La vieja complicidad

Por: | 30 de mayo de 2010

Tieso, absolutamente tieso, sin aventurarse a salir del metro cuadrado que le tocó en suerte, y haciendo de la tiesura una declaración de principios y un estilo de vida, Bill Wyman salió ayer en el teatro Juan Bravo de Segovia al frente de su banda, The Rhythm Kings, para ofrecer un concierto rotundo, sin fisuras, cargado con la vieja energía del rock’n roll. Tocaron un repertorio de clásicos del soul, del blues, del jazz y del rhythm & blues y fue como si lo hicieran en un tugurio de barrio y hubieran ido a escucharlos los parroquianos de siempre. Todo resultaba próximo, familiar, y las piezas se sucedían como una crónica conocida, en la que cada uno de los músicos se afanaba por aportar su toque personal. Un apasionante duelo de talento y complicidad, en el que todos compitieron por dar lo mejor. Y llegó Honky Tonk Women, el tema de Jagger & Richards, y Bill Wyman lo cantó no tanto como un homenaje a su antiguo grupo, los Rolling Stones, sino como el clásico en el que se ha convertido ya, a la altura de todos los demás. Una altura desde la que da vértigo mirar y que confirma que en los últimos cincuenta años se compusieron canciones de una fuerza incombustible.

Bill wyman the rhythm kings
Los músicos (la imagen es de archivo: en Segovia no estuvo Albert Lee, el del pelo largo blanco) que subieron al Juan Bravo tienen largas trayectorias a las espaldas, y conservan aún el gusto por tocar juntos y el amor por un  repertorio del que sacan auténtico petróleo. Georgie Fame sigue cabalgando sobre los sonidos de su órgano Hammond con un dominio perfecto del ritmo y con esa voz negroide que va directamente al hueso de cada canción (Just For A Thrill; Hit The Road, Jack). Geraint Watkins tuvo su momento de gloria con su particularísima versión de Johnny B Goode, estuvo impecable al piano todo el rato y sacó chispas de la audiencia cuando tocó el acordeón. Detrás, la solidez del batería Graham Broad. Y luego los vientos: Frank Mead mostró su versatilidad, tocando lo mismo la armónica que los saxos, pero fue sobre todo con el soprano con el que llegó más lejos; Nick Payn, a su lado, contribuía a darle vuelo a las canciones con la seca energía del metal y bordó un estremecedor solo con el saxo barítono en It’s A Man’s World.  Terry Taylor fue el sobrio guitarrista que cubre todos los huecos y estuvo, en fin, la reina: la vocalista Beverley Skeete, que cerró los bises con una impresionante versión de I Put A Spell On you.

"Al final de la gira de Urban Jungle, Bill anunció que iba a dejar la banda", cuenta Keith Richards en According to the Rolling Stones (Planeta). "Me enfadé muchísimo con él. Le amenacé de todas las maneras posibles, incluida la pena de muerte. Como yo siempre digo: 'Aquí nadie se va si no es en un ataúd'. Pero ya lo había decidido". Le había cogido un pánico insuperable a los aviones y, de hecho, durante aquella gira había viajado de un lado a otro en coche. Una paliza. "Ya no quería tanto trajín", comentó Charlie Watts en aquel libro. "Es un tío muy gracioso, con un humor muy ácido", decía Richards. Cuenta unos chistes magníficos, un tipo agradable, "lo que dice Bill siempre es muy sutil". Corría el año 1992. El bajista original de una de las mejores bandas de rock abandonó los escenarios y se retiró a casa a cultivar una apacible vida familiar.

Más tarde formó The Rhythm Kings, pero se trataba de otra historia. Nada que ver con el complicado mundo de la fama y los megaconciertos, y el ritmo endiablado de las giras y la enloquecida vida del éxito y el glamour. Bill Wyman siempre fue el tipo más serio de los Stones, el más tímido, el que pasó más desapercibido. Era un tipo tieso ya entonces, y lo sigue siendo. Tras toda esa tiesura, sin embargo, está la pasión por la música y ese inteligente proyecto, el de encontrar un formato idóneo para hacerla compatible con una vida tranquila. La fórmula: un grupo de amigotes y unos cuantos clásicos. La única pega fue que en el Juan Bravo hizo un calor de muerte. Y que no dejan ni beber, ni fumar. Un duro peaje para un excelente concierto que cumplió esa antigua regla: Let the Good Times Roll. 

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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