En una entrevista publicada en Revista de Libros, el historiador Reinhart Koselleck decía sobre el tratamiento de la identidad en las lecturas del pasado: "Mi posición personal en este tema es muy estricta en contra de la memoria colectiva, puesto que estuve sometido a la memoria colectiva de la época nazi durante doce años de mi vida". El comentario lo recoge Santos Juliá en uno de los trabajos reunidos en su último libro, Hoy no es ayer. Ensayos sobre la España el siglo XX (RBA). Se ocupa en él de la relación entre memoria e historia y reflexiona sobre un cambio esencial que se ha producido recientemente, y que podría resumirse con sus palabras de esta manera: "Una nueva generación miró al pasado con ánimo no exactamente de conocerlo al modo del historiador, sino de rememorarlo al modo de quien busca las raíces de una identidad colectiva y diferenciada". Más que afán de conocimiento y búsqueda de la verdad, lo que hay en este fenómeno es la fabricación de un relato sobre el pasado que sirve para construir unas señas de identidad determinadas. Más que historia, donde gobierna una mirada crítica que inevitablemente pone en escena una inmensa variedad de grises, se construye una memoria colectiva gobernada por el blanco y el negro: unos son culpables y los otros quedan absueltos. Santos Juliá recuerda también a Tzvetan Todorov, que considera que ese culto a la memoria en el que el pasado sirve de argamasa para construir una identidad nacional (o colectiva o social) tiene otra deriva: "desentenderse del presente procurando además los beneficios de la buena conciencia".
Tiene razón el historiador José Álvarez Junco cuando, en un reciente artículo, escribió que el libro de Santos Juliá (la fotografía es de Gorka Lejarcegi) "no es, como uno sospecharía de una recopilación de este tipo, una amalgama de escritos dispersos, escasamente relacionados entre sí", sino más bien una obra de una gran coherencia en la que una tesis central, "compleja", recorre todas sus páginas. Las tres décadas iniciales del siglo, la llegada de la República, el golpe de Estado que termina convirtiéndose en una cruenta guerra, la dictadura de Franco, la Transición: Santos Juliá analiza los distintos momentos de nuestro pasado reciente con el afán de romper con la vieja querencia que hace de la historia de España una excepción, una rareza, para convertirla así en un escenario donde algunas viejas rémoras terminan por precipitar los acontecimientos en un sentido determinado. No hay anomalía alguna, sostiene Santos Juliá, y por tanto no estuvimos condenados (por ejemplo) a una guerra inevitable: la iniciativa del golpe tuvo unos responsables de carne y hueso que perseguían unos objetivos concretos. No estaba escrita en ninguna parte, y menos en el supuesto "ser" de España.
Varios de los ensayos se ocupan de los años más recientes y es ahí, sobre todo, donde Santos Juliá muestra su radical compromiso con su propio oficio. No hace ninguna concesión a cuantos reclaman a los historiadores combustible con que alimentar una causa concreta y es por eso por lo que la lectura de este libro resulta necesaria: porque está alejado de pasiones y exigencias partidistas y ofrece herramientas, no para alimentar el resentimiento y el rencor, sino para ayudar a entender lo que pasó. El pasado no es ninguna Arcadia a la que regresar para acunarse en unas impolutas señas de identidad que nos libran de la batalla del presente. Es, más bien, un lugar conflictivo donde acaso es posible aprender para enfrentarse mejor equipado al aquí y al ahora.
Es por eso muy ilustrativo cuando señala cómo en el preámbulo de la ley del Memorial Democrático, que aprobó el Parlament de Catalunya en 2007, se defina la transición como "la institucionalización de la desmemoria y del olvido de la tradición democrática y de sus protagonistas". ¿A qué tradición democrática se refiere exactamente? ¿A la de los anarquistas (por ejemplo) que querían, tras el golpe de los militarotes, cargarse cualquier institución burguesa? El caso es que Ricard Vinyes, uno de los historiadores que trabajaron en la redacción del anteproyecto de esta ley, defendió la iniciativa del Parlament con la consigna de "crear memoria social". Por diferentes que puedan ser sus resultados, detrás de este gesto está el mismo que produjo aquella otra "memoria colectiva", la de los nazis, que fue tan insoportable para Reinhart Koselleck. Dice Juliá que al final todo se reduce a la vieja cuestión que ya planteó George Orwell: ¿quién controla el pasado? "La respuesta ya se sabe", escribe, "pero para que no se olvide, Ricard Vinyes la aclara: controlará el pasado quien conquiste en el presente la hegemonía política y social".
Hay 1 Comentarios
Qué buena recomendación Jose Andrés, especialmente en un país donde falta cultura democrática y donde abundan los charlatanes con afan de protagonismo.
Ojalá se escribieran más libros como este, una demostración honesta, que a pesar de los poderes,podemos, si queremos,ser librepensadores.
Me lo apunto en la lista, pero ya para navidad.
Publicado por: Marisa | 18/10/2010 20:43:41