"Hay que saber pensar como piensa el enemigo", dice el comisario Croce. Y recomienda también que hay que actuar "como un matemático y un poeta": seguir una línea lógica y al mismo tiempo asociar libremente. "La comprensión de un hecho consiste en la posibilidad de ver relaciones. Nada vale por sí mismo, todo vale en relación a otra ecuación que no conocemos" comenta después, ya casi al final de Blanco nocturno (Anagrama), la última novela de Ricardo Piglia. Croce está en compañía del periodista Emilio Renzi, uno de los personajes habituales del escritor argentino, y están intentando atar los cabos sueltos de un enrevesado caso, en el que se mezcla el asesinato de un joven mulato de origen portorriqueño con la laberíntica historia de los Belladona, seguramente la familia más poderosa de un pueblo situado en mitad de la pampa, a 350 kilómetros al sur de Buenos Aires. La investigación del viejo comisario es uno de los elementos esenciales de una novela en la que importa, sobre todo, la oscura trama de afectos y desafectos de esa extraña familia: un padre aprisionado en una silla de ruedas tras una accidente, los hijos que tuvo con su primera mujer y las gemelas que tuvo con la segunda. Luego está una fábrica, que fue una de las grandes empresas del automóvil en los sesenta y que se fue a la ruina tras hacer una fuerte inversión y padecer una brusca devaluación a principios de los setenta: "de un día a otro el dólar pasó a valer el doble". Viejas enemistades, celos, obras que se levantan con la frágil materia de los sueños, tramas oscuras para salvar un negocio o para enriquecerse, muertes: Piglia ha construido un imponente artefacto en el que ha puesto en juego todos los recursos de su deslumbrante sabiduría literaria.
El mismo arranque, con la despendolada vida de las dos gemelas en Estados Unidos que se lían al mismo tiempo con ese elegante mulato que trabaja en un tugurio de Atlantic City, ya anuncia un texto que invita a disfrutar de inmediato con la construcción de cada uno de los personajes: las muchachas alocadas, el brillante comisario que defiende los caminos de la intuición, el joven ambicioso que aterriza con un fajo de billetes en un remoto rincón de Argentina, el japonés homosexual que sirve de chivo expiatorio, el fiscal turbio y que maniobra en las sombras… Luego está el paisaje de la pampa, que opera como telón de fondo y como argamasa que modela cada uno de los caracteres: "La culpa de todo es del campo, del tedio infinito del campo, todos dan vueltas como muertos-vivos por las calles vacías", dice Sofía, que se lía con Renzi cuando aparece por allí a cubrir la noticia del asesinato para su periódico y que, en una noche de sexo y cocaína, va desvelándole los secretos de su familia.
Una manera, la mejor manera que encuentro, para destacar la finura y el cuidado con que Piglia (la fotografía es de Uly Martín) se ha ocupado de cada detalle del texto se encuentra en las notas a pie de página. Podrían leerse de manera autónoma como pequeñas piezas que se desprenden de la trama o que irrumpen en ella para darle otra consistencia y otra belleza, para apuntar hacia otro lado, para regodearse en sí mismas o para dar una simple información o un dato erudito. La descripción del pueblo, la narración de una muerte en Vietnam, qué lugar ocupan los zambos en Argentina, una pequeña digresión sobre Dostoievski y Kierkegaard, la nota de un periódico sobre el asesinato de un soldado por dos jóvenes guerrilleras en mayo de 1972, la manera en que se opera con los fondos de inversión…: todo cabe en esos minúsculos apuntes. Incluso el contenido de una carta que se encuentra en la habitación en la que ha sido asesinado Tony Durán ("…Un hombre viene 'te adoro', me promete villas y castillos, me chicha dos o tres veces y después, al carajo…"), las dificultades de arreglar una máquina en el desierto ("Glup, glup, hacia el cogote del ñandú mientras se tragaba las tuercas, los bulones") o el complemento necesario para describir la anatomía de la hermosa Sofía ("Cuando se acostaba a tomar el sol en el pasto sobre una lona blanca, las gallinas trataban siempre de picotearle las pecas…").
"El conocimiento no es el develamiento de una esencia oculta sino un enlace", dice Luca, el Belladona que convierte la fábrica en el lugar donde hacer reales sus sueños científicos, "una conexión, una relación, un parecido entre objetos visibles". Blanco nocturno está lleno de esos enlaces y conexiones. Se ocupa de una familia, y termina iluminando el mundo entero.