Un episodio familiar

Por: | 20 de abril de 2010

Como ya contaban los griegos, las complicaciones verdaderamente serias siempre ocurren en familia. A Medea no le gustó mucho que Jasón terminara rindiéndose ante otra mujer, así que decidió liquidar a los hijos que habían tenido juntos. "Lo más cercano es lo más extraño" es una vieja enseñanza que procede de los viejos trágicos (Esquilo, Sófocles, Eurípides…), y sirve también para intentar comprender lo que cuenta La cinta blanca, la película de Michael Haneke. La historia sucede en un pequeño pueblo de campesinos en el que manda el dueño de todo aquello, el barón. El pastor religioso, el administrador de las propiedades, el médico y el maestro son figuras inevitables en un marco de esas características. Al fin y al cabo son los que, respectivamente, velan por las almas, las cosas, los cuerpos y el futuro. Es el maestro el que narra la historia y lo hace años después. No sabe con exactitud lo qué ocurrió en aquel pequeño rincón de Alemania en el que todos se conocían tan bien: las cosas siguen siendo un misterio. Y es que, durante una temporada, se sucedieron una serie de episodios cargados de violencia en ese remoto rincón de Europa: muertes y brutalidad.

La cinta blanca 3
A Haneke no le gusta correr, y se toma el tiempo necesario para acercarse a lo que están viviendo sus personajes. Puede poner la cámara delante de un pasillo vacío, frente a una puerta cerrada, y dejarla fija un rato porque lo que ocurre detrás de esas paredes es relevante, con lo que traslada a la imaginación del espectador la tarea de reconstruir cuanto está pasando allí. Esa morosidad, ese gusto por el detalle, ese afán por ser preciso en la composición de cada secuencia contrasta, curiosamente, con la cantidad de procesos que pone en marcha. En La cinta blanca suceden demasiadas cosas y la mayoría de ellas ocurren detrás. En la conciencia de los personajes, en el bosque, en el pasado: fuera de escena.

Una sucesión vertiginosa de episodios estalla contra la exasperante calma de un paisaje al que, de manera muy lenta, sólo modifican las estaciones. Algunos accidentes, un suicidio, palizas, humillaciones. La muerte se pasea por la película como un perro famélico y muerto de hambre, y va escarbando en todos los basureros, así que lo que termina por salir es el retrato implacable de una sociedad enferma. El 28 de junio de 1914, el heredero de la Corona del Imperio austrohúngaro, el príncipe Francisco Fernando, y su esposa son asesinadas en Sarajevo. La guerra va a estallar. Lo intuyen en aquel pequeño pueblo alemán, está en el aire, y el maestro, cuando vuelve sobre los terribles hechos que habían ocurrido allí poco antes, lo que quiere es encontrar alguna luz que lo ayude a explicarse lo que vino después: un conflicto gigante y el fin de un mundo que había durado siglos.

La cinta blanca trata de la pureza. Y va mostrando como es una abstracción que trastorna de manera sibilina la conducta, y los valores, de las gentes. Cuando el bien se convierte en un concepto absoluto, el mal empieza a merodear en las cercanías e inicia su paciente tarea de doblegar incluso a su mayor enemigo (por impenetrable): la inocencia. Haneke, pues, despliega varias historias paralelas —una crisis matrimonial, un enamoramiento, el fin de una complicidad sexual, el drama de una familia por sobrevivir, los rígidos afanes de un padre por educar a sus hijos—y avanza el diagnóstico de un mundo que se precipita en el abismo. Haneke ha hecho, con la belleza de La cinta blanca y las perturbadoras andanzas de su puñado de niños, una obra maestra en la que retrata con extrema frialdad la desolación que desencadena la fanática tarea de conquistar el pureza.

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El cine de Haneke es absolutamente terrorífico, por la crueldad químicamente pura y enajenada, por la profunda violencia interior que anida siempre en los personajes, como si estuvieran padeciendo los síntomas de una sociedad enferma de culpa, de aislamiento, que troca a los ciudadanos en individuos patológica e irreversiblemente inadaptados.

Un terror verdadero, realista, para nada metafórico ni envuelto en técnicas más o menos edulcoradas, sobre ciudadanos autistas, enfermos de soledad, desconfianza y aislamiento, bombas de relojería por sí mismos a punto de estallar en cualquier momento.

Y es que su cine es incómodo, no cabe duda, sus ambientes opresivos, su denuncia explícita del pisoteamiento del individuo por la indiferencia generalizada, por el egoísmo y la cobardía moral ante los conflictos sociales, etc ... nos recuerda demasiado esta sociedad del bienestar (más bien ya malestar) en donde el bien común brilla cada vez más por su ausencia.

En definitiva, una obra excepcional ("Código desconocido"; "La pianista"; "El tiempo del lobo", con la soberbia Isabelle Huppert las dos últimas; o la reciente y magistral: "Caché, escondido"), incómoda sí, pero revulsiva y, no sólo didáctica, sino emocionante y apasionante. Y siempre con una dirección de actores magistral, y los rutilantes aspectos técnicos, como una fotografía más propia de un trabajo lumínico de artesano.

Habrá que correr con presteza a “gozar” de esta nueva maravilla.

Saludos cordiales.

Qué buena crítica, y qué pena que las cintas blancas continuen sucediéndose y además no aprendamos de nuestros errores.
La educación enfermiza,es la culpable de los grandes males que nos afectan en esta insignificante pelota azúl.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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