Larry Clark nació en Tulsa, Oklahoma, en 1943 y empezó a hacer fotos de sus amigos y de las cosas que le iban pasando. En la antológica que reúne en el Musée d’Art Moderne de la Ville de París unas 120 imágenes para resumir más de cincuenta años de carrera no se permite entrar a menores de 18 años. La exposición se titula Kiss the Past Hello y la prohibición tiene su lógica: lo que Larry Clark cuenta es la vida disparatada de algunos jóvenes y, por tanto, muchos de los episodios que su cámara atrapa tratan sin tapujos de sexo y drogas, o están atravesados por ráfagas de violencia, a veces explícita y, las más, oculta tras la actitud desafiante de unos muchachos que andan aprendiendo a vivir en los agujeros del vacío. No hay juicios morales de ninguna especie, ni gusto por el exceso, ni afán de espectacularidad alguna. Larry Clark muestra lo que hay sin darle mayor importancia. Chavales inyectándose heroína en cualquier lugar de su cuerpo, practicando sexo por puro aburrimiento, desplazándose de un lado a otro. El coche es un elemento que opera como un leit-motiv. Nos estamos moviendo, cuentan esas imágenes: cambiamos, probamos cosas, nos entretenemos, buscamos el placer, tenemos encontronazos, somos cómplices que habitamos un presente en fuga perpetua.
Larry Clark tenía catorce años cuando empezó a trabajar en el negocio que tenían sus padres. Su madre hacía fotos de bebés y de mascotas, y una selección de las mismas abre la muestra de París. Del encargo de hacer sonreír a aquellas criaturas, Larry Clark pasó a tomar él mismo la cámara y a disparar cuando sus amigos visitaban su casa. Su primer libro, Tulsa (1971), recoge ese trabajo. Las imágenes que reunió allí las hizo en 1963, 1968 y 1971, y ya están los rasgos que definen su estilo. Pura simplicidad, cercanía, acaso una cierta ternura (nada sentimental) por las gente que retrata. Los jóvenes estaban empezando a ser una categoría aparte. Habían dejado de seguir el curso que les marcaban sus padres, y tomaron las riendas de su destino. Larry Clark muestra que la vida cabalgaba demasiado deprisa.
Para la muestra se ha rescatado una película de aquellos años. Blanco y negro, 16 mm, sin sonido. Unos jóvenes van en coche, hablan y se ríen. Luego entran en una casa donde vive una amiga de su edad que se ocupa de un niño de muy pocos años. Tontean, y uno de los muchachos se le va acercando mucho. Se los ve cara a cara, como toreándose, como midiendo sus fuerzas, en una atmósfera jovial pero también intensa. Se van a una habitación, terminan follando. La cámara está y no está: a veces la olvidan, a veces la tienen muy presente. Con la provocación ocurre lo mismo: está y no está. A ratos son chicos rebeldes que marcan su territorio, otras veces parecen niños que sólo están jugando. Es curioso cómo sienten vergüenza y se esconden debajo de las sábanas para desnudarse.
La exposición se detiene después en las imágenes de su segundo libro, Teenage Lust (1983), donde da cuenta de su viaje a Nueva York, de sus líos con la ley y del proyecto de comuna hippie en Nuevo México, de los prostitutos que fotografió en la calle 42 en los años 1979-1980. Se recoge después su afán, en 1992, de no prescindir de ninguna toma de cuantas ha realizado a su modelo y se muestra su instalación punkPicasso de 2003. La cosa termina con Jonathan Velásquez, un joven latino de Los Angeles que conoció en 2003 y al que ha seguido para ir documentando su vida. Para entonces, Larry Clark había realizado ya varias de sus películas (Kids, Another Day in Paradise, Teenage Caveman, Bully, Ken Park), que no conozco. Las imágenes de su amigo latino vuelven, en cualquier caso, a tener la impronta que marcó sus primeros trabajos. La descarada exhibición de recursos que hacen los jóvenes de sus fotografías no esconde la enorme fragilidad que los habita.