Cómo pasaron las cosas y cómo las cuentan los historiadores. Este asunto es uno de los ejes centrales que recorren La mirada del historiador. Un viaje por la obra de Santos Juliá (Taurus), donde José Álvarez Junco y Mercedes Cabrera han reunido a una selecta nómina de conocedores de la obra del homenajeado para que se pronuncien, glosen, comenten o critiquen distintos aspectos de su ya larga y ejemplar trayectoria. En el libro hay de todo: el clima académico en el que Santos Juliá empezó a trabajar, los maestros que lo influyeron (Marx y Weber) y, también, distintas aproximaciones a su manera de ser. Pero sobre todo está la historia, la historia de España durante el siglo XX, y hay discusión sobre esa historia y sobre la manera en que se ha contado. Acaso lo más relevante sea advertir, finalmente, que Santos Juliá entró en el pasado con el lógico afán de enterarse cómo habían sucedido las cosas y que, para poder hacerlo, no tuvo más remedio que aplicarse a desmontar las historias que antes se habían contado. O mejor, tuvo que vérselas con "las ficciones que nos inventamos para explicarnos a nosotros mismos", como escribe Álvarez Junco cuando se ocupa de Historias de las dos Españas, uno de los ensayos de Santos Juliá que ayudan como pocos a tomar distancia de esos observatorios artificiales que se reciben como herencia y desde los que vamos construyendo nuestra mirada sobre el pasado, el presente y el futuro). ¿Y si para entender lo que ocurrió, y lo que está ocurriendo, ese recurso a las dos Españas fuera más bien un estorbo? Hay partes de la sociedad actual en las que ese marco sigue funcionando. Álvarez Junco, acaso con cierto optimismo, considera que aquel gran relato solo sobrevive en algunos rincones: en la retórica conservadora del 'se rompe España’, en los nacionalismos periféricos que siguen amarrados al victimismo del pasado y en esa "izquierda irredenta, que sigue cultivando el sueño comunitario alrededor del populismo o el indigenismo de estilo Hugo Chávez o Evo Morales". ¿Son muchos o pocos? Desde luego, quienes siguen en esa retórica son los que, cuando se habla de Santos Juliá (la foto es de 2004, de Cristóbal Manuel), miran de manera torcida como si fuera culpable (o, como mínimo, sospechoso) de haber tocado alguna sagrada verdad de esas que nunca se cuestionan.
Como este libro permite seguir las distintas estaciones de su obra, y seguirlas de manera crítica, no estaría de más que quienes culpan o sospechan del historiador se acercaran a sus páginas. Si en su trabajo sobre las construcciones ideológicas a propósito del ser de España, Santos Juliá ayuda a contextualizar (y a relativizar, por tanto) toda esa furia que alimenta los viejos conflictos sobre las verdaderas esencias de la patria, en sus trabajos sobre el lamento permanente a propósito del rosario de fracasos de este país ha sido también rotundo. No hubo tales, no tuvieron la envergadura que se les atribuyó, no marcaron a fuego esa anomalía que arrastra que se atribuye a la historia de España. Fue la idea de ese fracaso permanente la que impidió comprender, como escribe Miguel Martorell, "que la dirección general de las transformaciones experimentadas en nuestra historia era común a la de otros países europeos".
Y si las cosas marchaban, ¿cómo fue que hubo una Guerra Civil? Ni fue "el ineluctable resultado de una especial lucha de clases", ni el hito final de "un mítico enfrentamiento entre dos Españas", recuerda Enrique Moradiellos citando al propio Juliá, que en su texto del volumen colectivo que coordinó sobre las Víctimas de la Guerra Civil escribió: "Los causantes de la hecatombe sabían lo que hacían y emplearon todos los medios para conseguir lo que querían". Franco y sus secuaces no fueron arrastrados a dar el golpe por ningún destino histórico, su objetivo era acabar con las reformas modernizadoras de la República. La responsabilidad de los sujetos individuales, según Juliá, "no puede diluirse en la cuenta de las culpas colectivas, que son de todos y, por eso, no son de nadie". Quizá también del lado de la República hubo algunas responsabilidades que tampoco pueden quedar borradas tras el escudo de haber luchado contra el fascismo.
Lo de las dos Españas no sirve gran cosa, no hubo una anomalía que estropeara particularmente la historia de este país, la Guerra Civil no se desencadenó inevitablemente por un viejo conflicto larvado condenado a estallar algún día… Santos Juliá ha aplicado el martillo para destrozar los tópicos y las ideas hechas. Su obra, así, no solo enseña sobre el pasado: invita a pensar porque fulmina las viejas leyendas que alimentan nuestros mitos. Sin sus trabajos resultaría mucho más difícil entender lo que sucedió en la España del siglo XX y, por tanto, lo que nos está pasando ahora.
Hay 2 Comentarios
No quisiera yo que este comentario se interpretara como una especia de cuaderno de quejas de tipo personal. Para nada.
Lo que ocurre es que era, y sigue siendo, tanta mi admiración hacia el historiador Juliá que he llegado a considerarlo el mejor contemporanísta de España (y desde hace tiempo). No digamos ya si nos referimos a su condición de azañista excepcional (véanse mis "posts":
http://lacomunidad.elpais.com/miscelaneas-culturales/2010/7/18/libros-violencia-politica-la-espana-del-siglo-xx-santos
http://lacomunidad.elpais.com/miscelaneas-culturales/2010/12/8/libros-vida-y-tiempo-manuel-azana-1880-1940-santos
Bien. Pero como escribiría un clásico historiador británico, siempre cabría objetar o matizar algún que otro sin embargo, empero o no obstante. Más por lo concreto en relación a su condición de profesor y docente. Y en este sentido, me gustaría dejar constancia aquí (porque probablemente lea el comentario el homenajenado), que tuve la experiencia (muy desagradable, por cierto) de comprobar en "carne propia" su descortesía, falta de respeto, casi maltrato docente y, lo peor de todo, su hipocresía a la hora de incumplir compromisos y, sobre todo, no dar la cara y hacer perder el tiempo de las personas (ya recordará él la experiencia de "dirigir" aunque fuera por escasos meses a este entonces doctorando, ilusionado en investigar sobre la reforma agraria republicana).
Pero no pasa nada, ni hay que echar renovadas lágrimas de cocodrilo, sólo dejar aquí este breve apunte sobre la conducta más propia de un mandarín caciquil (tan abundante en nuestra desgraciada universidad: aunque sea a distancia), que de la del riguroso historiador a la que nos tiene acostumbrados con su rutilante y rigurosa bibliografía contemporaneísta.
En fin, no creo que esta "denuncia" sin acritud (ya han pasado algunos años) contribuya en exceso a rebajar el nivel del "aplausímetro" o del merecido homenaje. Pero que conste en acta.
Saludos cordiales, incluso para el historiador Juliá.
Publicado por: MARIANO JUAN-R | 05/10/2011 18:07:30
Muy ilustrativo!
Este formidable artículo deberían leerlo no sólo españoles sino tambien aquellos “irredentos izquierdistas” que creen que el populismo de Chavez, Morales etc. es el camino correcto. Las ideas hechas y pre-fabricadas no sirven. Tus articulos invitan a pensar, a reflexionar.
Publicado por: Horacio aus Deutschland | 05/10/2011 10:21:27