En uno de los ensayos incluido en El espíritu de Praga (Acantilado, traducción de Fernando de Castro y Dolores Udina), Ivan Klíma se ocupa de Franz Kafka. Cuenta que tenía treinta y un años cuando estalló en 1914 la Gran Guerra y recoge la anotación que hizo en aquel momento en su diario: "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación". No dice más, y tampoco dirá mucho más a lo largo del conflicto. En sus cuadernos en octavo, donde Kafka escribió pensamientos, reflexiones, aforismos y algunos relatos entre noviembre de 1916 y mayo de 1918, hay también algunas alusiones al conflicto. Por ejemplo, en 1917: "4 de diciembre. Noche tormentosa, por la mañana telegrama de Max, armisticio con Rusia". O en 1918: "10 de febrero. Domingo. Ruido. Paz Ucrania", y también: "11 de febrero. Paz con Rusia". No va mucho más allá: no hay ni una línea sobre los países que combaten, ni sobre las razones que produjeron la catástrofe, ninguna observación militar, ni consideración moral, ni apunte sobre las víctimas, ni sobre las fuerzas devastadoras que arrasaron Europa, nada tampoco sobre las consecuencias de la guerra. Kafka no tuvo que enrolarse, pero los acontecimientos tuvieron que afectarle como afectaron a todos. Muchos escritores, observa Klíma, "creían que tenían que dar testimonio, prevenir, enseñar el camino para salir de la catástrofe, buscar una manera mejor de organizar la sociedad". No fue el caso de Kafka. Es curioso, sin embargo, como muchas de las anotaciones de aquellos cuadernos parezcan referirse a lo que estaba sucediendo. Así, por ejemplo, cuando escribe: "El Mesías vendrá cuando ya no se le necesite, vendrá un día después de su venida, no vendrá el último sino el ultimísimo día".
Kafka (en la imagen) no es muy exhaustivo en la relación de los asuntos que ocurren fuera, en el mundo, al otro lado de su escritura. En 1917 se produjeron algunos hechos decisivos en su vida. En agosto empezó a tener fuertes vómitos de sangre y se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar, y en diciembre dejó a Felice Bauer, la mujer con la que llevaba relacionado cinco años y con la que se había prometido en dos ocasiones. En los cuadernos hay minúsculas referencias a ambos asuntos. "En las dos últimas noches he expectorado mucha sangre", escribe respecto a su enfermedad. En cuanto a la ruptura: "25, 26, 27 de diciembre. Se ha marchado F. He llorado. Todo difícil, injusto y sin embargo bien hecho". En su texto, Klíma explora las fuentes de inspiración de Kafka, qué episodios de su vida han influido en la escritura de sus libros. Considera que la ruptura con Felice es fundamental en El proceso y que la separación de Milena es decisiva en El castillo.
Los textos reunidos en La primavera de Praga son muy diferentes. Los hay autobiográficos, donde Klíma narra los tres años que pasó de niño en el campo de concentración de Terezín o donde analiza sus primeros pasos como escritor; los hay pegados a anécdotas de la ciudad, como cuando vuelve a recorrerla "asustado" tras haber pasado unos días recluido leyendo y viendo por televisión las alarmantes noticias que hablan de su deterioro, y los hay también estrictamente políticos: lo que ha pasado en Checoslovaquia desde que nació en 1918, y lo que está pasando en Chequia desde que se separó de Eslovaquia en enero de 1993. Del que dedica a Kafka llama la atención el interés de Klíma, un escritor tan vapuleado por la historia, por alguien a quien parecía que la historia le resbalara, sin terminar nunca de sacudirlo del todo. De ahí el interés de sus observaciones: "En una época en que el mundo estaba inmerso en la fiebre de la guerra o el fervor revolucionario, cuando incluso aquellos que se consideraban escritores sucumbían a la ilusión de que la historia era algo superior al hombre y la verdad, y las ideas revolucionarias más importantes que la vida humana, Kafka trazó y defendió lo más íntimo del espacio humano".
Ahora, cuando lo privado parece diluirse en el pantano de lo público y se va trivializando hasta los extremos insoportables de la sociedad del espectáculo, esta particular defensa que hace Ivan Klíma (en la fotografía) de Kafka resulta aleccionadora. Y se vuelven a leer las fugaces notas de sus cuadernos con la alegría de quien descubre un tesoro: "No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha atentamente. No escuches siquiera, espera sólo. No esperes siquiera, quédate totalmente en silencio y solo. El mundo se te ofrecerá para que le quites la máscara, no tendrá más remedio, extático se retorcerá ante ti".
Hay 9 Comentarios
No creo que Belén mtnez. Oliete entienda una sola palabra de lo que ha escrito, francamente
Publicado por: orciprenalino | 12/04/2012 17:53:41
El año pasado viajé a Praga para ver a un amigo que estaba por allí de Erasmus y hablando con la gente me llamó atención que reniegan de kafka al que no consideran checo, me imagino que por escribir en alemán pero no lo dejaban claro. Tiene algo de antihéroe que atrapa. Una historia apasionante.
Publicado por: E.Tejedo | 31/01/2011 23:05:00
¿Ser o no ser?
Publicado por: José Fernández Belmonte | 29/01/2011 19:10:58
Hola, estimado José Andrés Rojo, te escribo para pedirte autorización para publicar un artículo tuyo sobre Guillermo Cabrera Infante en un homenaje que le haremos en Ars Magazine. Escríbeme al email que te dejé, gracias. Abrazos.
Publicado por: Zoé Valdés | 23/01/2011 19:57:45
Expedito sueño.
Ayudar la
lindeza es un
canto precioso
que llama el
futuro y recuerda
por siempre el
sonido del
sol.
Francesco Sinibaldi
Publicado por: Francesco Sinibaldi | 23/01/2011 15:28:27
He leído el artículo que hoy publica Vicente Verdú con el título El hambre de Franz Kafka.
Si está tratando de utilizar el potencial del escritor para combatir la anorexia nerviosa, creo que se ha equivocado.
Lo adecuado sería recomendar sus libros.
Yo hubiera titulado el artículo Rematar a Franz Kafka.
No se quienes se han ocupado de mantener en permanente actualidad La metamorfosis con tanta evidencia durante tanto tiempo. Especialmente recomendable por cierto, para los que tienen ,y mantienen viva, la gracia de la sensibilidad.
Es un antídoto contra la obsesión que no precisa ni requiere medicamento alguno.
Ni siquiera hace falta paciencia.
No podrá quejarse en este sentido Luis M. Iruela (jefe de psiquiatría del Hospital Puerta de hierro de Madrid), a quien cita Vicente Verdú en su artículo.
Los hombres padecemos un sinfín de enfermedades. Pero los más sensibles son más proclives a padecer las de tipo nervioso.
El hombre sensible es capaz de percibir la destrucción antes de que los acontecimientos se desarrollen. Dado que la competencia predictiva puede aplicarse a pocas disciplinas sin margen de error, aquellos capaces de predecir suelen estar mal considerados. De la misma forma que ha estado y se encuentra marginado el erótico o el asceta. Y en casiones, maltratado. Me parece maltrato considerar ignominia a la idea perfeccionista que Vicente Verdú, atribuye a Franz Kafka. Lo digo teniendo en cuenta que es capaz de aparecerse intacto a quienes no sabíamos que íbamos a existir, para hacernos reir y pensar, y descubrir.
La ignominia es la guerra entendida en cualquier dimensión, desde la doméstica a la mundial. Pero sus monstruos no mutan en bichos gigantes, por desgracia sino que se dedican a destruir masivamente. Y a lo sumo se les compara con especies animales en peligro de extinción.
La tendencia a la sublimación y el anhelo de trascendencia aparecen mostrados como rasgos hedonistas, casi perversos, en el que el estudio y la vivencia de la renuncia se interpretan como masoquismo.
Aunque así fuera, el poder ser espectador y receptor de una lucha semejante, me parece un regalo. Un preventivo contra la ignorancia y la ignominia del mundo de hoy. El mundo que presintieron algunos pocos, pese a los cambios y superposiciones que conlleva el paso del tiempo. Por muchos años que hayan pasado, altruistas a ultranza, valientes donde los haya, genios, hay muy pocos.
Se cuentan por miles los escritores, realizadores, directores y guionistas que no hayan bebido de Franz Kafka.
Y pese a la enfermedad y pese a que pese el padecimiento de enfermedades, es injusto y pretendidamente necio negar que Franz Kafka estaba en lo cierto. No solamente las bombas o los campos de concentración matan. Por mucho que se quiera ahogar, negar y desubicar, la onda expansiva también lesiona.
Atribuir y asociar el padecimiento de una enfermedad con la perversión resulta paternalista, patético y sobre todo peligroso. Ni la atrocidad, ni la barbarie ni la perversión requieren de enfermedad alguna para manifestarse. Por aquello de que el que enferma, es casi siempre otro. Y que de eso se trata.
Así pues, espero un próximo artículo de Vicente Verdú. El que divulgue la enfermedad que padecía Alfred Joseph Hitchcock y a lo que le conducía su perversa imaginación y la poca higiene de sus hábitos.
Publicado por: belen mtnez. oliete | 21/01/2011 0:02:19
Bonita historia en estos tiempos de exposicion promiscua de nosotros y los otros .Cuando las palabras son solo ruido hacen daño.
Publicado por: margarita | 18/01/2011 22:26:38
veo a Kafka, era mucho él mismo
Publicado por: Jesús Garrido | 18/01/2011 21:57:43
Maravilloso texto, José! Saludos desde Brasil...
Publicado por: Amanda | 18/01/2011 20:24:07