Celebración, asombro, entusiasmo

Por: | 12 de agosto de 2010

Casi todas las fotografías de László Moholy-Nagy tienen una deliberada voluntad de ser diferentes. Cuando hacía un retrato, por ejemplo, dejaba fuera del encuadre parte del rostro. Anduvo buscando todo el rato perspectivas inusuales, y utilizó con frecuencia picados y contrapicados. Le interesaban las distorsiones, los efectos que provocan las sombras, la variedad de tonalidades del gris. Su obra tiene así algo de celebración permanente, y lo que celebra es la novedad. Aunque también sirven, para tratar de su obra, palabras como asombro o entusiasmo. Asombro, por la variedad de efectos y de impresiones que surgen al colocar la cámara de una manera distinta a la convencional. Y entusiasmo, por ensayar nuevas formas de congelar el mundo. En el programa de PHotoEspaña de este año, el Círculo de Bellas Artes exhibe una fascinante antología de este artista total. Además de hacer fotos, se dedicó al diseño y a la pintura, hizo películas, trabajó en revistas de moda, fue profesor y teórico, colaboró con el teatro y la ópera con sus escenografías y figurines, escribió y fue, por decirlo así, uno más de los apósteles de las vanguardias y estuvo empeñado, por tanto, en cambiarlo todo. Con ese espíritu, decidió hacer fotos sin utilizar la cámara, y creó los llamados rayogramas: formas que las superficies sensibles recogen de las variaciones de luz.

 

Laszlo moholy-nagy László Moholy-Nagy nació en 1895 en Bácsborsard, en el sur de Hungría, y estudió en Budapest. Cuando estalló la Gran Guerra, se alistó en el ejército austrohúngaro. En 1917 fue herido en el frente y, un año después, decidió convertirse en artista. Se vinculó, inicialmente, a los círculos artísticos más avanzados de su país y, en 1920, aterrizó en Berlín. Allí entró en contacto con los dadaístas y constructivistas. Sus collages (como el de la imagen) recogen la influencia de ambos movimientos, que lo marcaron a partir de entonces: de un lado, el afán de provocar y el sentido del humor; del otro, una obsesiva búsqueda de la sencillez, la transparencia, lo puro.

 

El arquitecto, urbanista y diseñador alemán Walter Gropius se interesó por el trabajo de Moholy-Nagy cuando vio su primera exposición en 1922, y lo incorporó a la Bauhaus cuando ésta abrió sus puertas en Weimar en 1923. Siguió trabajando en el proyecto cuando el centro se trasladó a Dessau y, si no fuera por los nazis, hubiera seguido allí hasta el final de sus días. Tuvo que dejar Alemania en 1934 y, tras unos cuantos viajes, cuando se instaló en Estados Unidos montó en Chicago la New Bauhaus, que se convertiría más tarde en The New School of Design. Moholy-Nagy murió en 1945.

 

El estilo de aquellos artistas europeos tuvo una profunda influencia en Estados Unidos. El fundador del llamado nuevo periodismo, Tom Wolfe, los puso a caldo en 1981 en su libro ¿Quién teme a la Bauhaus feroz? (Anagrama; traducción de Antonio-Prometeo Moya). Veía a las vanguardias como grupúsculos de creyentes, y escribió: "Pero ¿cuál se supone que era el origen de la autoridad de una camarilla? Diantre, el mismo de todos los nuevos movimientos religiosos: el acceso directo al dios, que en este caso era la Creatividad". Wolfe, en cualquier caso, estaba sobre todo obsesionado por el peso que las ideas de la Bauhaus tuvieron en la arquitectura americana ("Los edificios se volvieron teorías materializadas en hormigón, acero, madera, vidrio y estuco"). En cuanto a la creatividad (sin mayúsculas), pues está ahí en la obra de Laszlo Moholy-Nagy. Y, como la de tantos de los que transitaron por esos caminos y por esos afanes de ruptura, ha marcado nuestra mirada. Esas diferencias que exploró forman parte de los recursos que manejan las artes de hoy: el diseño, la fotografía, el cine… Por familiar que pueda resultar, sus trabajos conservan, sin embargo, la frescura del entusiasmo de quien se ha volcado a mirarlo todo de nuevo y celebra el asombro que le produce el mundo y la vida.

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La industria todo lo alcanza, incluso esa búsqueda de lo esencial, distribuyendo la investigación o trabajo científico. Ahora parte de ese trabajo se ha ahorrado y universalizado con photoshop.
Pero aunque Wolfe se empeñase en calificarlo como creatividad, creo que las obras, los trabajos expresaban también la crisis o ruptura del orden mundial. Si bien la primera supuso una zanja infranqueable, las consecuencias de la más grande de la historia: la segunda, resultaron inabordables.
No tiene relación el hecho de que la industria de la construcción se inspirase en la fuerza de la desnudez de la Bauhaus sino por una necesidad económica.
Pero no deja de resultar paradójico el hecho de que la concentración de la población en las ciudades se produjera en tan elevado porcentaje o grado.
De alguna forma, se reordenó el desorden, se cambió el pensamiento, y para evitar la desazón, la ansiedad o cualquier otro tipo de molestia o dolencia, se utilizó el trabajo artístico que sensiblemente mostraron maestros de la abstracción o del conceptualismo, que se vende como exigencia para el progreso.
En cuanto a la experimentación artística, suele molestarme bastante el hecho de que muchas veces no muestren los referentes o la referencia, o que esta se falsee. Somos muchos los que no poseemos facultades telepáticas.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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