El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

Elogio de la intimidad

Por: | 18 de enero de 2011

En uno de los ensayos incluido en El espíritu de Praga (Acantilado, traducción de Fernando de Castro y Dolores Udina), Ivan Klíma se ocupa de Franz Kafka. Cuenta que tenía treinta y un años cuando estalló en 1914 la Gran Guerra y recoge la anotación que hizo en aquel momento en su diario: "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación". No dice más, y tampoco dirá mucho más a lo largo del conflicto. En sus cuadernos en octavo, donde Kafka escribió pensamientos, reflexiones, aforismos y algunos relatos entre noviembre de 1916 y mayo de 1918, hay también algunas alusiones al conflicto. Por ejemplo, en 1917: "4 de diciembre. Noche tormentosa, por la mañana telegrama de Max, armisticio con Rusia". O en 1918: "10 de febrero. Domingo. Ruido. Paz Ucrania", y también: "11 de febrero. Paz con Rusia". No va mucho más allá: no hay ni una línea sobre los países que combaten, ni sobre las razones que produjeron la catástrofe, ninguna observación militar, ni consideración moral, ni apunte sobre las víctimas, ni sobre las fuerzas devastadoras que arrasaron Europa, nada tampoco sobre las consecuencias de la guerra. Kafka no tuvo que enrolarse, pero los acontecimientos tuvieron que afectarle como afectaron a todos. Muchos escritores, observa Klíma, "creían que tenían que dar testimonio, prevenir, enseñar el camino para salir de la catástrofe, buscar una manera mejor de organizar la sociedad". No fue el caso de Kafka. Es curioso, sin embargo, como muchas de las anotaciones de aquellos cuadernos parezcan referirse a lo que estaba sucediendo. Así, por ejemplo, cuando escribe: "El Mesías vendrá cuando ya no se le necesite, vendrá un día después de su venida, no vendrá el último sino el ultimísimo día".

Kafka (en la imagen) no es muy exhaustivo en la relación de los asuntos que ocurren fuera, en el mundo, al otro lado de su escritura. En 1917 se produjeron algunos hechos decisivos en su vida. En agosto empezó a tener fuertes vómitos de sangre y se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar, y en diciembre dejó a Felice Bauer, la mujer con la que llevaba relacionado cinco años y con la que se había prometido en dos ocasiones. En los cuadernos hay minúsculas referencias a ambos asuntos. "En las dos últimas noches he expectorado mucha sangre", escribe respecto a su enfermedad. En cuanto a la ruptura: "25, 26, 27 de diciembre. Se ha marchado F. He llorado. Todo difícil, injusto y sin embargo bien hecho". En su texto, Klíma explora las fuentes de inspiración de Kafka, qué episodios de su vida han influido en la escritura de sus libros. Considera que la ruptura con Felice es fundamental en El proceso y que la separación de Milena es decisiva en El castillo.

Los textos reunidos en La primavera de Praga son muy diferentes. Los hay autobiográficos, donde Klíma narra los tres años que pasó de niño en el campo de concentración de Terezín o donde analiza sus primeros pasos como escritor; los hay pegados a anécdotas de la ciudad, como cuando vuelve a recorrerla "asustado" tras haber pasado unos días recluido leyendo y viendo por televisión las alarmantes noticias que hablan de su deterioro, y los hay también estrictamente políticos: lo que ha pasado en Checoslovaquia desde que nació en 1918, y lo que está pasando en Chequia desde que se separó de Eslovaquia en enero de 1993. Del que dedica a Kafka llama la atención el interés de Klíma, un escritor tan vapuleado por la historia, por alguien a quien parecía que la historia le resbalara, sin terminar nunca de sacudirlo del todo. De ahí el interés de sus observaciones: "En una época en que el mundo estaba inmerso en la fiebre de la guerra o el fervor revolucionario, cuando incluso aquellos que se consideraban escritores sucumbían a la ilusión de que la historia era algo superior al hombre y la verdad, y las ideas revolucionarias más importantes que la vida humana, Kafka trazó y defendió lo más íntimo del espacio humano".

Ivan klima Ahora, cuando lo privado parece diluirse en el pantano de lo público y se va trivializando hasta los extremos insoportables de la sociedad del espectáculo, esta particular defensa que hace Ivan Klíma (en la fotografía) de Kafka resulta aleccionadora. Y se vuelven a leer las fugaces notas de sus cuadernos con la alegría de quien descubre un tesoro: "No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha atentamente. No escuches siquiera, espera sólo. No esperes siquiera, quédate totalmente en silencio y solo. El mundo se te ofrecerá para que le quites la máscara, no tendrá más remedio, extático se retorcerá ante ti".

 

 

La vida en movimiento

Por: | 11 de enero de 2011

El último proyecto en el que se embarcó Aby Warburg antes de morir en octubre de 1929 fue un atlas que tituló Mnemosyne. Han quedado de aquel desafío cuarenta paneles en los que fue colocando distintas fotografías, grandes y pequeñas, que suman todas ellas cerca de un millar. Lo que quería era recomponer y exponer "las fuerzas que habían determinado la evolución de la mente occidental", escribe E. H. Gombrich en su libro sobre el singular historiador del arte y erudito alemán (Alianza, 1992; traducción de Bernardo Moreno Castillo). El propio Warburg explicó en sus anotaciones que su objetivo era recuperar "toda la gama de expresiones en poder de las emociones: desde la ensoñación indefensa hasta el canibalismo criminal", y que con ello pretendía "absorber estas acuñaciones preexistentes para plasmar la vida en movimiento". No es fácil, tal como quedó, comprender esa obra inconclusa de Warburg. Quizá, para conseguirlo, uno de los mejores caminos sea el que ha ensayado el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman como comisario de la exposición Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, que puede visitarse estos días en el Reina Sofía de Madrid.

Panel_numero_Atlas_MnemosyneSi lo que hizo Warburg en Mnemosyne fue juntar en cada uno de sus paneles imágenes distintas (como en el panel nº 2: Representación griega del cosmos, a la derecha) para explorar cómo siguen vivas las formas y los discursos y las exploraciones y propuestas de la antigüedad clásica, lo que hace Didi-Huberman es servirse de su método para recorrer el arte del siglo XX y del que se está haciendo en el XXI. No importa tanto cuan maravillosas sean las obras que ha elegido sino lo que son capaces de decir sobre la manera de trabajar de los artistas. Warburg encontraba que los paneles le servían para ordenar y reordenar el material que había reunido en nuevas combinaciones. Y eso es lo que hay en el Reina Sofía: distintas salas con piezas heterogéneas, que también podrían reordenarse de distintas formas y que proponen una lectura distinta sobre lo que han hecho los artistas, sobre sus preocupaciones y obsesiones, sobre su manera de ver el mundo. "Hacer un atlas es reconfigurar el espacio, redistribuirlo, desorientarlo en suma: dislocarlo allí donde pensábamos que era continuo, reunirlo allí donde suponíamos que había fronteras", escribe Georges Didi-Huberman en la nota de presentación de la muestra. 

Las imágenes desenfocadas que hizo Richter para acercarse al grupo terrorista Baader-Meinhof, las flores y plantas que fotografió Blossfeldt para plasmar las formas originarias del arte (abajo, en la imagen), el mapa que recortó Rimbaud para hacer el suyo propio, las flores que coleccionaba Klee y que pegaba escrupulosamente en unas hojas, las virutas de meteorito de Polke, la película en la que Baldessari le enseña el abecedario a una planta, los collages de Heartfield para denunciar la barbarie: todas las obras reunidas revelan los oscuros caminos que van recorriendo los artistas en su afán de hacerse con una realidad cada vez más compleja y que se les escapa, pero dan cuenta también de los sombras oscuras que los alientan. Didi-Huberman quiere mostrar cuanto tienen todos ellos de "sabios": "recogen trozos dispersos del mundo como lo haría un niño o un trapero", escribe, "Walter Benjamin comparaba estas dos figuras con el auténtico sabio materialista".

Bolssfeldt 
Aby Warburg no aceptaba la versión que ha convertido el Renacimiento en "una edad de superhombres sensuales", cuenta Gombrich en su libro. Rechazaba la idea de que hubiera sido "una utópica edad de oro", "un despertar feliz de las pesadillas del dogmatismo medieval". No todo fueron luces, sin sombra alguna: para Warburg, "toda emancipación tenía que ser dolorosa". Así que no se podía olvidar todo aquello que también está en el hombre y en el arte. Los deshechos, las perversiones, lo irracional, esa ciega voluntad de la que hablaba Schopenhauer. Didi-Huberman ha trabajado impregnado de ese espíritu. Su exposición es una gozosa invitación a sumergirse en un "verdadero campo de conflictos". Así es nuestro mundo, así somos nosotros.

El País

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