¿Qué estamos haciendo?

Por: | 10 de agosto de 2010

La vida en tiempos de guerra, la última película de Todd Solondz, se embarca en la complicada tarea de sumergirse en el pantanoso territorio de los conflictos y los equívocos y las ansiedades de los que se quedan en casa cuando hay otros que han salido fuera a batirse para defender la seguridad del propio país y los valores sobre los que se sostiene, democracia y libertad. Así por los menos han vendido las campañas de Afganistán e Irak en Estados Unidos los responsables de haberlas iniciado (y continuado). La guerra como tal no aparece nunca en la película, es sólo el telón de fondo, ese ruido imperceptible que todo lo atraviesa. Por lejos que ocurran las batallas y por remotos que sean sus efectos inmediatos sobre los personajes de la historia, la guerra está ahí y produce una brutal conmoción en la retaguardia. El caso es que un niño judío ha de enfrentarse a uno de los ritos de paso propios de su religión y tiene que redactar una pieza en la que ha de explicar lo que significa ser hombre. ¿Cuándo se atraviesa esa franja en la que se deja de ser niño? Cuando no hay más remedio que elegir, escribe, y se toma un camino determinado. Y cuando no queda otra que defender esa elección, por mucho que otros la critiquen o la rechacen o la ridiculicen o la denigren.

La vida en tiempos de guerra
Las primeras secuencias de La vida en tiempos de guerra están llenas de primeros planos. Se ha contado desde hace mucho que el rostro es el lugar donde se expresa el alma. Así que la pantalla se llena de rostros, como si fueran los mapas que resumen los avatares de una vida: cómo se grabaron las experiencias, las relaciones, aquel dolor concreto, esa dicha efímera. Todd Solondz tiene un estilo muy personal de contar las cosas y en vez de embarcar sus historias en una sucesión de episodios, las va presentando en fragmentos, como si fuera colocando uno detrás de otro los pedazos con los que finalmente arma su tejido.

Para contar lo que está pasando en la retaguardia, Solondz ha elegido una familia, de la que ya se había ocupado en una película anterior, Happiness (1998). Es una familia herida, y que tiene difícil curación. El padre acaba de cumplir su condena por un delito de pedofilia y sale de la cárcel, pero cuanto hizo en su día sigue azotando de una manera u otra a los suyos. El niño que reflexiona sobre lo que significa ser hombre lo hace dentro de la sofocante atmósfera de un país en guerra, pero también con un terrible pasado familiar a las espaldas, que va descubriendo poco a poco. Hay imágenes cargadas de lirismo: pequeños fogonazos que alumbran el vacío y la soledad y que subrayan el inquietante abandono de algunos personajes. Las casas y las cosas y los lugares están tocados por esa estética pop que tan bien define los trabajos de Solondz. La alegría que irradia tanto colorido y su simplicidad acentúan, aún más si cabe, la compleja trama de contradicciones que sacude a sus criaturas. Hay humor, al fin y al cabo se trata de una comedia.

Y también tristeza, y esa irritante impotencia que surge en cuanto uno se asoma al lado oscuro. El sexo, por eso mismo, es la materia que incendia lo que aparenta ser una plácida cotidianidad, esa cotidianidad que está también habitada por monstruos. Solondz pone el foco en las vidas de tres hermanas que, cada una a su modo, encarnan actitudes muy características de la sociedad estadounidense. La que se bate por la familia y el trabajo, la que persigue el éxito, la que se dedica a ayudar a los demás. En una sociedad que va infantilizándose a pasos gigantescos, y donde lo más fácil es protegerse de cualquier ambigüedad con recetas rotundas (el enemigo mayor es el terrorismo), la obsesión de ese niño por lo que significa ser hombre (ser libre, ser responsable) tiene la consistencia de un disparo que va directo al corazón de una sociedad cargada de ansiedad y miedo para preguntarle: ¿qué estamos haciendo? Eso es lo que ha filmado, con tanta inteligencia como originalidad, Todd Solondz.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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