El rincón del distraído

Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

Las guerras que vienen

Por: | 17 de octubre de 2011

El cambio climático resulta por lo general un asunto demasiado lejano, por no hablar de quienes directamente niegan su existencia. Empezó con la industrialización y esencialmente es el resultado de la emisión de gases de efecto invernadero. Así que el problema empezó hace mucho, pero combatir sus efectos es una tarea cuya duración se extiende mucho más allá  del ciclo vital de una persona: ¿cómo comprometerse entonces con una batalla que exige, además, una respuesta global y de cuyos resultados no tendremos jamás noticia? El sociólogo alemán Harald Welzer señala en Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI (Katz; traducción de Alejandra Obermeier) algunos conflictos actuales que tienen mucho que ver con el cambio climático. Es el caso de Darfur (Sudán), por ejemplo, donde agricultores y ganaderos han terminado enfrentándose a muerte por un recurso cada vez más escaso por la desertificación (entre 1967 y 1973, y entre 1980 y 2000, el país africano ha sufrido una serie de sequías catastróficas): el agua. Desde su independencia, Sudán ha perdido el 40% de sus bosques, vive metido en guerra desde hace medio siglo, hay dos millones de desplazados internos y han sido asesinadas entre 200.000 y 500.000 personas. Walzer salta en su libro de un escenario a otro para servir con todo detalle las cifras de un horror lejano que, sin embargo, tiene sus causas en la frenética actividad industrial que se produjo en Occidente hace unos dos siglos. Los resultados del cambio climático ya están aquí: migraciones masivas, problemas con los refugiados, guerras por los recursos. "Una de las características principales de la violencia tal como la ejerce Occidente consiste en su esfuerzo por delegarla lo más lejos posible", escribe Walzer. Algo ha cambiado, sin embargo: en un mundo globalizado la escala de los términos "lejano" o "cercano" se modifica a gran velocidad. Cualquier día de estos, los problemas remotos estarán en la puerta de casa.


Harald welzer elisa gonzalez miralles
Uno de los atractivos del libro de Walzer (la fotografía es de Elisa González Miralles) es que no engaña, y no lo hace porque evita convertir los retos del medio ambiente en asuntos que pueden ir arreglándose a través de iniciativas individuales y buena voluntad. "El problema del cambio climático hoy en día no es solucionable", sostiene. El desafío que exige obliga a una respuesta global. Las soluciones nacionales, o regionales (la UE se ha comprometido a emitir un 8% menos en el periodo 2008-2012 y un 20% menos en 20120), tienen una influencia demasiado escasa. Y, para hacerse una idea de por dónde van los tiros, basta fijarse en las cifras: desde el año 2000 la emisiones han crecido en el mundo un 30% y desde 1990, cuando se puso en marcha el Protocolo de Kioto, un 45%. Es posible que una parte de Occidente ande en la pelea por controlar sus desmanes, pero en China las emisiones se han duplicado desde 2003 y en la India han crecido el 60%. Los países emergentes se niegan a renunciar a unas energías que, aunque amenacen con destruir el futuro de todos, son las que han dado ventaja a los países que se industrializaron antes. Los acuerdos no parecen fáciles, la destrucción sigue en marcha, los conflictos amenazan (cuando no estallan ya) en el horizonte.

En ese contexto de brutal deterioro medioambiental, las guerras climáticas se presentan como un cáncer difícil de combatir. Surgen, explica Walzer, donde los Estados son débiles y los mercados de violencia privados forman parte de la normalidad, y donde los suelos se han degradado y hay mayor escasez de agua. Grandes masas empiezan a moverse para huir de la miseria, se desencadenan graves problemas en las fronteras, el terrorismo se fortalece y consigue legitimarse, la violencia del Estado se incrementa para combatir el desorden y aparecen vacíos legales. Los estándares de normalidad y las normas se desplazan. No hace falta más que mirar hacia Somalia para ver hoy mismo la envergadura del desastre.

"Cuando se propaguen y se vuelvan más tangibles las consecuencias del cambio climático, aumenten la miseria, las migraciones y la violencia, se incrementará la presión para solucionar y se acotará el espacio mental", escribe Walzer. Será entonces cuando surjan soluciones irracionales y, apunta, "de acuerdo con la experiencia histórica, existe una alta probabilidad de que las personas catalogadas como superfluas, que parecen amenazar las necesidades de bienestar y seguridad de las ya establecidas, perezcan en gran número…". La perspectiva es desoladora. Pero es lo que hay.

Cómo excavar una buena tumba

Por: | 06 de octubre de 2011

El padre de Marcus Messner está preocupado. Teme que su hijo dé un paso en falso, y todo se vaya al garete. Así que está encima de él, lo acosa, le encantaría que nada de lo que hiciera supusiera peligro alguno, que no se descarriara, que no sufriera malas influencias. ¿No será que toda esa obsesión por cuidarlo le viene de que Estados Unidos está enviando a sus jóvenes a luchar en un remoto rincón de Corea? En la Segunda Guerra Mundial murieron dos primos de Marcus, y eso marcó a la familia. Son judíos, viven en un barrio de Newark, su padre tiene una carnicería que sigue los preceptos kosher. Son gente sencilla y humilde: Marcus Messner acaba de entrar en Robert Treat, una pequeña universidad situada en el centro de la ciudad, y es el primero de su familia en tener una educación superior. Sin embargo, no aguanta la presión del padre, que vigila cada uno de sus pasos, y decide irse. Se matricula en Winesburg, una pequeña universidad de humanidades e ingeniería situada entre el centro y el norte de Ohio. Así que deja su casa y se larga a empezar una nueva vida. No tarda mucho en sentirse atraído por una chica, Olivia Hutton. Quedan un día, cenan, aparcan el coche que le ha dejado un compañero cerca del cementerio, se besan. La escena es uno de los grandes momentos de Indignación (Mondadori, traducción de Jordi Fibla), la novela que Philip Roth publicó en 2009. "Me la ha chupado", exclama un rato más tarde Marcus Messner, incapaz de creérselo del todo. Vaya, ¿no será justo este el paso en falso que su padre tanto temía que diera?


Philip roth 4 Los críticos fueron en Estados Unidos duros con Indignación. Suelen serlo con las últimas (breves) novelas de Philip Roth (la imagen es de hace unos años): seguramente siguen teniendo en la cabeza algunas de sus grandes obras y le exigen más, no se conforman. Indignación forma parte de un subgrupo de novelas que Philip Roth ha bautizado Némesis: novelas cortas. Las otras son Elegía, La humillación y la propia Némesis. J. M. Coetzee escribió que, si se las compara con El teatro de Sabbath (1995) o Pastoral americana (1997), "son aportaciones menores al canon de Roth". "Su tono general es discreto, lleno de remordimiento y melancolía; están compuestas, por así decirlo, en tono menor", añade. Si son piezas que ya no tienen la "intensidad" del "inmenso" Roth de otros tiempos, Coetzee se pregunta si ofrecen a cambio algo novedoso. Y recuerda entonces un momento donde el protagonista de Elegía visita el cementerio donde están enterrados sus padres y, conversando con el sepulturero, obtiene una detallada explicación de "cómo se excava una buena tumba". Nada más que un puñado de páginas que se leen con gran placer, observa Coetzee, y que enseñan "cómo excavar una tumba, cómo escribir, cómo enfrentarse a la muerte, todo en uno".

No es poca cosa. Indignación está también llena de esas explicaciones a las que se refiere Coetzee. Por ejemplo, describe con todo detalle cómo se evisceran los pollos: "…abre el culo, mete la mano, agarra las vísceras y sácalas: asqueroso y repugnante, pero había que hacerlo". Si en Elegía, en el episodio del sepulturero también hay una lección sobre cómo enfrentarse a la muerte, lo que enseña esta historia de los pollos está relacionado con el sentido del deber. "Eso es lo que aprendí de mi padre y lo que me gustó aprender de él: que haces lo que tienes que hacer", dice Marcus Messner al principio de la narración.

El sentido del deber con el telón de la guerra de Corea al fondo, esa es la cuestión. Marcus Messner va a hacer lo posible por evitar que lo alisten, y eso pasa por tener un impecable currículo académico. Así que estudia mucho y tiene excelentes notas. Algo sin embargo se tuerce (el paso en falso), y no tiene que ver precisamente con su relación con Olivia Hutton. Tiene que ver con la indignación: una legítima indignación contra las anticuadas maneras de la universidad de Winesburg, con sus obligaciones religiosas que nada tienen que ver con la educación laica. El joven indignado se carga de razones, y se ciega y se precipita. Hacer lo que se tiene que hacer: bueno, siempre hay márgenes de maniobra y la vida está llena de pequeñas y grandes concesiones. Pero el indignado no está dispuesto a ceder, y termina en Corea. Los críticos habrán sido duros con esta novela, acaso no repararon en toda la sabiduría que contiene. En sus breves páginas, Philip Roth dibuja, con la lucidez de quien ha perdido hace tiempo la ingenuidad, las largas sombras que acechan a los que creen tener la razón de su lado. 

El País

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