Tras las dos películas dedicadas a Ernesto Che Guevara, Steven Soderbergh ha filmado The Girlfriend Experience. Cuenta las cosas que le pasan durante unos cuantos días a Chlesea, una prostituta de lujo. Frente a la producción anterior, realizada con todos los medios a su disposición, su nuevo trabajo tiene algo de experimento. Ya no se trata de abordar a un personaje histórico, y de contar su historia, tan polémica además, sino de husmear en las cosas de una mujer joven que elige una profesión que le permite ganar mucho dinero pero que debe ejercer en un terreno pantanoso. Nunca se sabe qué puede pasar cuando lo que se vende es compañía y conversación y sexo. Soderbergh se acerca al asunto con la distancia de un documental, y no pretende armar una fábula con moraleja, ni tampoco inventarse una narración cerrada en la que los personajes formen parte de una trama en la que cada cual juega un papel determinado. The Girlfriend Experience, en ese sentido, tiene algo de ensayo. Va entrando en una zona desconocida y pregunta. No concluye nada, sólo explora algunos aspectos de un negocio que se enmascara detrás de las buenas maneras de la alta sociedad pero que sigue manteniendo una fuerte carga de sordidez.
Lo que Chelsea (en la imagen, Sasha Grey en un momento de la película) ofrece a sus clientes es el sucedáneo de una relación afectiva completa. Novia o compañera o amante, ha de saber tocar distintas teclas para satisfacer las exigencias de quienes la contratan. Escuchar con interés sus problemas laborales o familiares, compartir su preocupación por la marcha de sus finanzas, festejar sus gracias, acompañarlos a compromisos, ayudarlos a realizar sus fantasías. La cámara atrapa fragmentos de sus encuentros, pero luego la sigue para conocer su propia intimidad. Vive con el preparador físico de un gimnasio bien situado en Manhattan, y le va bien con él: han sabido manejar los fantasmas que surgen cuando uno de los miembros de una pareja comercia con su cuerpo (y, en este caso, también con sus afectos). Luego está un periodista que entrevista a Chelsea y que, como Soderbergh, pretende enterarse de qué va la cosa. ¿Es posible permanecer siempre fuera, siempre distante, no implicarse, tener bien agarrados los resortes imprevisibles con que se maneja el corazón?
Un ensayo. Por eso la narración va de un lado a otro, por eso hay algo de ruido en las tomas, por eso los asuntos que se abren no terminan de cerrarse de ninguna manera. Si Chelsea convive a gusto con su compañero quizá se deba a que comparten un mismo objetivo, una obsesión: la carrera. Hacer una buena carrera, ganar dinero, situarse, invertir incluso. Y para triunfar, de lo que se trata es de tener una marca. Un concepto muy claro de lo que se quiere ofrecer y la habilidad para proyectar los matices necesarios para parecer único. Parte del tiempo que dedica a su trabajo, Chelsea lo gasta en inventarse a sí misma. Da, así, cumplida noticia de su sucesivas puestas en escena: cómo vestía en cada ocasión, de qué firma era cada una de las prendas que llevaba encima. ¿Y si algún cliente no buscara a la mujer ficticia sino a la de verdad? Eso le pregunta el periodista y ese es el tema de la película.
También en su trabajo sobre el Che Soderbergh tuvo que ocuparse de un asunto semejante. Por un lado trabaja la verdad del hombre que encarna unas ideas y, en el mismo sitio, tiene que apañárselas el hombre de verdad, que suele estar hecho de flecos y ambigüedades y contradicciones. Entre uno y otro se producen ruidos, y a veces el tipo real tiene que hacer cosas con las que no comulga pero que forman parte del proyecto del tipo que quiere entrar en la Historia. Chelsea camina también por esa delgada línea que separa la verdad de la mentira. Forma parte de este mundo en que se curan los dolores con pastillas y ella misma es la pastilla que va a remediar la soledad de los que pueden pagar su alto caché. Y es ahí donde entra la cuestión decisiva: ¿no puede abrirse una grieta que lo mande todo al carajo?
Hay 2 Comentarios
Tengo la impresión de que confundes el vicio con la profesión.
Una prostituta no elige. Sobrevive.
La tiparraca en cuestión podría estar ayudando a su novio en el gimnasio o vendiendo perfumes.
Además, si no abre su boquita es probable que le coloquen de maestra o de médico si se apunta a alguna universidad religiosa o cuyo "accionariado" maneje poder.
No hace falta viajar ni bucear en la filmografía de ningún director.
Ni ser tan guapa.
Acércate al norte, chico.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 18/08/2010 16:47:56
Me pregunto cuales son los criterios que mantienen los críticos a la hora de calificar como mayor o menor una película.
Creo que he visto al menos cuatro veces Descubriendo a Forrester de Gus Van Sant. Sin embargo leo que la crítica la califica de menor. La primera vez que la vi me di cuenta de que la estaba esperando, y no descubrí hasta más tarde la referencia al genial J. David Salinger.
La grieta a la que haces referencia me recuerda a Macht point, generosa a la hora de mostrar una escala de valores que oculta la incapacidad de amar.
Probablemente, los ambiciosos clientes de la chica para todo buscan una solución fácil a los efectos de este problema de dependencia, en conflicto con las reglas de juego del mundo al que aspiran. Una vez descubierta, resulta demasiado engorrosa la evidencia, por lo que se elimina.
No deja de ser una temeridad el ejercicio de ponerse en alquiler, una acrobacia vertiginosa en la que siempre habrá alguien que se divierta desanudando la red en el último momento. Y no pasará nada. Porque las reglas de juego las dictan expertos. Criminales de altos vuelos. Ni las dudas ni las desaveniencias son toleradas. Es su ley y ellos mandan. Cuestión de talento.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 17/08/2010 16:02:49