Dos niños se han bajado los pantalones cortos y, con el culo al aire, están meando en una calle de Madrid. Sophia Loren posa en 1962 en los estudios Samuel Bronston durante el rodaje de El Cid. Los miembros de la cuadrilla de Antonio Fuentes lucen en una imagen de 1900 sus impecables monteras. Parejas bailando, parejas paseando, parejas besándose, parejas que se miran entre suspiros. Gente que posa y otra a la que han pillado por sorpresa. Aparecen algunos escritores famosos, como Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Jacinto Benavente o Miguel de Unamuno, pero sobre todo están cientos de personas anónimas que han sido atrapadas por la cámara en algún instante de su vida. En el Canal de Isabel II, de Madrid, Chema Conesa ha seleccionado para la exposición Madrileños. Un álbum colectivo 450 imágenes de las 25.000 que los habitantes de esta comunidad han cedido a un archivo fotográfico institucional que, de ese modo, ha conseguido reunir la crónica íntima de sus habitantes durante un siglo de historia, de 1900 a 2000.
Lo privado emerge así a la luz pública para dar cuenta de actitudes y retazos de vida que, en realidad, tienen mucho que ver con lo que nos pasa a todos (juegos, fiestas, romances). La exposición termina troceando la historia de Madrid durante un siglo en fragmentos instantáneos que nada tienen que ver entre sí y, al mismo tiempo, muestra todos esos mecanismos que operan cuando se quieren resaltar determinados momentos de la monótona marcha de las horas y los días. Estrella de Diego citaba hoy en su columna de Babelia un comentario del artista francés Christian Boltanski que tiene que ver con todo esto: "Me interesa lo que llamo la 'pequeña memoria', una memoria emocional, un conocimiento cotidiano, lo contrario de la Memoria con mayúscula que se preserva en los libros de historia. Esa pequeña memoria que para mí es lo que nos hace únicos es extremadamente frágil y desaparece con la muerte". ¿Siguen siendo únicos los que salen del álbum familiar y cuelgan en las paredes de una sala de exposiciones?
En uno de los textos reunidos en Mirar (Hermann Blume, 1987; traducción de Pilar Vázquez), John Berger reflexiona sobre los usos de la fotografía a partir del célebre libro de Susan Sontag de 1975. Parte de la observación de que la cámara termina por romper la continuidad de la realidad y por ignorar la interconexión del mundo para ofrecer sólo momentos que se cargan, de esa manera, de misterio. "Las fotografías no narran nada por sí mismas", escribe Berger. "Las fotografías conservan las apariencias instantáneas". Fuera de contexto, son cápsulas que flotan en un océano que carece así de sentido alguno.
Para que haya significación, y por tanto comprensión, tiene que haber narración, explica Berger. Y por eso señala que las fotografías privadas, al ser un recuerdo de lo que se está viviendo, contribuyen a darle alas a "la memoria viva". "La fotografía pública, por el contrario, ha sido separada de su contexto y se convierte en un objeto muerto que, precisamente, porque está muerto, se presta a cualquier uso arbitrario", escribe. En el paso que da esta exposición de llevar lo privado a lo público se echa de menos la narración. Es verdad que la imaginación puede ayudar, ¿pero qué estaba pasando cuando esos niños se bajaron los pantalones y que significaba que mearan alegremente en el Madrid de 1968?
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Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del "presente momento histórico", no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizadas así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido, sobre la inmesa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la Historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentida que se suele ir a buscar en el pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras.
MIGUEL DE UNAMUNO, En torno al casticismo, 1905
Publicado por: Odón Roca | 31/01/2010 9:59:50