Simon Axler tiene 65 años y ya no sabe hacer el trabajo que lo ha consagrado como uno de los grandes del teatro de su país: ha perdido su capacidad de actuar. Le resulta imposible convertirse en otro, mudar de piel. Lo que hace lo encuentra falso, impostado. Así que se empieza a derrumbar de una manera abrupta, vertiginosa, incapaz de encontrar asidero alguno. Termina en un psiquiátrico. Allí se sienta, de vez en cuando, con el grupo de pacientes de impulsos suicidas que no dejan de recordar con ardor su proyecto de quitarse la vida y que siguen despotricando por su ignominioso fracaso. Así arranca La humillación (Mondadori, traducción de Jordi Fibla), la última novela de Philip Roth. Cuando van a darle el alta, a Axler le inquieta una impresión, la de sentir que cuanto le sucede no guarda ninguna relación con todo lo demás. La vida verdadera se le escapa, lo que le pasa tiene algo de sucedáneo, así que le tienta un cambio brusco, radical. "No hay nada que tenga una buena razón para ocurrir –le dijo al doctor aquel mismo día–. Pierdes ganas… todo es caprichoso. La omnipotencia del capricho. La probabilidad del cambio total. Sí, el impredecible cambio total y el poder que tiene".
De nuevo Philip Roth se sumerge en La humillación en el espanto de ir envejeciendo. Si las piezas del mecanismo de la vida han ido funcionando hasta entonces con una cierta normalidad, de pronto algo se fastidia en algún punto desconocido del sistema y los dientes de una pieza que tan bien engarzaban con los de la siguiente dejan de hacerlo. El aparato se apaga, a veces incluso sin ni siquiera echar humo, sin ninguna advertencia. El actor sabía escuchar antes a los otros actores en el escenario, era un personaje entre otros personajes con una historia común. Ahora ya no. Puede saber su papel, pero sus palabras ya no responden de verdad a las otras que se están diciendo: sólo cumplen, llenan el hueco. Es como si ya no tuviera sitio, y permaneciera varado en un margen, fuera de juego.
A Simon Axler lo abandona su mujer, muere su hijo drogadicto, termina abandonando definitivamente las tablas y se encierra para ir dejándose caer. Hasta que un día recibe la visita de la hija de unos viejos amigos. Tiene cuarenta años y es lesbiana, por lo que no tendría que pasar nada. Pero pasa, y empieza una relación que le devuelve la consistencia, que lo hace real. Los dientes vuelven a encajar en los dientes, las ruedas giran. "La rareza de aquella combinación habría desanimado a mucha gente", cuenta Roth de Axler, "pero lo que tanto le excitaba era precisamente la rareza. Sin embargo, el terror también permanecía, el terror a volver a sentirse acabado sin remisión".
En Un animal moribundo, Roth contaba la intensa relación entre un profesor universitario de ochenta años y una joven mucho menor que él. En Elegía daba cuenta de las complicaciones vitales de un creativo publicitario en la etapa final de su vida. Su viejo personaje (y alter ego) Nathan Zuckerman es el que anda fastidiado con un problema de incontinencia urinaria en Sale el espectro, y deja su refugio en la montaña para operarse en Nueva York, donde se queda colgado de una joven escritora. La vejez, la enfermedad, las dificultades cada vez mayores para llevar una vida plena, pero también el deseo y el cuerpo y las inagotables ganas de seguir ahí con todas sus consecuencias. Philip Roth anda publicando novelas cada vez más delgadas, pero conserva intacta su prodigiosa capacidad para darle un bocado a las verdades más incómodas, en este caso de la complicada coexistencia entre el deterioro y la ilusión de que todo sigue siendo posible. Axsel llega incluso a visitar un médico para saber si puede tener a su edad un hijo con Pegeen Stapleford, su amante, aquella lesbiana a la que ha conseguido seducir. No ocurrirá tal cosa sino otra muy distinta. Y Roth describe, entonces, los efectos devastadores de una pasión tardía.
Hay 2 Comentarios
Mémoire.
Quand le son
de la nuit
m'appelle
tendrement
j'écoute la lumière
des visages
solitaires comme
le chant du
matin qui décrit
le sourire.
Francesco Sinibaldi
Publicado por: Francesco Sinibaldi | 10/08/2010 17:30:22
Roth escribe con una franqueza, una honestidad y una humildad que hace que vivas y compartas de forma privilegiada la verdad que te cuenta. A mi me conquista
Publicado por: maria | 09/08/2010 18:47:12