También en Dos vidas. Gertrude y Alice (Lumen; traducción de Catalina Martínez Muñoz) la periodista Janet Malcom (Praga, 1934) vuelve a contar los encuentros que tiene con los expertos en las figuras de las que se ocupa. Lo hizo cuando investigó a Sylvia Plath y Ted Hughes, y lo hace cuando explora la relación de Gertrude Stein y Alice B. Toklas. Una de las grandes conocedoras de la obra de Stein es Ulla E. Dydo, "una mujer delgada y elegante, que ya ha cumplido los ochenta", y que forma parte de los estudiosos que se proponen "reconocer a esta autora entre los grandes maestros del modernismo y acercarse a su obra con simpatía, en lugar de incomprensión y hostilidad". Y es que lo que producen la mayoría de los textos de Gertrude Stein (sobre todo los más vanguardistas) es eso: incomprensión y hostilidad. Por ejemplo, el que se titula Naranja: "Por qué se siente una ostra un huevo batido. Por qué su centro es naranja. Una muestra instantánea y aflojarla aflojarla para asentar por así decir. Fue un rezumar añadido con cuchara de ver, fue un lametazo añadido con cuchara de ver". ¿Y bien? Pues que Dydo hizo el esfuerzo de "fijar definitivamente el sentido de la obra de Stein", cuenta Malcom, que ha dicho de esa mujer que "combate cierta aspereza en su carácter, derrotándola definitivamente, con una profunda bondad". Una observación minúscula y secundaria, es cierto, acaso irrelevante, pero gracias a estas cosas Janet Malcom vuelve a seducirnos de manera irremediable y, así, nos va conduciendo a la historia de Stein y Toklas, esas dos mujeres que vivieron cerca de cuarenta años juntas y que, curiosamente, no tuvieron problemas durante la Segunda Guerra Mundial, viviendo en el este de Francia, en zona ocupada. "¿Cómo escapó de los nazis la pareja de lesbianas judías?", se pregunta Malcom, y siguiendo la pista a este interrogante arma otro libro apasionante.
Desde el principio, Gertrude (en la imagen, con Alice en Belignin, a principios de los años treinta) aparece como una mujer cautivadora, encantada de haberse conocido, feliz en su prieta gordura, simpática, segura, acostumbrada a los mimos y a salirse siempre con la suya. También era altiva, ególatra y jactanciosa: "Los tres genios de los que deseo hablar son Gertrude Stein, Pablo Picasso y Alfred Whitehead", escribió en la Autobiografía de Alice B. Toklas. Su compañera, en cambio, es la que permanece detrás, oscura, desdibujada, jugando un papel secundario y trabajando siempre, en todo y durante todo el rato, para satisfacer los deseos de la otra. Se sabe que pasaron momentos difíciles, pero por lo que sea consiguieron estar juntas un largo trecho de sus vidas. Cuando aún no eran pareja, Gertrude escribió de Alice: "Es mezquina, retorcida y ladina hasta la médula: una mentirosa de lo más sórdida, sin luz, sin fuerza dramática, sin imaginación, como una prostituta, cobarde, egoísta, inconsciente, miserable, vulgarmente engreída e implacable, canalla, en suma desagradable, repugnante y débil como Zobel, pero peligrosa, no eficaz, no malvada". Y luego remató: "Alice se rige por su intelecto pero carece de intelecto suficiente y por eso fracasa en todo".
"Stein era una mujer conservadora, con tendencias crecientemente reaccionarias: adoraba a los republicanos, odiaba a Roosevelt y apoyaba a Franco", escribe Malcom. Por el salón de su casa de la rue de Fleurus, en París, pasaron en los años veinte algunos de los mejores escritores y pintores de todos los tiempos, y su colección de arte (que empezó con su hermano Leo) reúne obras de los artistas que entonces protagonizaban las grandes revoluciones de las vanguardias. Picasso la inmortalizó en un imponente retrato. Amiga de pontificar, procuraba distinguirse por su originalidad y muchas veces caía en una insultante frivolidad. En París Francia (Minúscula, 2009; traducción de Daniel Najmías), pueden encontrarse algunas perlas de su singular estilo: "Así pues París era el lugar adecuado para los que íbamos a crear el arte y la literatura del siglo XX, lo cual es bastante natural"; "…intimar no es civilizado y los franceses necesitan ser civilizados y para hacerlo deben tener tradición y libertad y con tradición y libertad no se puede intimar con nadie"; "Un soldado francés solo se queja cuando le ocurre esa cosa tan terrible, tener que dormir en la paja"; "… todo francés sabe que está destinado a ser un pére de familia, aun cuando no tenga ni mujer ni hijos ser una pére de familia es su destino obvio".
Stein se movía con esas ínfulas, y Toklas la acompañaba en segundo plano. Siempre cayó bien la primera, y mal, la segunda. ¿Qué lazo misterioso las mantuvo unidas? ¿Qué lazos misteriosos nos vuelven a amarrar a la historia de esas dos mujeres que ocultaron que eran judías cuando las cosas fueron mal para los judíos? En la última nota que incluye en el libro, Malcom recoge una de las observaciones de Ulla E. Dydo, la gran especialista: "…fuera del dormitorio Toklas lo hace todo –es la cocinera, el ama de llaves, la mecanógrafa y la secretaria–, pero la que trabaja en la cama es Stein". Un dato más. Pero imagino que tampoco resuelve gran cosa.