Piazza de San Marco, Venecia: un guitarrista, que toca en la orquesta de uno de los cafés, descubre que en una mesa de la terraza se ha sentado el viejo cantante melódico americano que su madre escuchaba cuando él era niño. Así que no puede aguantarse y se acerca a conocerlo. El guitarrista viene de Hungría, lo de su madre fue hace mucho tiempo: se había separado, pero de vez en cuando encontraba a alguien y le hablaba a él de que sería su padre, pero nunca ocurrió, así que se llenaba de tristeza y se sumergía en aquellas canciones. Y ahí estaba, delante suyo, el tipo que las cantaba, y que le estaba proponiendo, además, una pequeña colaboración. Que lo acompañara aquella noche a dar una serenata a su mujer. Acepta, claro; suben a una góndola, llegan debajo de una ventana y el viejo cantante melódico canta. "Con un rastro de cansancio en la voz, incluso con un punto de titubeo, como si no estuviera acostumbrado a abrir su corazón de aquel modo", explica el guitarrista. Lo cuenta Kazuo Ishiguro en el primer relato de Nocturnos. Cinco historias de música y crepúsculo (Anagrama; traducción de Antonio-Prometeo Moya).
El cantante y el guitarrista, y la complicidad de aquellas viejas y pegadizas melodías. Están en Venecia y al rato pueden oír, al fin, como detrás de aquella ventana una mujer está llorando. Kazuo Ishiguro (la foto es de Carmen Valiño) se ocupa en estos cinco cuentos del poder de la música. Habla, por ejemplo, de esas canciones vulgares que tanto significan, que resumen mejor que el tratado de un sabio todos los matices del amor y del abandono, de los celos y de la pasión, del puro gusto de querer a alguien y de procurar amarrarlo y de jurarle lealtad y de cómo las cosas se van a pique y no tienen ya remedio. Un gesto, un silencio, una pequeña confusión, cualquier cosa y los amores se consumen.
Dos viejos amigos que en la Universidad escuchaban a los grandes de Broadway y a los que las circunstancias vuelven a reunir. Un joven compositor que pasa el verano junto a las colinas que inspiraron a John Elgar mientras escribe sus nuevas canciones. Un saxofonista que se somete a una operación de cirugía facial y que se encuentra en su convalecencia con una mujer que, sin ningún talento, ha conquistado la fama. Y el joven violonchelista y la mujer que lo educa para descubrir el más secreto matiz de cada composición. De eso van estas historias de Ishiguro y, aunque a algunas se les notan las costuras y pecan de excesiva artificialidad, vuelve en ellas a acercarse con esa discreta elegancia que caracteriza su estilo a algunas de sus viejas obsesiones. La dignidad, y profunda libertad, de quienes hacen un servicio. El conflicto entre el talento y el éxito. La gracia del don y las exigencias del trabajo. Las mentiras con que cada cual se acomoda a las inclemencias del paso del tiempo. El lugar de la felicidad, las marcas de la derrota, la impostura que significa vivir.
Seguramente este libro de Ishiguro atrapará mucho más a aquellos que hayan sido víctimas del poder de cualquier música y se hayan rendido a su influjo y hayan considerado composiciones y canciones como cosa propia, a quienes puedan matar por una interpretación frente a otra, o a los que siguen amarrados a unos compases o estallan de dicha cuando vuelven a reunirse con un pasaje olvidado. La música crea lazos indestructibles, y expresa y atrapa y conserva emociones que podían haberse ido definitivamente. Ishiguro ha explorado en cada uno de estos cuentos algunas de sus manifestaciones. Su finura, su gusto por el matiz y los detalles y su precisión para reflejar algunos momentos convierten este libro en un cómplice más. A quien no hace falta explicar nada cuando, vuelven a reflejar una verdad insondable unos versos cualquiera de una canción popular: "Que se me paren los pulsos si te dejo de querer, que las campanas me doblen si te falto alguna vez".
Hay 2 Comentarios
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LUCHA POR TU PAIS!!
Publicado por: pablinho | 28/08/2010 16:03:42
Gracias por la recomendación y por el artículo.
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 19/08/2010 17:52:03