Un plato y un tenedor a veces pueden convertirse en algo más que un plato y un tenedor. Es lo que ocurre con una fotografía que tomó el húngaro André Kértesz en 1928. Del plato, que parece sopero, sólo se ve un borde en la parte izquierda de la imagen, mientras que el tenedor, irrumpiendo desde abajo a la derecha, se convierte en protagonista de la puesta en escena al ocupar su parte central. Son, sin duda, un plato y un tenedor, pero son también una colección de luces y sombras: de un lado, una pulcra forma redondeada, y su oscuro reflejo; del otro, ese delgado mango metálico coronado con cuatro púas, que también se duplica: la figura entera sobre la mesa en un simple trazo negro que termina clavándose en una masa del mismo color; las púas, sobre la superficie clara del plato. Las sombras, las minúsculas variaciones de luz: la composición tiene la elegancia más difícil de conquistar, la de la sencillez, y logra convertir esos utensilios domésticos en una pareja cómplice que deslumbra en los salones por la sabiduría con que afronta el saber estar. Son un plato y un tenedor, sí, pero entre ellos existe una relación tan íntima que no tienen empacho en mostrar como uno se apoya en el otro. Esa discreta proximidad (el tenedor toca el plato, pero parece que solo lo rozara) produce, sin embargo, la paradoja de transmitir un inquietante desamparo. El plato y el tenedor son un plato y un tenedor, pero hablan también de soledad y abandono, y de la necesidad de afrontar juntos su desvalimiento. La fotografía (en un formato casi minúsculo que la hace más entrañable) está colgada en una de las paredes del Jeu de Paume, en París, en la que seguramente es la exposición más completa dedicada hasta ahora a André Kertész y, seguramente, uno de los mayores reclamos del Mois de la Photo que se está celebrando ahora en la capital francesa.
Nacido en 1894, muy pronto tuvo una cámara en sus manos. Así que las primeras imágenes que se exhiben son imágenes de su familia y de Hungría: su madre, campos y casas. Luego viene la I Guerra Mundial. André Kertész se alisto en el ejército del imperio austrohúngaro el 5 de octubre de 1914 y, al poco tiempo, fue herido en el frente: así que se dedicó a fotografiar lo que ocurría en la retaguardia. La vida en los cuarteles y en las calles, los desplazamientos de las tropas, sus encuentros familiares (su hermano Jenö le sirvió muchas veces de modelo y en 1919 conoció a Erzsébet Salamon, con la que se casaría en 1933, y que también protagoniza muchas de sus imágenes). En 1925 se fue a París y en la oficina central de la policía se registró como reportero gráfico. Comenzó su dedicación total a la fotografía.
Hasta 1935, en que abandonó París camino de Nueva York, Kértesz conquistó su propia mirada y, de paso, cambió la manera de ver el mundo y de entender la fotografía de muchos de los que le siguieron. Basta con repasar sus distintos trabajos para descubrir la variedad de sus intereses, su afán porromper con los códigos heredados, su gusto por la innovación, su peculiar manera de acercarse a lo que hay, su deslumbrante sensibilidad para atrapar sombras, reflejos, líneas y repeticiones formales, su gusto por contar situaciones poéticas. Buscó nuevos caminos para el reportaje callejero en sus trabajos para Vu, inventó nuevas formas a partir de los desnudos que retrató en sus distorsiones, encontró que las cosas reflejaban mejor a las personas que las propias personas en sus trabajos sobre el artista Mondrian y el poeta Endre Ady, hizo de la sencillez el camino más directo para conquistar la belleza.
"Nunca documento, siempre interpreto con mis imágenes", dijo alguna vez. Le costó adaptarse a Nueva York, donde se instaló hasta su muerte en 1985. Había llegado para triunfar, pero su trabajo tardó en ser reconocido. La ciudad se convirtió en una caja de resonancias de sus emociones, y la soledad fue, seguramente, a partir de entonces el tema esencial de su obra. Sus chimeneas, escaleras, ventanas, nubes, edificios, rincones, calles y puentes cuentan de la fragilidad de las cosas y de lo efímero que es todo. Y de lo que tratan, como el plato y el tenedor, es del profundo consuelo de la belleza.
Hay 5 Comentarios
Que descripción más bella de esta fotografía que juega con las luces y las sombras de la vida cuando aparecen en la soledad extrema y vacia de una mesa iluminada, donde luz y oscuridad se mezclan de tal manera que las sombras destacan y dan el valor de soledad a la imagen.
Publicado por: Ramon Leonato | 16/12/2010 9:09:02
A myhappywindow:
después de enviar el comentario, pensé en el absurdo, presente en casi todas sus fotografías. Creo que la que mejor lo refleja aparte de la del plato y el tenedor, es la de la torre Eiffel.
¡Qué buenas son!
Publicado por: belen mtnez. | 15/12/2010 0:42:05
La nieve delicada en primavera.
( other version )
Como una
sonrisa que brilla
en la ternura
de un niño triste
y desolado, como
la muerte de
un sol silente
y lleno de pasión,
como la nieve
en el invierno
umbroso y fugitivo...
Francesco Sinibaldi
Publicado por: Francesco Sinibaldi | 14/12/2010 18:13:10
Ufff...la descripción de la foto y la narración de las sensaciones creadas han hecho que me lea el artículo 3 veces.
Tengo mucho que aprender, pero una de ellas es que de cosas aparentemente sencillas, puede salir algo infinitamente más complejo.
Publicado por: http://myhappywindow.blogspot.com/ | 13/12/2010 22:09:08
Me ha encantado el artículo y también las fotografías.
La descripción del plato y del tenedor casi supera a la imagen. A mi me ha provocado también algunas sensaciones parecidas, pero me gusta especialmente que la sombra de las púas se derrita en el plato, que por desgracia está vacío.
Esa sensación de vacío o de pérdida es lo que me ha producido el resto de la serie que facilita el enlace. Casi una pregunta: ¿Y qué más? O el abismo que plantea entre apariencia y existencia. A veces parece que contempla la soledad como una profusión de imágenes. En estos tiempos resulta tan real su planteamiento que parece de hoy.
Publicado por: belén mtnez. | 13/12/2010 18:22:20