Por cojones. No son las palabras más correctas para empezar un texto, pero definen muy bien el arrojo de los personajes centrales de la última película de los hermanos Coen. Las cosas les pueden salir muy mal, igual les vuelan la tapa de los sesos, se mueren por las picaduras de las serpientes o los indios los liquidan, pero van. Recorren paisajes yermos, nada hay alrededor sino los horizontes lejanos, para perseguir a un impresentable que dispara con facilidad y a traición, y llevarlo ante la justicia. La responsable de la iniciativa es una niña de catorce años. Le mataron al padre de mala manera, y nadie se ocupa de atrapar al asesino. Tendrá que hacerlo ella misma. Llega al pueblo más cercano, pregunta, consigue fondos y contrata a un viejo alguacil con fama de valiente. El título en inglés de la película es True Grit, que podría traducirse más o menos literalmente como verdaderas agallas. Aquí han elegido Valor de ley, que no dice absolutamente nada sobre lo que se cuenta, pero a alguien debió sonarle bien. La cosa es que los Coen se han metido a hacer un western, han elegido a dos grandes actores (Jeff Bridges y Matt Damon) y a una sorprendente joven actriz (Hailee Steinfeld), han buscado esos paisajes que llevan la épica escrita en su desnudez y han recuperado la novela que Charles Portis publicó en 1968 y que un año después llevó a la pantalla Henry Hathaway con John Wayne como protagonista. Los Coen han insistido en que nada que ver, que no conocían esa adaptación, que lo suyo ha sido ir directamente a las fuentes.
Para decir algo de esta película, que se ve bien y que entretiene con los viejos tópicos del género, quizá sirva volver sobre su desafortunada traducción al español. ¿Qué tiene que ver un reto que se asume por cojones con algo que se bautiza valor de ley? Pues lo mismo que tiene que ver este western de los Coen con un western de verdad. Cuando se tiene en cuenta el conflicto que narra la historia, el de una niña que sólo encuentra a un pistolero borracho y tuerto y un poco laxo con las ordenanzas para buscar al asesino de su padre en un territorio hostil, lo de valor de ley suena a chino. Lo que han hecho los Coen con una novela que escarba en esa zona pantanosa donde se confunden el afán de justicia y el deseo de venganza es quedarse en la epidermis: da la impresión de que hubieran querido rodar la superación de un dilema trágico gracias al coraje suicida de un hombre destruido pero lo que les ha salido es una cosa descafeinada. Que suena a chino, que no dice nada.
No dice nada, pero entretiene. ¿Es suficiente? Los Coen no han sido especialmente amigos de honduras épicas, pero han filmado piezas maestras con la ligereza de su estilo, con su facilidad para salir airosos de tramas complejas y laberínticas y con esa simpatía que muestran por los perdedores y que llega incluso a redimirlos. El western es otra cosa. Lo que cuenta es muy sencillo, casi nunca hay equívocos ni complicaciones argumentales, y todo tiene que ver con lo más primario: la fidelidad, la rabia, el afán de venganza, la piedad. Ese por cojones de la película no tiene dobleces, pero tiene muchas capas detrás y hace falta que su hondura palpite. ¿Cómo llegan a aventurarse juntos la niña y el tuerto y ese ranger tejano que se incorpora al final? ¿Y por qué terminan por separarse? No creo que los Coen consigan contestar a ninguna de esas dos preguntas, aunque a la primera se acercan gracias al humor: seguramente lo mejor de la película está en las primeras secuencias, cuando la niña empieza a buscarse la vida para atrapar al asesino de su padre.
En cuando entran en el desierto la cosa se desinfla. Ahí ya no sirve el humor, o no sirve únicamente el humor. Los conflictos tienen que doler, la tensión debe cargarse hasta ser insostenible, las viejas cuentas del pasado han de emerger con su carga de destino frente al carácter que quiere imponerse gracias al puro arrojo, por cojones. De eso tratan las películas de vaqueros (y las de indios): cuentan que los hombres se lanzan a la aventura a torcer ese destino que parece escrito de manera irrefutable. A los Coen, tan impecables a la hora de entretener, se les ha olvidado eso. Y eso es justamente lo fundamental.