Hacer teatro

Por: | 02 de marzo de 2011

Lo único que hacemos es teatro, le dice el rey Jorge V a su segundo hijo, Alberto de Windsor, duque de York, en un momento de El discurso del rey, que el domingo fue la gran triunfadora en la ceremonia de los Oscar. El monarca está preocupado por la vida disoluta del sucesor, Eduardo, que anda loco por una mujer casada y que, además, se ha empeñado  en convertirla en su esposa. Si finalmente sucediera así, y de haber heredado ya el trono, no tendría otra que abdicar. Le tocaría entonces reinar al segundo de sus hijos, a quien tratan familiarmente como Bertie, y al que Jorge V le está explicando que la monarquía ya no pinta nada, que su trabajo se ha reducido a hacer de actores en una representación en que la corona sólo cuenta como símbolo, como referente, como una instancia pulcra y distante que sigue encarnando las viejas tradiciones. Le habla de estas cosas porque el instrumento fundamental de un actor es la palabra y Bertie es tartamudo. De eso va El discurso del rey, que se llevó las estatuillas a la mejor película, mejor actor protagonista (Colin Firth), mejor director (Tom Hooper) y mejor guión original (David Seidler): de la titánica tarea que supone aprender a hablar de manera fluida a quien las palabras se le atascan. En una canción que Almodóvar incluyó en una de sus películas, La Lupe decía: "Teatro... / lo tuyo es puro teatro / falsedad bien ensayada / estudiado simulacro". Y eso, el puro teatro, es la misión que le queda al rey, así que el futuro Jorge VI no tiene más remedio que buscar un logopeda eficaz.

EL DISCURSO DEL REY 
Murió Jorge V y heredó el trono Eduardo VIII, pero solo reinó unos cuantos meses. Seguía empeñado en casarse con una joven estadounidense recién divorciada, por lo que tuvo que abdicar. A la ceremonia de coronación de su hermano, que tomó el nombre de Jorge VI, asistió como enviado de la  República española en guerra el socialista Julián Besteiro. Corría el mes de mayo de 1937, y las tropas de Franco avanzaban por el norte con la inestimable ayuda de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Inglaterra había arrastrado a Francia a la deleznable política de no intervención, con lo que las democracias europeas abandonaron a la República a su suerte. El presidente Azaña le pidió a Besteiro que aprovechara el viaje a Londres para reunirse con el secretario del Foreign Office, Anthony Eden, y le propusiera una iniciativa mediadora franco-británica, que debía comenzar con una suspensión de hostilidades para dar paso después a la retirada supervisada de combatientes extranjeros. La iniciativa de Azaña, poco ortodoxa pues nada le había dicho de la misma a Negrín, su primer ministro, fracasó. Evidentemente, nada de esto aparece en la película, ni falta que hace. Conviene tenerlo presente, sin embargo, pues el gran reto del rey tartamudo va a ser leer, poco tiempo después, un discurso en el que exhorta a los británicos a pelear contra el avance del nazismo, ya en plena Segunda Guerra Mundial.

Christopher Hitchens ha escrito sobre las  falsificaciones históricas de la película, centrándose fundamentalmente en el papel de Churchill, pero mostrando también cómo el propio Jorge VI celebró las gestiones de Neville Chamberlain en la Conferencia de Múnich de 1938, donde la política de apaciguamiento que lideraba el primer ministro británico con respecto a la Alemania nazi le permitió a Hitler imponer sus pretensiones y hacerse con los Sudetes (y que, de paso, constituyó el golpe mortal a la República en la guerra contra Franco: fue la confirmación de que estaba definitivamente sola). Sea como sea, y por mucho que El discurso del rey ofrezca la mejor cara de sus líderes en su batalla contra el nazismo y olvide algunas de sus vergüenzas, la película tiene una factura impecable y, sobre todo, un prodigioso guión.

No solo cuenta la historia del enorme desafío que supone pelear contra la tartamudez por razones de Estado, sino que pone en escena esa inusual circunstancia en que las distancias sociales, por razones de orden mayor, se borran. El logopeda exige tratar al rey como un igual para que su método funcione. Y las situaciones que esa excepcional medida genera, tratadas con un sobrio clasicismo por Tom Hooper e interpretadas con maestría por Firth, Geoffrey Rush y Helena Bonham Carter (en la imagen, en un momento de la película), terminan por producir algunos felices momentos de gracia. 

 

Hay 2 Comentarios

Totalmente de acuerdo con el comentarista anterior. No fue su matrimonio la causa de la abdicación-forzosa-de Eduardo, sino su vinculación con los nazis, retratada muy bien en otra película, "Lo que queda del día", con Anthony Hopkins y Emma Thompson.

Ya, ya, ya!!!, que el rey Eduardo sólo reino 11 meses, es cierto, pero que abdicará por juntarse con la viuda Simpson, no tan joven, pues NENI de res; sino léase el excelente estudio de Martin Allen, "El rey traidor" amigo y socio del espia francés a servicio de los Nazis en los EEUU, Bedaux,
Y de Christopher Hitchens, poco se puede esperar tras encubrir a su amigo, el proto-nazi, Martin Amis, con sandeces y engañabobos,¡¡¡Ah, claro, qué Hitchens es TROTSKO, entonces ta se entiende!!!

Los comentarios de esta entrada están cerrados.

TrackBack

URL del Trackback para esta entrada:
https://www.typepad.com/services/trackback/6a00d8341bfb1653ef0147e2f15f85970b

Listed below are links to weblogs that reference Hacer teatro:

El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal