Cuerpos que bailan

Por: | 28 de noviembre de 2011

La relación de Pina Bausch con sus bailarines fue muy intensa. Les exigía que sacaran lo mejor de sí mismos, los empujaba a profundizar en sus emociones, les ponía retos que se veían forzados a superar. Quiero que me asustes, le dijo a uno; a otro le pidió que hiciera un movimiento que reflejara la alegría; a una joven recién incorporada a la compañía le preguntó por qué le tenía miedo si ella nunca le había hecho nada. En Pina, la película de Wim Wenders, los que compartieron con ella vida y trabajo la recuerdan a través de un breve testimonio (algunos no pueden decir nada y permanecen en silencio). Sus comentarios son la columna vertebral que articula una película que, sobre todo, muestra la obra de esa inmensa coreógrafa: sus montajes, esos atípicos movimientos que son la marca de fábrica de su estilo y su manera de entender la danza. Los cuerpos de los bailarines del Tanztheater Wuppertal son la llave de la que se sirvió Pina Bausch para explorar los misterios de la vida y a través de ellos fue bajando hacia lo más oscuro. Dolor, soledad, fracaso, tristeza, miedo, abandono, amor, entrega: esas palabras las convierte Pina Bausch en materia. Están ahí. Toman forma, laten, vibran en cada uno de sus trabajos. Wim Wenders ha tenido la delicadeza de ponerse en segundo plano. Es el mejor homenaje que le podía haber hecho, que sus piezas hablaran por sí mismas, y no está de más repetir el reclamo de Pina: "danzad, danzad, de otra forma estamos perdidos".

Una de las obras que vuelve una y otra vez en la película es Café Müller. La propia coreógrafa, cuando recuerda lo que la pieza significó en su trayectoria, explica que la propuesta de bailar con los ojos cerrados fue decisiva. Cuerpos que se desplazan perdidos por un escenario lleno de sillas, mientras alguien las va retirando para que no se golpeen. El abrazo de una pareja y el hombre que aparece para separarlos y que coloca el cuerpo de ella en los brazos de él, y se va y entonces la mujer se desploma. Y el hombre regresa: y vuelta a empezar, una y otra vez, de manera obsesiva y cada vez a mayor velocidad. Luego está la mujer de los tacones, y esos bailarines doblándose pegados a una pared. Y, en fin, el solo que bailó la propia Pina Bausch acompañada de un aria desoladora. La delgadez de su figura, el dramatismo de sus movimientos, el detalle de sus inmensas manos que la cámara acerca en la película. Algo hay ahí del terrible sufrimiento del descendimiento de la cruz, con el cuerpo del Cristo doblado y como a punto de quebrarse y la madre enloquecida de dolor. Basta cerrar los ojos ante esa mujer que baila para encontrar en su figura un duplicado de alguna de las obras que pintaron los maestros antiguos y en los que María espera que le nntreguen el cuerpo sin vida de su hijo. Eso es Pina Bausch: ese desgarro insoportable.

Pina-by-wim-wenders
Es inevitable abandonarse a las resonancias. Quizá eso sí sea algo a lo que empuja la película de Wenders, tal vez por los escenarios que ha elegido para poner en escena esas piezas que los bailarines ejecutan para acordarse de su maestra. Fábricas, paisajes abandonados, la encrucijada de calles de una ciudad actual (Wuppertal), el metro que se desliza bajo los rieles, los inmensos ventanales de un edificio vacío: todo parece remitir a Alemania, y esos cuerpos que bailan parecen estar contando su historia. Los grabados de Durero, los fulgores trágicos y sombríos del romanticismo, los abismos a los que se asomó su gente en su historia reciente. Eso es también Pina Bausch: un salvaje alarido ante lo que resulta incomprensible.  

Bueno, y esta esa bailarina que para rendirle homenaje sale zumbando y salta sobre una silla, donde se columpia un instante, y de ahí va corriendo a la siguiente, donde vuelve a tambalearse, y luego a otra y a otra. La ligereza, eso persigue, para acordarse de la levedad de Pina Bausch. Porque esa levedad recorre también la obra de esta prodigiosa artista, que tuvo un inmenso sentido del humor, e hizo de vez en cuando travesuras. Wenders, como en su día la propia Pina Bausch, utiliza los elementos (tierra, agua, aire, fuego) para dar cuenta de la historia de la coreógrafa, pero ante todo se rinde a la danza que, como la música, está más allá de las palabras. En Vivan las ilusiones (Pre-Textos, traducción de Esutaquio Barjau), Peter Handke le cuenta a Peter Stamm que lo que lo unió a Wenders fueron el cine y el amor a la música. En la danza la música habla a través de los cuerpos, y eso es lo que el realizador alemán ha filmado. El 3D colabora para que su empeño llegue a buen puerto.

 

Hay 1 Comentarios

Vi hace unos días la película de Wenders en 2-D. No solo subscribo cuanto dice, sino que agradezco leer en palabras tantas cosas que pensé al acabar la película. Tuve la suerte de ver Café Muller en Madrid hace la tira de años, cuando no estaba ni mucho menos preparado para ver nada de Pina Bausch. Mucho ha llovido afortunadamente desde entonces y no hace mucho tuve la suerte de ver Kontakthof en la versión de adolescentes. Me acompañó mi hija de siete años, que se divirtió como solo los niños saben hacerlo durante casi tres horas en el teatro. No paró de reír, en una demostración que el arte es una caja en la que cada uno puede ver un contenido diferente sin que ello sea necesariamente contradictorio.

La segunda cosa es el aria que baila Pina Bausch. Tendría que volver a ver la película, pero me parece que es el aria final de Dido y Eneas, de Purcell.

Para acabar, gracias por mantener vivo su más que interesante blog.

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Sobre el blog

El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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