La nada y la nadería

Por: | 10 de enero de 2012

Lars von Trier ha abordado la nada en Melancolía y le ha salido una nadería. Kirsten Dunst (Justine) explica en un momento de la película que le cuesta avanzar porque siente un peso enorme en los pies que la mantiene detenida. Y eso es, de ese peso se trata, que te frena y te agarra al sitio y te tumba, que te enfrenta a un mundo en el que nada tiene sentido. Para qué moverse, para qué levantarse, no hay horizonte, nada sirve, solo está la muerte, una inmensa desolación, un vacío inescrutable y sin fin, una llanura inhóspita. De eso debía tratar la película de Lars von Trier y la impresión que produce es la de haberse pasado. La de haber querido ir demasiado lejos, como si la melancolía no tuviera entidad por sí misma y fuera necesario sacarla en procesión y hacerla desfilar con acompañamiento ensordecedor de bombos y platillos. Nada vale para quien se precipita en la melancolía, pero nada vale del mismo modo que todo podría valer. Las razones para encontrar solo vacío por doquier se sostienen en las mismas delicadas e imperceptibles razones por la que todo podría resultar lleno de sentido y pletórico de vitalidad. Ahí está su misterio y eso es lo que muerde más hondo: que el peso de vivir resulta de pronto insoportable. Lars von Trier ha preferido trivializar ese vértigo y ese abismo dándole una explicación que seguro conmueve a cuantos adoran la retórica new age: hay melancolía porque hay un planeta que se no está viniendo encima y que va a destruirlo todo. Hay, pues, razones concretas y rotundas, hasta matemáticas si se quiere, de que todo se va a ir al garete. Kristen Dunst, por tanto, no es se haya visto postrada súbitamente en el mal, es que ha sabido intuirlo y adelantarse a su llegada. Es más: hasta se permite salir al campo y desnudarse para recibir la luz de ese cuerpo celeste que nos va a destruir de manera definitiva. Comprenderán que cuando uno observa esa secuencia, amén de quedar fascinado por el hermoso cuerpo de la actriz, se pregunta qué tipo de resortes operan en la cabeza de un director que, en trabajos anteriores, había sabido tocar con cierta ferocidad algunas inquietantes teclas de la condición humana.

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Hay que decir unas cuantas cosas antes de seguir. La película está rodada con primor, los escenarios elegidos tienen una belleza turbadora y la música de Wagner (el preludio de Tristán e Isolda) que utiliza Von Trier para irle dando pespuntes a su historia sirve ella sola para expresar la hondura inabarcable y desgarradora de la melancolía. También conviene subrayar que Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg y Kiefer Sutherland defienden sus papeles con una dignidad tan grande y un compromiso tan profundo con la voluntad de hacer creíble la película que dan ganas, por el trabajo que despliegan, de creérsela. Pero Lars von Trier lo pone muy difícil: en la primera parte, por ejemplo, introduce a un abyecto personaje para darle un poco de color a la trama, confirmando así hasta qué punto no se cree nada de lo que está haciendo. Porque ya me dirán qué pinta el jefe de Justine y su cansino empeño de exigirle durante la celebración de su boda que le haga un eslogan esa misma noche. Es más, coloca a un joven empleado para que la persiga en ese cometido. No se lo van a creer pero, en pleno desparrame, el director los pone a follar (a Justine y al becario) en mitad de un campo de golf antes de terminar la fiesta. Eso sí: con un plano desde las alturas para darle cierta sustancia: la novia, con la larga cola de su vestido blanco, cabalgando frenética sobre el adolescente bajo la luz de la luna. ¡Qué momento!

Hay un prólogo (ya lleno de citas y referencias cultas) y luego dos partes: la sofisticada fiesta de una boda con el fracaso casi inmediato del matrimonio incluido y la espera del desastre, la del choque del planeta con la tierra, que incorpora a un niño y a unos caballos alterados.  Me quedo con el humor. Uno de los organizadores del jolgorio está tan quemado con los desplantes de la melancólica que decide no verla en toda la fiesta, y va de un lado a oltro tapándose los ojos en cuanto aparece. Es una bobada, pero a algo hay que agarrarse ante tanta solemnidad vacua.

En un artículo reciente sobre la melancolía publicado en La Vanguardia, Josep Massot citaba una frase del libro de Robert Burton: "Podemos contar hasta 88 grados de melancolía, ya que cada uno se ve afectado por ella de un modo distinto…".  Ahora habría que decir que son 89, si es que cuenta la película de Von Trier como un caso más, el de melancolía estomagante.

Hay 12 Comentarios

Realmente te engancha y no puedes dejar de acordarte de ella.

Pues para ser una nadería le has dado bastante bola. Von Trier, sospecho, disfruta agitando a los distraídos, a los atentos y también a los que le consideramos un director con un talento cinematográfico superlativo.

De cero a diez, creo que paulatinamente has ido bajando la nota, no?

Bueno. Lo has hecho, amigo. La has machacado a conciencia. Veo que los lectores se dividen, pero eso es hasta bueno. Date una vuelta por Intouchables y verás lo que es criticar un post... Saludos cordiales.

Definitivamente, Lars Von Trier tiene razon: nada tiene sentido. Los criticos de cine no sirven para nada. Los comentarios son completamente vanos y presuntuosos. Mas alla de la nada solo nos queda la ignorancia.

Pues me pasa como a Oscar, a mi me rondo por la cabeza varios dias. Cuando la vi no me dijo mucho, pero despues la fui deleitando... Habla, sobretodo en la primera parte, profundamente sobre la depresion, algo muy distitnto a la melancolia (eufemismo). Para quien la haya sufrido, como fue el caso del mismo director, te agarra no te suelta y te arrastra a las profundidades cuando los demas se empeñan que seas feliz, lo cual te hunde mas todavia. El personaje del jefe que la quiere exprimir en la misma boda, retrata la avaricia y el egoismo. La escena del follamiento rapido en el campo de golf, retrata como la depresion conduce a conductas impulsivas y aveces adictivas, tipo sexo con desconocidos, alcoholismo, etc.. La segunda parte de la pelicula es una historia distinta, habla de la confianza en uno mismo y en los demas, y que no lo sabemos todo y nunca sabemos lo que nos queda de vida. Yo si la disfrute, quizas es que tiene varios tipos de lectura esta pelicula, no solo una superficie estetica

La nadería para mi es una forma de las posibilidades de una metáfora. Y esta película articula varios significados. Yo no me hubiera centrado en la idea de melancolía, como el autor del artículo. En la película, hay un tipo que tiene fe en la ciencia. Hay una mujer que tiene pronósticos místicos, pero no religiosos, diría paganos, sin cuestionarse por qué los tiene. Otra mujer que busca aferrarse entre estos paradigmas. La naturaleza que tiene sus comportamientos (¿respuestas?), figuradas en los caballos. Un niño que pide protección, quizá sin saberlo, quizá sabiéndolo, a través de una ficción inocente. Por eso el desenlace no es el planeta que choca sobre nosotros. Sino qué hacen unos europeos del siglo XXI, con un evento que los remite a las preguntas esenciales. Yo desde el sur, bien al sur, y arraigado de alguna forma a esos paradigmas, disfruté de ver cómo es el fin de un pensamiento, o de varios de ellos, en cuanto su mirada de lo que entiende por un problema y por su propuesta de solución; que, ante una circunstancia extrema, pareciera deberían redefinirse por ya no tener mucho que ofrecer para la comprensión. Tal vez, por eso quedé un tanto aturdido de melancolía por ver una metáfora de la muerte de mi propia mirada instruida desde que soy pequeño y normalizada por la instituciones en las que participo. Preciosamente revulsiva. ¡Salú!

http://nelygarcia.wordpress.com. Creo que en la película hay una imposición; haciendo ver el vacío como melancolía, o miedo, percepción errónea por que no admite otras posibilidades. Mientras el director percibe desesperanza, hay mucha gente que en el vacío, encuentra la plenitud.

Yo salí de la sala del cine con la película a cuestas… la arrastre hasta el metro, se metió en la cama conmigo… me comí las tostadas del desayuno con ella y cuando descubrí que llevaba bastante rato sin pensarla, me atrapó de nuevo… Tal vez sea uno de esos nuevos modernos que describía el país este domingo en un artículo, que disfrutan pedantemente con el aburrimiento, pero la cuestión es que la “disfruté” . Y aun hoy, cuando la pienso, me planteo si la “corrección impuesta” es la forma más apropiada de enfrentarse a la vida, sin miedo y con aparente absoluto control de todo.

Totalmente de acuerdo. La película es tan bella como insustancial, y parece que Trier recurre cada vez más a efectismos carentes de significado (ya tuve esta sensación en 'Anticristo'). Bueno, no se puede ser perfecto, no?

Es otra forma de decir que la película es aburridísima, supongo. Estoy de acuerdo. Bonita, pero aburrida y hueca.

Vaya, al ver el título y la foto pensé que se discutiría sobre los nuevos contenidos de los sábados en El País, ya saben, página tras página de cotilleos y naderías y una revista entera y verdadera, en papel satinado y llena de la más absoluta nada (y que además hay que pagar). Cuando se imprimen miles de revistas que nadie quiere comprar, la sociedad está enferma.

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El rincón del distraído es un blog cultural que quiere contar lo que pasa un poco más allá o un poco antes de lo que es estrictamente noticiable. Quiere acercarse a lo que ocurre en la cultura con el espíritu y la pasión del viajero que descubre nuevos mundos y que, sorprendido e inquieto, intenta dar cuenta de ellos.

Sobre el autor

José Andrés Rojo

(La Paz, Bolivia, 1958) entró en El PAÍS en 1992 en Babelia. Entre 1997 y 2001 fue coordinador de sus páginas de libros y entre 2001 y 2006 ha sido jefe de la sección de Cultura del diario. Licenciado en Sociología, su último libro publicado es Vicente Rojo. Retrato de un general republicano (Tusquets, 2006), XVIII Premio Comillas. Correo: @elpais.es.

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