Oreste Campese, director de una compañía de cómicos, dice al principio de El arte de la comedia, de Eduardo de Filippo, que el teatro es el reino de lo imprevisto y que, a veces, hace falta forzar al azar para conservar la fascinación que provoca lo que irrumpe fuera de programa. La obra se inicia con el elogio que hace Campese de su propio oficio y en el que habla también de sus habituales problemas. La falta de medios, el desinterés del público. La sempiterna crisis que parece fustigar de forma inclemente a cuantos se ganan la vida sobre un escenario. Así que cualquiera se teme lo peor. En el largo prólogo se manejan los habituales tópicos, las cansinas quejas, las vueltas y revueltas sobre las dificultades de sobrevivir. Y, de pronto, como si se derrumbaran los diques de contención, el teatro entra como un vendaval y sacude al público con su arma más fulminante: el humor. Eduardo de Filippo estrenó esta pieza en Nápoles en 1964 y la compañía de La Abadía la ha recuperado en Madrid con unos actores inmensos y la dirección de Carles Alfaro que ha hecho lo más inteligente: ponerlo todo a su servicio.
Es la Italia de la posguerra, que ha de reinventarse para salir del profundo agujero al que la ha llevado el régimen fascista y su vocación de proyección internacional, y la trama arranca con la llegada de un nuevo gobernador que va a estrenar su primera jornada recibiendo a las fuerzas vivas de la localidad. Antes de todo, acepta conversar con el director de la compañía de cómicos. Está dispuesto a darles una ayuda económica, pero de ningún modo piensa apoyarlos con su asistencia a la pieza que representan en ese momento. A partir de entonces se desencadena en El arte de la comedia (la foto es de Ros Ribas) el hilarante carrusel de visitas y el gobernador debe lidiar con una sospecha: aquellos a los que recibe, ¿son de verdad ellos mismos (el médico, el cura, la maestra…) o son actores de la compañía que los suplantan por sugerencia de su director?
Hay algo de la biografía de Eduardo De Filippo (en la imagen) en algunos puntos del discurso de Oreste Campese, pues él mismo nació en una familia de cómicos y no salió ya nunca de ese mundo. De los escenarios (estrenó siendo niño con la compañía de su padre y su primer trabajo lo tuvo en la de su hermano) pasó al cine y de ahí a la televisión. Como actor y como autor. Filomena Maturano es su obra más conocida y su nombre estuvo vinculado a figuras como Vitorio de Sica; uno de los guiones en los que trabajó fue el de Matrimonio a la italiana, que llegó al cine de la mano de Sophia Loren y Marcelo Mastroianni. En la pieza que se ve en La Abadía, a ratos parece que se escuchara italiano aunque estén hablando en español. Situaciones excesivas, personajes disparatados, pasión por la desmesura y diálogos vertiginosos que se funden y se solapan: las armas tan características de una manera de hacer que tiene la indiscutible marca de la comedia neorrealista italiana.
Con esta obra, La Abadía celebra sus primeros quince años de trayectoria y lo hace con un elenco de actores próximos a la compañía. Todos están francamente bien (la foto es de Ros Ribas), pero sería injusto no destacar a tres de ellos. En primer lugar a Pedro Casablanc (a la derecha), que compone un gobernador lleno de sutilezas y de una humanidad aplastante. Su secretario (José Luis Alcobendas, delante de la ventana), con su punto rijoso de pelota vocacional, y el médico (Jesús Barranco), que arma un prodigioso recital de agravios y humillaciones, colaboran para conducir el montaje a la excelencia. Al principio parecía que iba a tratarse del clónico tostón sobre los males del teatro. Pero llegó el imprevisto, y el lamento se transformó en una celebración: la del talento de De Filippo y la del buen hacer de esos cómicos del siglo XXI.
Hay 1 Comentarios
Carmen Machi, es como un camaleón: cambia según sea la obra que esté representando.
Un saludo.
Publicado por: Dominios .co | 03/08/2010 19:52:52