Nicholas Payton tocó la otra noche en Madrid, en Clamores. Llevaba una banda con cuatro músicos que le facilitaron todo el protagonismo a su trompeta: majestuosa, galopaba con esa tensión que tanto le gusta sobre las grupas de la batería y la percusión, pero también sabía detenerse para sacarle jugo a su lirismo en los temas más lentos. El esquema es más o menos el mismo: el fondo lo levantan la batería y la percusión, con un bajo y un piano eléctrico que juguetean sobre esa sólida y compacta masa rítmica. Y luego Payton reina con su trompeta, a veces dando punzadas repetitivas y violentas, zarpazos, y otras apoyándose y derramándose con largos lamentos, cristalinos y de una sobria intensidad. La percusión adorna con una amplia variedad de instrumentos el paisaje sonoro y el piano eléctrico interviene con sus solos siempre con ese aire de deshacerse que tienen los sonidos de las teclas cuando están enchufadas. Buena parte del repertorio procedía de Into the Blue, el disco que grabó en 2008, y antes del bis, Nicholas Payton cerró el concierto con el tema en el que también canta: Blue.
Las pruebas de sonido empezaron el sábado en Clamores un poco tarde y, al terminar, Payton prefirió ir a su bola y no quedarse por la zona a cenar con el resto de la banda. El problema se desencadenó cuando no apareció a la hora convenida para empezar el concierto. Lo llamaron al móvil: no contestaba. En el hotel lo habían visto, pero no se ponía al teléfono en su habitación. Así que hubo que ir a buscarlo. Explicó que necesitaba planchar su traje. Y con el traje impecable, negro con finísimas rayas blancas, y su sombrero subió con algo de retraso al escenario. No sonrió ni una sola vez, cerró los ojos para escuchar mejor a sus compañeros y cumplió con el rigor profesional que caracteriza a los grandes maestros del jazz. Faltó algo. ¿Complicidad con los suyos y con el público? ¿Emoción, ganas, una chispa de inspiración? Quién sabe.
De Payton sólo había escuchado dos discos. El último y otro que grabó hace ya tiempo, en 1996: Gumbo Noveau. Las diferencias son inmensas, aunque acaso haya entre uno y otro algún hilo conductor. El más lejano está lleno de jovialidad, y su repertorio es muy clásico: varias piezas tradicionales, canciones de dominio público, temas de Louis Armstrong y alguna cosa más. La influencia de Nueva Orleáns, lugar de procedencia de Payton, es ahí muy notable. Pero llama también la atención la osadía de sus arreglos y su peculiar manera de enfrentarse al repertorio. When The Saints Go Marching In pierde en sus manos su habitual alegría de marcha fúnebre danzarina y adquiere una sutil melancolía. Y a St. James Infirmary le quita su espesa maraña de blues clásico para dejarlo rodar con la soltura de una pieza mucho más desenfadada. Payton revelaba, ya entonces, que era mucho más que un excelente trompetista. Wynton Marsalis fue de los primeros en advertir su personalísimo estilo.
El caso es que en Into the Blue ya no hay huellas de aquella desenvoltura de Gumbo Noveau, y se nota que se trata de un trabajo mucho más elaborado y más fino, mucho menos espontáneo, donde hay pocas concesiones y donde manda el afán de Payton por abrirse un hueco propio en la escena del jazz internacional. Tres de los cuatro músicos que grabaron con él ese disco estuvieron en Madrid y lo acompañan por la pequeña gira que está haciendo por España: el bajista Vincent Archer, el baterista Marcus Gilmore y el percusionista Daniel Sadownick. Ha cambiado el pianista: el joven Lawrence Fields sustituye a Kevin Hays. Payton estuvo en la sala Clamores demasiado serio, sin correr riesgos, puro trámite. Aún así, quedó la marca de su inmenso talento. Y esa extraña felicidad que produce confirmar que, un sábado cualquiera, Payton plancha su traje y toca la trompeta en un pequeño lugar de Madrid. Un lujo.
Hay 2 Comentarios
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Publicado por: Bulk SMS | 18/05/2010 9:52:57
No he tenido la suerte de oir a este fenomeno pero por como lo describes tiene que ser una pasada.
Publicado por: Subvenciones Navarra | 18/05/2010 3:43:33