Lo que ha hecho Martín Casariego en su última novela, publicada hace ya un tiempo, es ponerse a ras de tierra. Escribir desde ahí, pegado al suelo y mirando de frente cuanto ocurre entre los más pequeños. Unos niños que rondan los siete años y otros que andan por los catorce. Los enfoca, se acerca a ellos, despliega sus recursos para conocer lo que les está pasando, escarba. Y, de pronto, encuentra entre los mayores, los adolescentes, a una feroz jauría. Hambrienta e inquieta, la manada acosa a la presa. Un día, todo ellos, decepcionados por la mansedumbre de su víctima, un chaval, un compañero de clase, "le sacaron la cabeza por la ventana, luego medio cuerpo". De eso trata La jauría y la niebla (Algaida, 2009; II Premio Logroño de Novela), de la violencia en estado químicamente puro: "Uno de ellos le sujetaba por las axilas, mientras dos manos le agarraban de cada tobillo. Poco a poco le sacaron del todo. Boca abajo, pegado a la pared, suspendido en el vacío, sostenido por seis manos…".
Son tres historias que discurren paralelas y que, de tanto en tanto, se entrecruzan. Un día cualquiera en un pueblo del País Vasco. El imán que atrae todos los conflictos es la implacable persecución que padece el joven Ander. Como contrapunto, las vicisitudes de su hermano pequeño, Leandro, que anda todavía atrapado en las redes de la inocencia, sacudido con sus compañeros por un viejo e incómodo interrogante, el de si existen los Reyes Magos. Luego está un escritor, ya mayor, que ha llegado a la zona para hablar de uno de sus títulos de literatura juvenil con los alumnos del curso de Ander. Llevaba quince años alejado de esta promociones y vuelve a encontrarse con el público (y con una mujer) al que van destinados algunos de sus títulos. "¿Servía de algo que un libro tuviera una faceta moralizante, pedagógica, preventiva?", se pregunta alguna vez. ¿Cómo se tiende un hilo, cómo se conecta, en qué espacio hay lugar para que las palabras de un autor cobren vida en la lectura de los otros, y qué puede significar todo eso?
Conviene dar algunas coordenadas. En la pared de una clase hay, por ejemplo, "una gran mapa de Euskalherria, con las siete provincias, tres en el Estado francés y cuatro en el español, incluyendo Navarra". También hay una referencia a un vigilante lingüístico, cuya tarea es la de velar porque se hable en el colegio la lengua del país: el vascuence, el euskera. Y algún rato, el joven protagonista recuerda el concierto de un grupo al que había ido hace unos ocho meses, cuando no sufría aún ese enervante acoso que le ha hecho perder cinco kilos en la última temporada. "Cuando él era uno más, aunque Pako siempre le hubiera tenido manía, cuando aún no había empezado la caza, cuando aún no orinaban en su mochila, ni le robaban los trabajos, ni se los rompían, cuando el Chupa-Chups aún no existía" había estado allí y había escuchado unas cuantas intervenciones "sobre la lucha armada, para la cual ellos habían sido elegidos". Y está también el rincón de una calle, donde hace un tiempo asesinaron a un concejal después de haberle quemado la ferretería. Podría haber sido otro, pero ése es el mundo en el que tiene lugar la novela.
Cuenta el escritor que su hijo, siendo muy pequeño, le había dicho una vez: "La niebla es el aliento de los lobos". Y eso ocurre en el libro de Martín Casariego (la fotografía, de Santos Cirilo, es de 1995), que esa niebla lo va inundando todo. Y es como si, al final, las figuras de los personajes y sus acciones y sus pesares y sus preocupaciones y su vulgar audacia y esa fragilidad que los empuja a dar manotazos, como si todo eso estuviera devorado por esa atmósfera, ese aliento pútrido que se prolonga hacia todos los intersticios. Una prosa funcional que tiene algo de cámara y que, por ejemplo, se acerca a los rostros de esos chicos. Los rostros de quienes componen la jauría, y el rostro de la víctima. Hay, finalmente, una pelea. Y luego una extraña revelación, una huida, un puente. Y de Ander se apodera "la honda y afilada sensación de no pertenecer a un mundo del que había sido expulsado sin saber por qué, sin haber hecho nada para provocarlo, sin haber arrancado de árbol ninguno un fruto prohibido y peligroso".
Hay 2 Comentarios
Felicitaciones por el blog, saludos mi blog es: http://lacomunidad.elpais.com/maxyjunin/
Publicado por: Maxymo | 06/08/2010 22:39:04
Mi enhorabuena por trabajar la educación. Por adentrarse en el mundo de la infancia y la adolescencia. Por denunciar la violencia para provocar la reflexión, las preguntas que algunos consideramos obligatorias. De exámen. Como para plantearse prohibir el paso a quien las deja en blanco. A quien "no sabe y no contesta".
Gracias por la recomendación y por el libro.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 24/06/2010 14:19:44