En 1976, el artista ruso Leónid Sókov realizó una pieza titulada Proyecto para fabricar gafas para todos los ciudadanos soviéticos. La obra formaba parte de la exposición La Ilustración total que se exhibió en 2008 en la Fundación Juan March de Madrid y en la que el filósofo y crítico de arte Boris Groys propuso un apasionante recorrido sobre el arte conceptual hecho en Moscú entre 1960 y 1990. Las gafas de Sókov eran de madera, las había pintado de rojo y en sus cristales estaba troquelada la estrella comunista. Así debían, pues, mirar el mundo los ciudadanos soviéticos de entonces, y así lo hacían: todo estaba empapado de ideología. De ahí que, como explicaba Groys, el procedimiento capital de aquellos artistas conceptuales moscovitas fuera el de "utilizar, variar y analizar ese discurso oficial de un modo particular, irónico y profano". Se distanciaron con humor del sistema, que es acaso la mejor forma de dinamitarlo, y las obras de muchos de ellos (Iliá Kabakov, Komar & Melamid, Erik Bulátov, Borís Mijáilov…) resonaron con potencia más allá del antiguo telón de acero. Este año, Rusia ha sido el país invitado de la 30ª edición de Arco, que se cerró el pasado domingo. En una de las ocho galerías que participaron se podía ver una pieza titulada The way I see (Mi manera de ver), de Aristarkh Chernyshev & Alexéi Schulgin. Eran también unas gafas, pero nada que ver con las de Sókov. Con el marco rojo, eso sí. Pero sus dimensiones eran mucho mayores, estaban construidas en soporte metálico y lo que hacían sus cristales era reflejar digitalmente lo que había en las proximidades en colores e inesperadas formas. De la estrella comunista al toque psicodélico, ese parece haber sido el recorrido: de un sistema totalitario e ideologizado al máximo a las vivarachas formas del capitalismo global. De la uniformidad de un mundo cerrado al aturdimiento de una circulación permanente, incansable y enloquecida.
Arco ha tenido esta vez otro aire. Hubo 197 galerías que exhibieron a sus artistas en dos pabellones de Ifema. El tamaño importa: la feria ha resultado así más abarcable, más cercana, manejable. Invitaba a valorar las piezas y a regresar sobre ellas, facilitando la relación entre galerista y cliente. Menos espectáculo para el público aficionado, más oportunidades para el profesional. En este esquema más austero, quizá pierda sentido la figura de país invitado. Lo que ofrecieron las galerías rusas no fue muy valorado ni por la crítica, ni por los cronistas. Y, sin embargo, piezas como la de las gafas (en la imagen) de Chernyshev & Schulgin permitían confirmar que también ahí los latidos de la actualidad se revisten de parecidas formas. Y que, de alguna manera, el humor sigue presente en algunos artistas.
Boris Groys, al final de Obra de arte total Stalin (Pre-Textos, 2008; traducción de de Desiderio Navarro), en el que se dedicaba a analizar "el experimento artístico" del estalinismo y a reflexionar sobre sus particularidades, se refería a la condición del artista actual con esta observación: "Los artistas y escritores, en nuestra época abandonados a su suerte, deben crear a la vez el texto y el contexto, el mito y su crítica, la utopía y su derrota, la historia y la salida de ella, el objeto artístico y el comentario a él, y así sucesivamente: la muerte del totalitarismo nos ha hecho a todos totalitarios en miniatura…". Algo de eso debe estar inscrito en el toque psicodélico de las gafas rusas que han venido esta vez a Arco. Ya no hay estrictamente escuelas, ni estilos, ni movimientos, no hay vanguardia ni retaguardia: existe ese revoltijo que se refleja en los cristales digitales de esas gafas. Y si te asomas tú, sale también tu silueta distorsionada en múltiples colores. Invitado a ese barullo que no cesa nunca, en continua ebullición, siempre moviéndose.
Quizá por eso, de todos los rusos (y no rusos) de esta edición de Arco, me quedaría con las particulares cajas de Marina Alexeeva. En cada una de ellas ha construido un escenario de un realismo extremo (la celda de una cárcel, la tribuna de un orador…) para proyectar ahí las acciones de unos hologramas que representan sus cuitas personales. Son piezas delicadas, que rezuman un punto de ternura y que, sobre todo, ¡tienen sentido del humor!
Hay 1 Comentarios
Me han gustado las gafas. No como objeto artístico (no sabría por donde cogerlo), sino como representación, como crítica literal a la cultura audiovisual. ¡Qué ojos! Con qué facilidad remiten, como si te llevasen de la mano, a la cabeza en la que se encartan. Perfecta la montura.
No me parece que esté fuera de lugar y me alegra que se encuentre expuesto porque supera el cliché, por recuperación. Y también el Kitsch, en humanidad.
He echado de menos una imagen de las "cajas", aunque espero que pronto puedan encontrarse en Internet.
Publicado por: belen martínez oliete | 24/02/2011 1:33:35