Veronese. Daniel Veronese. ¡Presente! He aquí un monstruo, ladies & gentlemen, damas y caballeros, he aquí un tipo que inyecta el veneno del ritmo a sus actores y luego los coloca en un escenario para que den un recital. Hace ya unos cuantos años, en la sala pequeña del Centro Dramático Nacional, pude ver Mujeres soñaron caballos y me acuerdo de que entonces salí fascinado por la habilidad de ese director (y autor, en aquella ocasión) para empujar a sus intérpretes a un frenesí de violencia doméstica (es decir: familiar) que conseguía llenar de intensidad por su sentido del ritmo escénico. Todo aquello era una vorágine, pero una vorágine pautada por las medidas del tiempo, por la velocidad concreta que necesitaba cada episodio, por una sucesión muy ajustada de las emociones. Ahora ha dirigido Glengarry Glen Ross, de David Mamet, y la ha servido en el teatro Español de Madrid hasta ayer. Y lo que ha hecho es poner a cocer la carnalidad que lleva dentro esa pieza hasta llevarla a su punto máximo de ebullición, ahí donde explotan todas las tensiones que se acumulan entre los hombres cuando luchan por la vida.
De eso trata la obra de Mamet (la fotografía es de Ros Ribas), de la lucha por la vida. De la supervivencia. Lo dice Veronese en el programa de mano, que el texto "cobra una inquietante proximidad ante la virulenta crisis económica y financiera que sacude hoy nuestro mundo". La trama se desarrolla también en una época dura, en la que una empresa inmobiliaria propone un concurso a sus agentes: el que más venda se llevará un automóvil; el segundo, un juego de cuchillos, y los demás se irán de patitas al paro. El feroz capitalismo, la selva voraz que devora a los más débiles, esta ahí. Pero la obra no sólo es la denuncia de un mundo perro, es que las perrerías de los mortales estallan sobre el escenario. La trampa, el soborno, el robo. El grito desolador de los que están peleando en la calle frente a los que mueven los hilos desde la fortaleza de un despacho.
Veronese ha sabido marcarles a sus personajes la verdad de sus dramas más allá de los trajes de época, y ya no importa tanto dónde están como los recursos que ponen en juego para ganar una batalla agónica. Los ha dejado ahí desnudos y solos con sus argumentos y picardías, pero les ha dado un tempo. Así que salen y sus cuerpos ponen a bailar sus discursos para que se ajusten al desarrollo marcado, muy veloces en los dos primeros actos, más lentos en el tercero, con un cuarto en el que combina la rapidez con la calma. Hombres contra hombres, pelean y son cómplices.
James Foley llevó la pieza al cine en 1992 con un reparto de lujo y con guión del propio Mamet. Las comparaciones no sirven esta vez, pero importa decir que los actores con los que ha trabajado Veronese están inmensos. Carlos Hipólito, Ginés García Millán, Alberto Jiménez, Andrés Herrera, Gonzalo de Castro, Jorge Bosch y Alberto Iglesias. Dan cuenta del infierno de una época de crisis, pero se han empapado del impulso trágico que el texto contiene y representan algo más que las dificultades de unos tipos en apuros. Tocan hueso y dejan ver que, en medio de la tormenta que los empapa a todos, hay lugar para lo más ruin y unos efímeros instantes para que irradie una complicidad auténtica, labrada a golpes de sudor y lágrimas, y que no sirve para nada. ¡Veronese! Presente. Este argentino ha sacado oro de una oficina de mierda.
Hay 2 Comentarios
Para los que, como yo, nos hemos perdido la recreación de Veronese, la recomendación de que vean la película. Tampoco tiene desperdicio.
Publicado por: D | 23/01/2010 22:41:37
Sólo he visto la película doblada. Lo esencial es la crítica de Mamet al capitalismo: si buscamos una salida personal nunca hallaremos la salida a un problema complejo. Porque nos programan para no cooperar, y es imposible una salida personal, psicológica.
Es una obra de tesis. Es mi lectura.
Publicado por: PREcarísimo | 18/01/2010 22:39:45