Miseria y violencia

Por: | 14 de abril de 2011

Dos niños dan botes sobre una cama elástica. Lo hacen en el patio de su casa, desperdigada en cualquier sitio de las montañas Ozark. El clima es inhóspito. El paisaje es inhóspito. Cuanto hay por los alrededores lo es. Pero ahí están, saltando arriba y abajo como si ese ambiente miserable no fuera con ellos. Es el mundo que conocen y en el que han crecido, no saben de otro. Tiene que hacer frío en esa zona, no debe oler muy bien. Está en algún rincón de Misuri, uno de los estados del Medio Oeste de Estados Unidos. Como quien dice, en mitad de ninguna parte. Parece que Dios se ha desentendido de la suerte de esos niños. No es que se los vea mal, ocurre que están solos. Aunque no exactamente: su hermana mayor se ocupa de ellos. Tiene diecisiete años, se llama Ree, corta leña con conocimiento de causa y con conocimiento de causa les enseña a sus hermanos pequeños a disparar con un rifle. Sabe improvisar un miserable plato con una patata medio podrida, cocinar un guiso de ciervo o hacer estofado de ardilla. En Winter’s Bone se cuenta que le toca pasar una temporada difícil. El sheriff se lo deja muy claro desde el principio: su padre ha salido provisionalmente de la cárcel poniendo como fianza esa casa. Si no se presenta a la policía el día que le toca, pueden quedarse sin ella. Con Ree vive también su madre, que enfermó de dolor y no se entera de nada: no tiene, pues, otra alternativa que salir adelante. Así que decide encontrar a su padre para  llevarlo a la comisaría y que cumpla con la ley. Es la segunda película de la realizadora Debra Granik (Cambridge, Massachussets, ) y triunfó en Sundance, el célebre festival de cine independiente. Tiene ese estilo de producción casera, cercana, donde un guión sólido es imprescindible y el peso de los actores, decisivo.

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En la película están inmensos sus dos protagonistas, la joven Ree (Jennifer Lawrence) y su tío Lágrima (John Hawkes). Los niños saltan sobre la cama elástica y juegan con los animales, gatos y perros (tienen también un caballo) y, en fin, la vida sigue en ese remoto rincón del mundo. Una vida dura, de estricta supervivencia. Y Ree (en la imagen con su tío Lágrima) tiene que ponerse a buscar a su padre y entonces empieza a aparecer una galería de personajes que ponen los pelos de punta. Hombres y mujeres curtidos, zarandeados por la mala suerte, medio destruidos por habitar en ese páramo desolador, consumidos por las drogas o el alcohol, habituados a una atmósfera de miseria y violencia. Ree visita distintas casas: todas están, como la suya, repletas de deshechos. Y es como si esos deshechos formaran ya parte de la naturaleza, se hubieran incorporado a las montañas de Ozark.

La película está basada en una novela de Daniel Woodrell, un escritor al que atribuyen la invención del country noir. Tramas negras en el campo: no es fácil atar todos los cabos sueltos que esta historia va dejando a lo largo de su desarrollo. No es seguro, tampoco, que la propia protagonista sea consciente de todo lo que le va pasando y lo entienda. La cámara la sigue, padece con ella, se llena de dudas, se arriesga. Y es que el miedo es algo que se lleva ya incorporado en esa zona turbulenta y turbia y medio perdida en mitad de América, pero la grandeza de la muchacha tiene que ver con su valentía para superarlo, e ir cada vez más y más lejos.

Negocios sucios relacionados con la metanfetamina, relaciones marcadas por los intereses y la necesidad de sobrevivir, crímenes, golpes, sangre, dolor. Winter’s Bone cuenta una historia dura, en la que muchos lazos familiares quedan reducidos al simple cálculo de seguir ahí, de aguantar: no hay otro horizonte. Debra Granik se convierte en un testigo más de la descomposición moral que marca a algunas familias del entorno, pero también recoge la generosidad de esos vecinos que echan un cable sin hacerse notar, como a escondidas. Su cámara está ahí, y poco a poco se va sumergiendo en ese mundo de los márgenes, el campo, cada vez más abandonado y remoto. Y recoge, como algunas de las hermosas canciones folk que incorpora en su película, su honda tristeza y sus inmensas dificultades para vivir.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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