Benjamin Disraeli, conocido también como Lord Beaconsfield, fue un político conservador británico que ejerció el cargo de primer ministro en dos ocasiones durante el reinado de Victoria I, con la que tuvo una relación muy estrecha que lo favoreció en su feroz combate con su rival liberal, William Ewart Gladstone.
El escritor portugués José María Eça de Queirós escribió una larga necrológica unas semanas después de la muerte el 19 de mayo de 1881 de Disraeli, que publicó en dos partes el diario brasileño
Gazeta de Notícias. Está incluida en
Cartas de Inglaterra (Acantilado, traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera) y es una verdadera joya, no solo por el cabal retrato que hace del personaje y de su época, sino también por su capacidad para iluminar cuánto hay de construcción personal y cuánto de azar en la batalla por la gloria y, sobre todo, por su extrema perspicacia a la hora de atrapar los detalles que definen un carácter. En ese sentido, conviene citar las frases con las que Eça de Queirós cierra su escrito sobre Lord Beaconsfield: "¿Fue entonces absolutamente, ininterrumpidamente dichoso? No. Este hombre triunfante vivió acompañado por una secreta, por una diminuta, por una ridícula contrariedad: ¡nunca pudo hablar bien francés!".

Irónico y elegante, equipado con las fulminantes armas de la inteligencia y del humor, siempre bien informado a propósito de las cuitas de su época y buen conocedor de la historia, Eça de Queirós despliega en sus
Cartas de Inglaterra su formidable habilidad como cronista, ya sea hablando de la temporada de libros en Londres, de los conflictos de Irlanda o la guerra de Afganistán, de la Navidad o, en fin, de Lord Beaconsfield (en la imagen), aquel hombre de Estado que fue también novelista. Quizá sea esta dimensión del personaje la que provocó en su día ese enorme interés de Eça de Queirós por aquel caballero que, como escribe, llegó a tener tal influencia que sus decisiones podían llevar "la paz o la guerra a Europa". No es, sin embargo, muy generoso a la hora de valorar de manera global su trayectoria: "como hombre de Estado", escribe, "el nombre de Lord Beaconsfield no aparece ligado a ningún progreso notable de la sociedad inglesa. Crear el título de Emperatriz de las Indias para la reina de Inglaterra, tomar Chipre, restaurar ciertas prerrogativas de la corona o urdir el fiasco de Afganistán no son títulos para su glorificación como reformador social". Eça de Queirós observa, por otro lado, que "escribir
Tancredo o
Endymion no basta para dejar huella en una literatura que tuvo contemporáneos como Dickens, Tackeray o George Eliot". ¿Cómo conquistó entonces Benjamin Disraeli la fama, qué hizo para convertirse en el más célebre de sus contemporáneos si no lució un talento especial en sus dos ocupaciones fundamentales, la de hombre de Estado y la de novelista?
Nada viaja con tanta lentitud como la Fama, observa el escritor portugués, y se refiere, por ejemplo, a la poca gente que entonces conocía a Víctor Hugo o a esos "¡100 lectores!" que reclamaba Voltaire. No siempre los más cualificados, ni los más brillantes, ni los mejores en sus respectivas ocupaciones conquistan la popularidad. Eça de Queirós procura entender qué fue lo que provocó el éxito indiscutible y arrollador de Lord Beaconsfield, y avanza dos respuestas. La primera, "la idea (que inspiró toda su política) de que Inglaterra debería ser la potencia dominante en el mundo". Y la segunda, la publicidad. Aunque su familia se convirtiera al cristianismo, los judíos siguieron considerando a Benjamin Disraeli uno de los suyos y, apunta Eça de Queirós, fueron la prensa y el telégrafo, ambos en manos de judíos, "los que constantemente lo alabaron, lo glorificaron como estadista, como orador, como escritor, como héroe, ¡como genio!".
En Pensar el siglo XX, Tony Judt le cuenta a Timothy Snyder que no considera que los propósitos de Benjamin Disraeli "fueran plenamente llevados a la práctica en empresas políticas", pero le reconoce un fino olfato para saber "qué grado de cambio se requería para que las cosas importantes siguieran como estaban". Tal como sugiere Eça de Queirós, la gloria de un personaje tiene que ver sobre todo con su capacidad para encarnar una idea que fascine a una gran mayoría ("...el nombre de 'imperialismo', es una idea grata a todo inglés...", dice a propósito de la gran ambición que representa Lord Beaconsfield) y con tener un buen aparato publicitario detrás. Es muy posible que conocer la historia no ayude finalmente a evitar que se repitan los mismos errores, pero a lo que sí contribuye, y mucho, es a comprender el presente. Tras leer el magnífico retrato que Eça de Queirós hace de Lord Beaconsfield, al levantar la vista del libro, cuántos personajes actuales irrumpen que gozan del aplauso general sin tener verdadero talento. Y, es cierto, encarnan ideas que triunfan (la transparencia, por ejemplo) y gozan de mucha publicidad.