torre Farnese, veía a la bellísima Clelia y con complicidad se lograba comunicar con ella, diciéndose tanto con tan poco.
Sin duda un maestro del erotismo Stendhal, como se recoge en su tratado Del Amor, aunque lo trate finalmente de una cristalización.
Yo no concibo el erotismo sin una unión mística. Tal como tú mismo, José Andrés, comentabas sobre el libro El laberinto de la soledad, de Octavio Paz:
“Le pedimos al amor –que siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer– que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos, pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto".
Publicado por: Desdichado | 31/01/2010 23:48:47