"Hoy todas las ramas de las ciencias parecen querer demostrarnos que el mundo se apoya en entidades sutilísimas, como los mensajes del DNA, los impulsos de las neuronas, los quarks, los neutrinos errantes en el espacio desde el comienzo de los tiempos…", escribió Italo Calvino en la lección que dedica a la levedad en sus Seis propuestas sobre el próximo milenio (Traducción de Aurora Bernárdez; Siruela, 1989). El libro reúne las conferencias que el escritor italiano dio en Harvard a lo largo del curso de 1985-86 y en las que se ocupó de "algunos valores, cualidades o especifidades de la literatura que me son particularmente caros". Cuanto dice de la levedad puede servir para acercarse a la obra de Waltercio Caldas, que exhibe desde hace poco sus últimos trabajos en la galería Elvira González de Madrid. "Entidades sutilísimas", decía Calvino, pero en su texto sobre la levedad hablaba también de "las huellas más tenues", de un salto que se alza sobre "la pesadez del mundo", de "alto grado de abstracción", de "pulverización de la realidad". Todos esos términos sirven para describir las piezas del artista brasileño (nacido en Río de Janeiro en 1946 y uno de los referentes indiscutibles de su generación): transmiten una radical ligereza, como si flotaran, y tienen la discreta y elegante consistencia de la ingravidez. Los propios materiales con los que suele trabajar Caldas –acero inoxidable, granito, lana, aluminio, metacrilato, algodón, tela…– apuntan hacia esa dimensión que tanto seducía a Italo Calvino: la de la búsqueda de lo sutil frente a cualquier espesura. La gracia del salto frente a la solidez de lo pétreo.
Muchas de sus piezas (en la imagen, Suele pasar; 2010) incluyen hilos de lana que van de un sitio a otro, que conectan distintos ámbitos, que circulan, incluso que simplemente cuelgan. Ese afán de salir al encuentro y de establecer vínculos con el otro está en el origen de su vocación, tal como se cuenta en la nota biográfica de su página web. Empezó a ser artista sólo después de haber empezado a ver, ha dicho alguna vez, y fueron las obras de los demás las que lo estimularon a establecer en su trabajo un diálogo con ellas. Sus piezas están también tocadas por ese afán: Waltercio Caldas se encarga de concebirlas pero solo cobran sentido cuando el espectador las hace suyas. De un lado a otro, como poemas que han de ser completados.
Empezó a exponer muy pronto, con catorce años, y su primera muestra individual la hizo en 1973. Desde entonces no ha parado. Se ha relacionado su trabajo con la estética neoconcreta y con el minimal y se lo ha vinculado con las propuestas de figuras como Lygia Clark o Hélio Oiticica. Despojamiento y vacío son dos términos que sirven para hablar de Caldas, y el espacio está en el corazón de cada una de sus obras. Delicadeza es otra palabra que le cuadra. En 1977 se negó a representar a Brasil en la Bienal de Venecia por razones políticas: siempre fue crítico con la dictadura militar que marcó a su generación. Pero más adelante, cuando las cosas cambiaron, estuvo allí en 1997. Unos años antes, en 1992, había estado en la Documenta de Kassel. Trabaja en Río de Janeiro, pero a estas alturas su obra ha viajado por el mundo entero y se ha ido quedando en sitios públicos (Noruega, Uruguay…) como en grandes museos (Estados Unidos, Alemania…).
De los conceptos que Italo Calvino manejaba para tratar de la literatura de ese milenio en el que ya estamos instalados, el de levedad le va a Waltercio Caldas (en la imagen, de Andrés Fraga, durante su visita a Santiago de Compostela en 2008) como anillo al dedo. Pero también se ajusta a su trabajo el de exactitud. En la lección que dedica a esta idea, Calvino habla de Giacomo Leopardi, que "sostenía que el lenguaje es tanto más poético cuanto más vago, impreciso". Si es cierto, y seguramente lo es, que las piezas de Caldas son como poemas, entonces la exactitud importa para que sean eficaces. Dice Calvino: "Una atención extremadamente precisa y meticulosa es lo que exige en la composición de cada imagen, en la definición minuciosa de los detalles, en la selección de los objetos, de la iluminación de la atmósfera, para alcanzar la vaguedad deseada". Son palabras, creo, que describen la manera de operar de este artista brasileño.
Hay 1 Comentarios
Echo de menos el color de Calder, ese que nos permitía comernos los objetos con la vista, alegrarla. Pero no puedo decir que sus objetos no hablen.
Primero por su incisiva crítica, explícita en la levedad de los objetos que despojan el grosso, la expresión bruta. Segundo por su crítica a la forma, capaz de vaciar el propio contenido hasta convertirlo en vacío. La torpeza no está en el movimiento brusco sino en un sutil movimiento.La trampa se encuentra en un matiz demoledor. En la propia percepción.
En lo que parece una tontería.
Pero más allá de lo que a simple vista provoca, me gusta su empeño por primar la comunicación, casi obligando a los objetos a relacionarse.
Los hilos de lana son una provocación.
Y me pregunto por qué. Por qué nos obliga a fijarnos en un elemento orgánico al que ata y del que tira cuando consigue mostrar la elasticidad en un material tan duro como el metal, la piedra o el acero. Por qué machaca el equilibrio con un "no os mováis"
Entonces pienso en ese concepto tan sutil y tan trágico. Y lo titularía el punto medio. O su desplazamiento.
Publicado por: belen martínez oliete | 15/02/2011 16:10:10