La naturaleza del poder es materia frecuente de discusión entre los analistas políticos y, para aclarar sus oscuros meandros, no deben colaborar demasiado con ellos los libretistas de ópera. ¿Qué margen de maniobra tiene un soberano? ¿Puede, en verdad, gobernar a su manera, imponer su programa, administrar las cosas del Estado según mande su criterio? En tiempos de crisis, como estos que vivimos, se duda ya de que en Europa los gobiernos nacionales tengan autonomía alguna, pero incluso parece claro que tampoco el presidente del país más poderoso del mundo ha conseguido llevar a buen puerto sus promesas. En La clemenza di Tito, el emperador romano confiesa a sus amigos Sesto y Annio que en el trono casi todo es tormento y "todo, servidumbre". ¿Qué es lo que salva de tan lóbrego dictamen? El tiempo que dedica a aliviar a los oprimidos, a exaltar a sus amigos y a dispensar tesoros al mérito y a la virtud. Todo lo demás es tormento; todo es servidumbre. Pietro Metastasio escribió el libreto de esta ópera en 1734 para festejar el santo de Carlos VI de Habsburgo, y le puso música Antonio Caldara. Luego hubo multitud de versiones, entre ellas la que encargaron a Wolfgang Amadeus Mozart para la coronación de Leopoldo II, hermano y sucesor de José II y nieto de Carlos VI, como rey de Bohemia el 6 de septiembre de 1791, y que se ha podido ver, hasta ayer, en el Teatro Real de Madrid. Una joven aristócrata, Vitellia, no está dispuesta a admitir que el emperador Tito pase de ella y se case con una extranjera (Berenice), así que le sugiere a su amante Sesto que lo liquide. Así empieza esta apasionante historia que va dando múltiples vueltas hasta que, al final, Tito se inclina por aquella mujer que se creía despechada. Es entonces cuando Vitellia sale desesperada a detener el fatal desenlace. Pero no llega a tiempo. Es muy difícil sacar grandes conclusiones sobre lo que sea el poder, y sus servidumbres, tras ver La clemenza di Tito, pero la música de Mozart es asombrosa y la pieza está llena de momentos de una inquietante belleza. El furioso afán de venganza, la destreza para seducir a quien ha de cometer el magnicidio, las conspiraciones secretas dentro del palacio, la catadura moral de quienes rodean al emperador, el sabor amargo de la traición y, bueno, la clemencia: de todo eso hay en una pieza que, más que contar los secretos del trono, penetra en los oscuros mecanismos del corazón humana. Y lo hace a lo grande, con todos sus excesos, como suele ocurrir en todas las óperas.
Pietro Metastasio se inspiró para escribir su libreto en la historia de Tito Flavio Sabino Vespasiano, el emperador que gobernó Roma entre los años 79 y 81 y que fue exaltado por Suetonio. Durante su mandato se produjo la erupción del Vesubio, que sepultó Pompeya y Herculano, y hubo también una conjura palaciega dirigida por Cayo Calpurnio Pisón. La misericordia que mostró el emperador con el traidor sirvió de inspiración para una pieza que viene como anillo al dedo cada vez que resulta necesario glorificar cualquier reinado. De ahí la cantidad de versiones que se han compuesto. Mozart aceptó el encargo, tras haber sido rechazado por Salieri, porque andaba muy mal de dinero. Es una de las últimas óperas que compuso (al mismo tiempo que La flauta mágica), en una época verdaderamente frenética de trabajo. El montaje que se ha visto en el Real (en la imagen) es de Ursel y Karl-Ernst Herrmann y lleva ya tiempo rodando. Han vaciado el espacio hasta dejarlo prácticamente desnudo y así le han dado todo el protagonismo a los personajes y sus voces. Solo algunos objetos –un trono, un par de sillas– sirven para aludir la pompa de palacio. Tanto despojamiento subraya lo esencial: de lo que se trata es de los pesares del corazón humano. No conviene distraerse en bagatelas si lo que se va a oír son lamentos como el de Sesto, cuando se apresta a cometer la infamia: "Palpito, me hielo, / avanzo, me detengo, / cada claro, cada sombra / me hace temblar / No creía que fuese / tan difícil empresa ser malvado".
El caso es que finalmente no llega a matar a Tito. Y es entonces cuando entra en juego la clemencia del emperador. La sobriedad, la elegancia y la limpieza del montaje contribuyen a reforzar el peso teatral de la ópera, donde los cantantes cumplen sobradamente y donde destaca sobre todo Kate Aldrich en el papel del amigo traidor.
Lo que queda menos claro es que La clemenza di Tito ayude realmente a conocer mejor las entretelas del poder. De lo que habla la obra es de amor y de amistad, de celos, de ambiciones desmedidas. "Si al imperio, dioses amigos, / le es necesario un corazón severo, / apartad de mí el imperio / o dadme otro corazón", dice Tito cuando sabe ya de la traición y se enfrenta a la decisión de condenar a su amigo. No es fácil imaginar en los soberanos que ejercen hoy el poder una reacción semejante, pero lo que no sirve es proyectar el trono como un lugar donde habitan un grupo de íntimos amigos y tampoco es ya creíble esa furia vengadora de una mujer despechada. O quizá sí, quién sabe. Mientras tanto, la verdadera dicha ha sido disfrutar de una deliciosa representación. De vuelta al ruido del mundo, queda la esperanza de que quienes nos gobiernan sepan, como Tito, ser más constantes en su clemencia y no sucumbir a la perfidia de los otros.
Hay 4 Comentarios
¡Vaya diferencia del gran EMPERADOR VESPASIANO, MISERICORDIOSO por PODEROSO, con los AMIGOTES del BUENAZO (aunque algo ñoñote) de don MARIANO!
"Mediocre, perdedor, zombi, maricomplejines mariacomodado, antropófago político, avieso, falso o tiranuelo fueron algunos de los calificativos que dedicaron a Mariano Rajoy sus hoy propagandistas, Anson, Jiménez Losantos o Pedro José Ramírez."
A ver con el tiempo en que deparan esas "BUANAS", perdón, BUENAS AMISTADES del Sr. PRESIDENTE.
Publicado por: Felizísima Fortuna | 07/03/2012 1:15:04
Me encanta el artículo y la opera, que no he visto, pero imagino a partir de tu descripción. Los seres humanos en el poder son como tu y como yo. Se levantan cada mañana a sus memorias y en la mayor parte actúan de acuerdo a los condicionamientos en los que esas memorias se identifican. Y en todo caso, tenemos los gobernantes que nos merecemos, así pues arreglemos nuestro propio gobierno, el de nuestra vida, y luego ya vamos viendo... ¡Me encanta la sutileza de tu entendimiento!
Publicado por: Ramón Leonato | 06/03/2012 19:47:46
La fotografía me ha parecido espléndida. El actor sucumbiendo ante la ruina, casi buscando cobijo en los muros, tan visible y tan pequeño, en contraste con la potente luz central.
Si creo que se llega muchas veces al poder a base de traiciones, pero ignoro si el mantenimiento del poder también se basa en lo mismo a otra escala.La historia dice que si en ciertos casos.
También descubre a grandes hombres, que han superado su propia soledad. Esos son los magníficos y es a los que hay que apelar.
Por eso me ha gustado la escenografía. Me parece muy adecuada al presente. El concepto del poder tiene hoy una función representativa, por las batidas a ciegas contra la Administración pública. Una torpeza por parte del poder fáctico por ausencia y desconsideración hacia lo público. ¿Una traición o incompetencia absoluta?
Muy interesante este post. El contraste con la realidad resulta abrumador
Publicado por: Belén Mtnez. Oliete | 05/03/2012 22:33:56
Veamos, el soberano tiene poder en función de su valentía y su espíritu enérgico. Actualmente, cuando más poder deberían concentrar los líderes políticos por emanar su legitimidad de la soberanía popular, más se han arredrado a invasores deslegitimados, y además lo gritan en público, resignados. Es una cuestión de corriente y voluntad, de poder sobre el poder, de codicia.
http://casaquerida.com/2012/03/05/ministros-que-asesoran-fichajes-de-primavera/
Publicado por: Tinejo | 05/03/2012 18:06:48