En El Sunset Limited (Mondadori; traducción de Luis Murillo Fort), la obra de teatro que Cormac McCarthy publicó en 2006 y que acaba de traducirse en España, uno de los personajes (Blanco) le dice al otro (Negro) que "las cosas en las que creía ya no existen". Antes ha observado que, si se le pregunta si no encuentra raro "ser testigo personal de la muerte de todo", contesta que sí, que lo encuentra extraño, pero que eso no quita que las cosas ocurran así. "Alguien tiene que ser testigo", sentencia. Y con esa idea de ser testigo, de observar cómo las cosas se van precipitando hasta caer hechas añicos, con esa inquietante sensación de final de época que transmite el texto de McCarthy, entré a ver C(h)oeurs, la peculiar propuesta de Alain Platel que ha programado Gérard Mortier (hasta hoy) en la actual temporada del Teatro Real, y que ha levantado una encendida polémica. Enseguida la desoladora hondura de la Messa da Requiem, de Verdi, y el desasosiego propio de tantos momentos de la música de Wagner (el preludio del acto I de Lohengrin; el coro de peregrinos y final del acto II de Tannhäuser…) colaboraron a reforzar esa atmósfera de acabose. Los cuerpos de los bailarines de la compañía de danza belga C de la B, y sus dramáticas contorsiones, enfatizaban aún más esa suerte de abatimiento general. ¿Pero qué cosas son esas en las que creímos y que ya no existen? ¿Qué es lo que se ha ido definitivamente al garete? Pronto, sin embargo, hay también sitio para otros coros con mayor empuje –el Wach auf!, de Wagner; el Va pensiero, de Verdi– como si se abriera en la oscuridad una rendija de luz.
El título de C(h)oeurs hace referencia a coros y corazones, y ha sido el coreógrafo belga Alain Platel el encargado de dar forma a una propuesta que tiene mucho que ver con la agitada situación política del presente. En el montaje se escucha una referencia a una reforma de la ley electoral poco antes de que una marea de personas (y voces) irrumpan en el escenario. Lo que ahí sucede sintoniza con las revueltas que han llenado durante el último año distintas plazas de múltiples ciudades del mundo, ya sea como parte de la primavera árabe o por iniciativa de los llamados indignados. Una voz en off recoge, de tanto en tanto, unos textos de Marguerite Duras en los que la escritora se pregunta por su lugar en el mundo y el lugar de los otros, la democracia, el poder… Si el personaje de la obra de teatro de McCarthy habla de "ser testigo personal de la muerte de todo", Duras se refiere a "la pérdida del mundo" y a que solo puede concebirse la democracia desde ese lugar, desde ese punto de partida concreto.
Impresiona el protagonismo del coro, la fuerza de las voces que vuelcan sus dudas y esperanzas, sus vacilaciones, sus temores. Ahí están, juntos y mezclados, rebelándose contra el curso de las cosas, sufriendo persecución y acoso, buscando una salida a sus inquietudes. Hay un momento en que, de manera un tanto naif, cada uno de ellos, cada partícula de esa multitud, escribe sobre un cartón una palabra, y cada palabra es distinta como distintos es cada uno de ellos y seguro que diferente también el móvil que lo impulsa a manifestar su rechazo a lo establecido. C(h)oeurs tiene la osadía de llevar al escenario de una ópera los interrogantes del presente más inmediato y asume también el riesgo de mezclar diferentes registros: la danza, el teatro, la música, la palabra.
Falla la mirada. La mano que empuja la puesta en escena. Y por mucho que hagan las partituras de Verdi y Wagner, y por mucho que ese coro se vuelque en hacer creíble la fuerza y la debilidad de las proclamas que enarbola y la ambigüedad de sus sueños, todo naufraga por la escritura que elige el coreógrafo. Mueve a los bailarines como si tuvieran que representar el mayor de los dramas y encarnaran a los mártires de un colosal apocalipsis cuando lo que ha ocurrido en las calles y las plazas de estas últimas revueltas, y por dura que fuera la represión posterior y doloroso el número de muertos, siempre ha surgido como válvula de escape a situaciones de alta tensión y, por tanto, ha llevado siempre en su interior un soplo de aire fresco. Alain Platel ve en cambio tormento por doquier y pone a sus bailarines (por ejemplo) a pelearse con sus prendas de vestir en una suerte de agónica batalla por la desnudez que desconcierta por su pretenciosa intensidad. ¿Qué quiere decir con tanto descoyuntamiento y con tanto estertor, con tanto arrastrarse y sacudirse y doblegarse? ¿A qué viene tanta gimnasia metafísica? O bien Platel no se ha enterado de lo que ha pasado en el mundo en los últimos meses o bien ha llegado con el guion escrito. Con lo que, al final, y por mucha intensidad que pretende darle al montaje, no acierta a formular la única pregunta pertinente: ¿qué hemos perdido ahora, precisamente ahora? Y, por tanto, ¿qué buscamos y cómo queremos encontrarlo?